Un filosofar desde el cuerpo para la sociedad de la información

A philosophize from the body for the information society

Arturo Rico Bovio1

 

El autor examina la sociedad de la información y propone su crítica a través de la categoría de “cuerpo”, reconceptualizado como la totalidad de los aspectos físicos, biológicos, sociales y personales que somos. Incluye la noción de “cuerpos sociales” y cuestiona la era de la comunicación mediante recursos epistemológicos, ontológicos y axiológicos aplicados al estudio de la virtualidad informativa y sus alcances en el mundo actual.

 

Palabras clave: Información, sociedad de la información, virtualidad, cuerpo, valores.

 

The author examines the information society and proposes his criticism through the category of “body”, reconceptualized as the totality of the physical, biological, social and personal aspects that we are. Includes the notion of “social bodies” and questions the Communication Age with epistemological, ontological and axiological resources applied to the study of informative virtuality and its scope in today’s world.

 

Key words: Information, information society, virtuality, body, values.

 

Filosofía, lenguaje e información

 

Nuestra realidad está edificada con palabras. No porque lo que se encuentre fuera del lenguaje, lo innombrado, no exista o sea inaccesible, según lo sugiere el primer Wittgenstein (1973). Hay emociones y vivencias que no alcanzamos a expresar con conceptos; los preceden o exceden. Con esta salvedad que acompaña siempre como un motor a las lenguas, debemos reconocer que los nombres son piezas de un juego para armar con el que construimos las interpretaciones del mundo y de nosotros mismos; conforman “mapas”, según la metafórica expresión de Hayakawa (1967), que nos permiten movernos en el mundo real, aunque a menudo nos puedan conducir al error.

Las palabras se articulan según reglas sintácticas, semánticas y estilísticas. Pasan de ser signos a símbolos, textos, discursos. Integradas en redes cumplen diversas funciones: señalan, describen, explican, valoran, regulan, diseñan. Al ser un producto social, algo producido “entre” seres humanos, cargan con significados convenidos que se modifican con el uso, gracias a la intención de los interlocutores. Distribuyen información sobre los sujetos que interactúan y respecto de los objetos a que se refieren. Son incluso responsables de determinar quiénes y qué son los sujetos y los objetos.

Las lenguas surgen y evolucionan como resultado de un conjunto de capacidades y necesidades humanas. Chomsky (1973) las atribuyó solamente a las primeras; en lo personal sostenemos que su detonador último son las necesidades naturales de carácter social (Rico Bovio, 1990). Aúnan a su función de ser vehículos del conocimiento una disposición normativa que les es inherente, porque están articuladas conforme a códigos de manejo. Conforman tecnologías culturales que transmiten datos e inducen conductas. Dispuestas bajo la forma de textos y discursos ideológicos, es decir, de tradiciones y ordenamientos respaldados por el poder (Foucault, 1992), arman sistemas complejos de control de la conciencia y de las prácticas humanas que rigen lingüísticamente el decir, el actuar y el saber.

Extensión social del trabajo de nuestras neuronas, el lenguaje tiene sus límites: es un constructo, no la realidad misma. Las palabras no equivalen a los objetos o a los contextos referidos; son sustitutos útiles que se complementan con las disposiciones emocionales e ideativas de sus usuarios, quienes les añaden el ingrediente de subjetividad, el toque personal. Pueden acertar en su cometido o conducir al error, alternativas que dan origen a los problemas de la verdad y del bien en los ámbitos del conocimiento y de la acción.

Es aquí donde la filosofía muestra su fortaleza. Aunque se mueve junto con la poesía en el filo del lenguaje, allí donde nacen nuevos términos y se transforman los preexistentes, solo el filosofar efectúa su crítica sistemática al medir y precisar sus alcances y sentidos, al depurar problemas y discursos que buscan aproximar la realidad al valor.

Los filósofos no son los únicos operadores que manejan la dimensión axiológica del lenguaje. Todos los humanos, cualquiera que sea nuestra ocupación, valoramos, construimos sugerencias, órdenes, prohibiciones, principios. Pero por su especialización son los artífices del preciso decir, quienes ahondan en la reflexión/elección de las palabras, sus correspondencias y vínculos. La filosofía aspira al pleno apoderamiento del lenguaje, a encontrar su uso más consciente y consecuente, revisando categorías, procedimientos y propuestas del quehacer histórico y científico, además de las propiamente filosóficas.

Ese adueñarse del lenguaje, situarse en y ante él para depurarlo y conducirlo es, por consecuencia, un empoderamiento (empowerment) de la lengua. La filosofía conduce a las palabras a emprender su tarea más trascendente: articularse conceptualmente en teorías para proponer soluciones racionales a los grandes interrogantes de la vida, del mundo, del ser humano y del valor, que escapan al examen de las restantes disciplinas. Si no fuera así, estas cuestiones radicales quedarían a merced de las ideologías, que las responden dogmáticamente, manipulando las consciencias humanas.

Si la filosofía es una especie de faro que ilumina al lenguaje, lo es también de sus contenidos informativos. Reflexionar filosóficamente sobre la información es trabajar sobre la vida. El vivir se expresa en unidades informativas de experiencia ubicadas en contextos naturales o culturales. Pensar lo vivido por cada quien y lo informado por otros, son movimientos complementarios que generalmente se entretejen. Pero no todos los filósofos distinguen y examinan esta doble vertiente de la información. La hermenéutica gadameriana abrió rutas esclarecedoras sobre la experiencia ajena, tomando como modelo la artística, a través de las ideas de “juego” y “tradición” (Gadamer, 2007); la fenomenología se había centrado en la propia ruta, en el “mostrarse”, extendido analógicamente hacia las demás. Ricoeur (2012) intentó construir un puente entre ambas. Todo contenido informativo, narrativo o artístico debe ser motivo de interpretación para proceder a su manejo, asumiendo en ello el riesgo del error.

Ya que la información tiene, además de la función de explicar lo acontecido, la tarea de prever y preparar acontecimientos y proyectos para el futuro, no es extraño que la filosofía, concebida como crítica de toda información, tenga entre sus tareas, como un arco tensado hacia el mañana, el postular los criterios orientadores de los actos y las creencias humanas. Esta tendencia que denominamos “la dirección axiotrópica del saber filosófico”, es su cometido más sensible y más trascendente. En efecto, si no es desde el análisis, la síntesis y la crítica racionales de la información, tareas propias del filosofar, cualquier propuesta axiológica se convierte en imposición ideológica, sin mayor sustento que el de la autoridad y el poder.

La labor filosófica es una paideia, una enseñanza para la vida. En esto reside su justificación, la razón principal de su ser y su saber. Por eso el análisis reflexivo es su punta de lanza y las herramientas axiológicas, principalmente éticas y epistemológicas, son su brazo fuerte desde donde se ejerce la crítica racional.

 

Razones y sinrazones

de la sociedad de la información

 

Si examinamos el conjunto informativo que una sociedad maneja en determinada época nos encontramos ante el núcleo de su cultura, su manera de estar en el mundo, la identidad en tránsito que le es distintiva. Incluso las cosas –la parte visible– las instituciones, las tradiciones, las prácticas productivas, se traducen y manejan en términos informativos: son nombradas, descritas, explicadas, valoradas por medio de signos, conceptos, textos y discursos. Si queremos que algo sea asumido como cultura requerimos de información suficiente que haga posible comprenderla.

Cada cultura no es un amasijo de datos y cosas agrupadas sino un sistema, una estructura dinámica dotada de jerarquías, líneas conectivas, subsistemas dentro del conjunto. Una observación atenta puede diferenciar sus ejes operativos y las interpretaciones que los rigen. Como vivimos consumiendo información indirecta, transferida por nuestros semejantes, es importante aprender a detectar esos cauces preferenciales, para llegar a nuestras propias conclusiones.

Las innovaciones tecnológicas, tomadas como ejemplo, son inseparables de la información que sirvió para su diseño. A menudo amplían y revolucionan los marcos interpretativos que les dieron origen. Es el caso de los telescopios y microscopios, producto de los avances de la óptica, que ensancharon nuestra capacidad de observación del entorno físico y cambiaron nuestra apreciación del micro y macrocosmos al abrir nuevos campos de investigación.

La observación histórica muestra que usualmente se privilegian las fuentes y los contenidos informativos que van con las leyes imperantes de cada sistema sociocultural. Se investiga, se difunde, se emplea la información que favorece a los intereses dominantes. Como señala Habermas (1989), los intereses cognoscitivos “técnicos” de las ciencias empírico-analíticas y “prácticos” de las ciencias histórico-hermenéuticas suelen legitimar ciertos conocimientos y acciones. La evolución de las sociedades, particularmente las de economía capitalista, va en proporción a la acumulación informativa, a la mejora de su calidad (controlada por los objetivos del mercado) y a la ampliación del número de usuarios. Así lo propician las leyes económicas, al igual que lo hacen con las demás mercancías.

La Guerra Fría fue determinante para que se reconociera el interés económico y político de la información. Saber más que el oponente permitiría ganar la carrera armamentista, conquistar el espacio exterior y controlar al mundo. Científicos y tecnólogos trabajaron arduamente en la ampliación del horizonte informativo que haría posible alcanzar tales objetivos, contando con el respaldo económico de las estructuras del poder.

El capitalismo contemporáneo otorga actualmente un tratamiento biológico a la vida social, mientras que hasta el siglo xviii seguía un modelo mecanicista, emparentado con la física clásica. La economía, al igual que las restantes dinámicas colectivas (educación, recreación, política, etc.), giran hoy alrededor de la lucha por la supervivencia, presunto motor de los procesos sociales. Se trata de una lectura más –desafortunada por cierto– de la naturaleza. La concepción darwiniana de la evolución de las especies es, más que una teoría científica confirmada, una estrategia justificadora de las contradicciones sociales.

Quizás el invento más importante que produjo la Guerra Fría fueron las computadoras, con la cibernética como su fundamento teórico-informativo. Los ordenadores, máquinas calculadoras sofisticadas con antecedentes en el siglo xix, en pocos años transitaron de efectuar operaciones matemáticas por medios mecánicos a trabajar electrónicamente una información compleja de índole cualitativa. Las computadoras personales (pc), fueron la punta de lanza de la revolución informática de nuestro tiempo. Velocidad, amplitud y densidad de información se incrementaron exponencialmente hasta conducirnos a un mundo diferente, controlado por los medios de comunicación al servicio de la economía del mercado. El resultado fue ese fenómeno macro-socio-cultural que conocemos con el nombre de “sociedad de la información”.

Por sociedad de la información entendemos al nuevo modelo social que viene experimentando Occidente desde mediados del siglo pasado. Se caracteriza porque sus rasgos más distintivos están soportados sobre una amplia y sobresaturada plataforma informativa que tiende a tomar cada vez más autonomía sobre la realidad concreta. Como apunta acertadamente Fernández (2010): “ahora para ser miembro de la sociedad de la información se requiere navegar en las autopistas electrónicas a través de un computador conectado a la red de redes, Internet” (p. 33).

La virtualidad es una construcción puramente lingüística (aunque vaya acompañada por imágenes visuales), un espacio comunicativo que existe en tanto lo sostenga la actividad interactiva humana. Sartori (2009) lo expresa así: “La llamada realidad virtual es una irrealidad que se ha creado con la imagen y que es realidad solo en la pantalla” (p. 37). Parece ampliar las posibilidades de lo real, pero no es una verdadera realidad. Una sociedad conformada por circuitos masivos de información que despliegan redes extensas, es una especie de edificio creado por un juego de luces, un holograma que desaparecería si se apagaran. Así es el mundo actual, dependiente del tejido comunicativo que producen los medios electrónicos (televisión, radio, Internet, telefonía celular), que han suplantado el lugar que tenían los medios físicos (periódicos, revistas, libros).

Un aspecto clave de la virtualidad de la sociedad de la información es la manipulación de la imagen. De la fotografía testimonial del siglo xix a la imagen dinámica de los medios de comunicación de nuestra época hay un abismo de distancia. Antes describía y constataba, hoy prescribe y manda. El cambio se dio gracias al despegue de la mercadotecnia, experta en hacer atractivas las mercancías a través del manejo de su imagen. Vende más un comercial televisivo que toda la elocuente persuasión de un grupo de vendedores personales. La circulación económica está igualmente supeditada a la hiperrealidad de la transferencia informativa y corre su misma suerte. Un ejemplo que ilustra bien esa condición volátil de la sociedad de hoy es el dinero plástico o electrónico, que sustituyó al físico (que de por sí ya era una creación artificial), suplantándolo con una simple convención informativa.

Las nuevas estructuras informáticas, apoyadas en una tecnología comunicativa que no respeta fronteras, son hoy el modelo a seguir dentro del horizonte de la globalización. Se generaron rupturas de los límites físicos espaciales por obra de la comunicación satelital que ofertó sus servicios a un mercado potencialmente ilimitado de usuarios cibernéticos y humanos. Se trata de los espacios web, de fácil acceso para una población de cibernautas que se convierten en sus moradores, sin estar sujetos a los tiempos y a los espacios reales. Son millones de sujetos virtuales que recorren las avenidas cibernéticas a la búsqueda de muy diversa información: sea para fines de esparcimiento o de investigación, de acceso lo mismo a ofertas comerciales que a íconos pornográficos, buscando construir chats comunicativos que desdibujan distancias y nacionalidades y crean ilusiones gratuitas. Su principal límite, la barrera lingüística, seguramente desaparecerá en pocos años gracias a los modernos sistemas de traducción electrónica.

Los efectos nocivos de este nuevo orden sociocultural son evidentes, al igual que lo fueron sus beneficios. La comunicación es más ágil y mayor la rapidez para establecerla, pero a la par se incrementa la credulidad en fuentes informativas anónimas, que crece y se arraiga en proporción directa a la dependencia de sus usuarios. El riesgo es caer en la “verdad virtual”, reconstrucción de los hechos concretos con imágenes editadas y lecturas que los desvirtúan, que los transforman en algo distinto (incluso de signo contrario), según los intereses de los controladores de la información que usualmente son quienes detentan el poder económico y/o político.

Con la tecnología postmoderna es posible ver algo que nunca sucedió. No nos debe sorprender el que cada vez sea más frecuente el uso tramposo de los medios; se trata de algo semejante a cómo las personas reconstruyen sus rasgos físicos para presentarse como jóvenes, “cuerpos perfectos” según los paradigmas estéticos vigentes a través de los medios informativos. Una severa incapacidad para asumir la vida tal y como es ha dominado la cultura contemporánea, propiciando que nos refugiemos en el campo de la apariencia y la ilusión.

Uno de los efectos de esta superestructura social informativa es la agudización del sentimiento moderno de soledad de hombres y mujeres de todas las edades y condiciones sociales, unido al vivir dentro de la confrontación y la competencia. Existe una paranoia dosificada y diseminada a través de las redes informativas que promueve la abolición de los lazos de la solidaridad, para confiar solo en las alianzas útiles y circunstanciales. Competir ya no es cuestión deportiva sino una estrategia de supervivencia. Recelar del otro, manejar en beneficio propio la información que se obtenga, utilizarla en contra del oponente para ganarle la partida, son parte de las actitudes inducidas educativamente para ser “competitivos” (funcionales) en esta sociedad donde la información es la fuente indiscutible del poder. El balance es el aislamiento creciente de las personas, quienes se sientan durante largas jornadas ante una terminal de Internet para experimentar la ilusión de estar acompañadas gracias a las fotografías, videos y textos que fluyen por el ciberespacio. A menudo se trata de medias presencias humanas, encubiertas bajo el cómodo anonimato del chat, o de programas robóticos que interactúan en automático con el viajero cibernético.

La violencia virtual es otra de las constantes de la sociedad de la información. En apariencia se trata de una farsa, una de tantas que se escenifican en los juegos electrónicos simuladores de guerras y contiendas personales, paralelas a las contempladas en la dimensión virtual del cine. Pero existe una razón profunda que la alienta: es parte de la preparación simbólica para la vida en un mundo de alta agresividad, en donde el éxito depende de incrementar nuestra velocidad de respuesta, al punto que se transforme en una reacción automática donde no hay cabida para la lástima o el arrepentimiento. Los hackers, terroristas cibernéticos que son motivo de admiración de los usuarios jóvenes de Internet, al igual que los virus informáticos, sus instrumentos destructivos, participan en la construcción de una atmósfera belicista. Como Internet es una vía expedita que interactúa con los restantes subsistemas informativos que organizan la vida humana, estos personajes terminan por erigirse en los agentes subversivos de la era informática.

Urge una crítica integral de la sociedad de la información que proponga el buen uso que se debe dar a las tecnologías de la información y la comunicación en beneficio del ser humano total, en lugar de tenerla al servicio de los intereses pragmáticos que las controlan. Este ensayo es una llamada de atención a filósofos, antropólogos, sociólogos,
psicólogos y otros científicos sociales. A todos nos corresponde contribuir con categorías de análisis que establezcan las condiciones para asumir reflexivamente los problemas del nuevo milenio que se encuentran fincados en torno al binomio comunicación/información. Así lo han hecho Mattelart (1991), McLuhan y Powers (1993), Toffler (1991), entre muchos otros. Al quehacer filosófico le toca coordinar el trabajo interdisciplinario, dada su capacidad de síntesis y su habilidad para un análisis hipercrítico; para asumir esta función debe abandonar el círculo vicioso de la revisión recurrente del pensamiento de sus predecesores, así como el cuestionamiento tribal de sus contemporáneos, a fin de abrirse al examen de áreas del conocimiento diferentes. Un buen ejemplo es Foucault (2012), quien dio ese paso abordando tópicos de la medicina y otras ciencias sociales. En la misma dirección están los trabajos de Turner (1994) sobre sociología médica.

 

El cuerpo en tiempos de

la revolución informática

 

El cuerpo humano, erigido en ícono comercial por los medios de información masiva y la mercadotecnia de la época, recibe hoy una atención sociocultural muy marcada que pasa desapercibida a la mayoría de los filósofos. En contraste con la virtualidad, que se ocupa de construir un mundo descorporeizado, artificial, los cuerpos reales, entidades concretas (“materiales” según el trato que aún les da la ciencia occidental), son promovidos por los medios de comunicación masiva como blanco preferente de la propaganda comercial.

Se trata de un cuerpo disminuido, reducido a su forma visible y por tanto susceptible de la sofisticada manipulación de la imagen que juega con su apariencia. Las tecnologías de la cirugía estética, de la fotografía digital, de las industrias de la cosmetología y de las modas, de las dietas y las gimnasias reconstructivas, hacen el milagro. El resultado son los “cuerpos dóciles”, materia humana plástica para ser escrita y reconformada según los intereses del mercado y las pautas emanadas del poder, como lo expresó Foucault (1992) en una entrevista donde puntualizó: “la ocupación del cuerpo por el poder: la gimnasia, los ejercicios, el desarrollo muscular, la desnudez, la exaltación del cuerpo bello ...” (p. 112).

El pensamiento occidental, a lo largo de toda la Edad Moderna, se ocupó de promover la desilusión y disolución del cuerpo, menospreciándolo en nombre de una ideología religiosa de claras reminiscencias maniqueas. Descartes participó con su distinción entre las sustancias extensa y pensante. Degradó al cuerpo a ser un instrumento mecánico subordinado al espíritu. Los reformistas protestantes le atribuyeron tendencias perversas o una clara proclividad al mal. Por otra parte el reduccionismo materialista, que tomó auge con el proceso de secularización moderna, lo confinó al estrecho límite de sus propiedades perceptibles, pasando a segundo término o tildando de dudosas a las facultades que su oponente ideológico había declarado ser de índole espiritual. En medio de esta dicotomía creencial y con el incentivo del sistema de producción capitalista, que requiere de la mercantilización del trabajo en calidad de fuerza laboral, el cuerpo terminó por ser considerado una mera posesión, quizá la más cercana a la individualidad humana, pero situada en el nivel subalterno y dependiente de todas las posesiones o pertenencias. Le Breton (2002) traza un interesante derrotero de cómo se entrelazaron, desde la perspectiva del individualismo moderno, el dualismo, la visión laica de las ciencias y el mecanicismo corporal.

La falta de un interés filosófico sistemático por el estudio del cuerpo en nuestra cultura contemporánea, con algunas importantes excepciones (Foucault, 1992; Merleau-Ponty, 1963; Nancy, 2003; Rico Bovio, 1990; Sartre, 1972; Turner, 1989, entre otros) va de la mano con la falsa dicotomía entre una concepción etérea del ser humano que postula al yo, la subjetividad y sus atributos de voluntad y pensamiento, como manifestaciones de un espíritu inmaterial, con la que sostiene que somos entidades puramente materiales, condenadas a la disolución en el trance de la muerte. La modernidad occidental, en lugar de intentar la superación de este falso dilema, inclinó la balanza de la reflexión hacia una postura escéptica que cuestiona que tengamos una naturaleza, aseverando que somos un producto cultural e histórico y por tanto moldeable. Muchos pensadores occidentales han adoptado esta cómoda solución para desentenderse de la condición corporal humana. El postmodernismo, particularmente en un autor como Vattimo (1991), al declarar la “superación de la concepción metafísica del sujeto” (p. 138), arrastra consigo el desinterés por el cuerpo.

Es muy significativo que el abandono gradual de la reflexión acerca de nuestra especie siga de cerca la evolución del sistema capitalista, que requiere disponer de un grupo cada vez más numeroso de operarios para ponerlos a disposición de la producción industrial, sin arrastrar consigo una cauda de remordimientos y reclamos morales que entorpezcan el proceso. La separación y desvalorización del cuerpo físico respecto de un supuesto espíritu inmaterial incorruptible fue la coyuntura favorable para el logro de ese objetivo pragmático. Parar todo cuestionamiento sobre la esencia humana, relegándola al terreno de la fe, en un entramado social que en lo público se declara laico, contribuye con creces al avance del modelo de la productividad neoliberal.

Contrastando con el escaso tratamiento filosófico brindado a este concepto, se ensalzó en el siglo pasado el paradigma del cuerpo joven como prototipo de la plenitud de la vida. No es casual que dicho fenómeno acompañe al nacimiento y desarrollo de la sociedad de la información; ratifica el supuesto cultural de que para el mercado la valía humana se mide en relación proporcional directa con la capacidad de rendimiento en el trabajo físico que esta edad propicia. Además es la etapa que mejor responde al principio del placer, señuelo por excelencia de la sociedad de consumo. La transición de la adolescencia
a la juventud es la etapa en que la autoimagen personal se vuelve más vulnerable a recibir la opinión ajena, en la que cifra gran parte de la propia seguridad. Huelga decir que la explotación de estas susceptibilidades evolutivas por parte de los expertos en la mercadotecnia de la imagen, se ha extendido por causa de la razón instrumental del mercado a un sector más amplio de la población, a la que “se vende” la idea de sostener artificialmente, por un periodo más prolongado que el natural, la apariencia de tener cuerpos jóvenes.

El hombre y la mujer sobreinformados de la sociedad virtual, que no son sabios (sofós) en el sentido griego del término, viven el espejismo provocado por la saturación de los estímulos sensoriales e ideativos que los llevan a dejar de lado la reflexión como vía para dirigir sus vidas. Experimentan la engañosa impresión de contar con el acceso a toda la información necesaria para su cotidianidad, a la vez que viven la fragmentación de su cuerpo en sus facetas funcionales: trabajo, afectos, diversiones, sexualidad, vida familiar, participación política.

Ante los excesos de la sociedad postmoderna, una reflexión filosófica nacida en el siglo pasado denuncia la alienación corporal, propone un examen riguroso en torno al cuerpo, distinguiendo el “ser un cuerpo” en oposición a la idea todavía vigente de “tener un cuerpo” (Rico Bovio, 1990). Se trata de un punto de vista heterodoxo que reconceptualiza al cuerpo como “totalidad humana” y emplea este enfoque como herramienta teórica para enfrentar críticamente la era de la información.

El cuerpo que somos no es una realidad virtual sino un horizonte abierto a la investigación que se resiste a ceder a las simplificaciones informativas, a la fragmentación sustancialista y a los paradigmas que imponen un modelo de cuerpo en lugar de reconocer el desarrollo dinámico corporal. Aunque el cuerpo es un sistema complejo cuyos límites últimos desconocemos, podemos avanzar en el descubrimiento de sus facultades y propulsores. Nada impide que le apliquemos las mismas (o semejantes) vías de conocimiento que a los otros cuerpos.

 

El cuerpo: horizonte crítico

para la sociedad de la información

 

La filosofía es la conciencia plena del lenguaje, el lugar donde las palabras y los enunciados son seleccionados y sujetos a los golpes de la reflexión racional, a la revisión de sus posibles significados para elegir aquellos que ayuden a la solución de los problemas planteados por el filósofo. Toda paideia filosófica, todo intento de formar a los seres humanos con la participación del filosofar, debe poner especial cuidado en promover en el educando las habilidades para revisar, elegir y aplicar aquellas categorías cardinales que adoptará para conducir su pensamiento y su vivir.

Entre los problemas filosóficos, se decide a título personal cuáles son más dignos de consideración y se buscan las vías para ofrecer-
les –o negarles– solución. Brindar respuestas a las interrogantes cruciales de la vida, con base en una reflexión cuidadosamente justificada, es parte de la necesaria pericia que debe adquirir el iniciado en las labores filosóficas. Sobra decir que en estos días de confusión por saturación informativa debemos insuflar en todos los resquicios de la vida social el razonamiento filosófico, así como su complemento de
la autoinspección, el mirar hacia nosotros mismos para comprendernos mejor mediante el reconocimiento de los contornos reales de nuestra corporeidad.

Hay cuestiones que plantean las circunstancias, la época, los cambios socioculturales, los pensadores de nuestro tiempo, que no pueden ser soslayadas so pena de quedar al margen de nuestro momento histórico. La sociedad de la información es una realidad contundente que no podemos ignorar en nuestro quehacer filosófico. Llegó a grandes pasos, como resultado del desarrollo tecnológico y con el apoyo de intereses económicos y políticos, para conformar la atmósfera que nos envuelve y arrastra en la cotidianidad, porque penetra hasta los rincones más hondos de nuestra intimidad personal y familiar.

Entre las tareas apremiantes está el generar los conceptos necesarios para examinar críticamente a la sociedad virtual. El discurso filosófico se encuentra en proceso, a la búsqueda de marcos teóricos adecuados. Una filosofía del cuerpo puede ofrecernos derroteros de investigación novedosos, que profundicen aquella tesis de Merleau-Ponty (1963) sobre que el cuerpo es un “donador de sentido” y la de Foucault (1992) respecto de que el cuerpo es el blanco de las estrategias de control de los mecanismos del poder. También el énfasis de Le Breton (2002) en la polisemia corporal, desentrañada antropológicamente.

Las más diversas manifestaciones de la cultura son extensiones del cuerpo. Es relativamente fácil detectar qué facultades sensoriales, motrices y psíquicas, y qué necesidades interpretadas, se vinculan con cada bien cultural para incrementar, restringir o canalizar sus propiedades. Como son los resultados perceptibles de diversas lecturas corporales, es lógico esperar que una inspección de la sociedad de la información desde la perspectiva del cuerpo mostrará claves interesantes para la comprensión de la virtualidad informativa, sus efectos sobre la vida humana y su posible futuro. A reserva de profundizar este tema en otro texto, señalaremos solo algunas notas que se desprenden de nuestra perspectiva de análisis:

 

1. Es tan abundante la información que ofrece el entramado comunicativo a sus usuarios, que produce adicción a su uso o bloqueo en su recepción. Ambas actitudes propician pasividad, carencia de crítica o escepticismo, e impiden la escucha del llamado del cuerpo que somos y de otros cuerpos. El ruido y la interferencia favorecen el ocultamiento del cuerpo como fuente de conocimiento y su control por los centros ideológicos del poder, como Foucault y Turner lo sugieren.

2. La mayor parte de la virtualidad informativa, cuyos orígenes son desconocidos o poco visibles, genera una percepción etérea, descorporeizada del ser humano. Lo que se considera característico de nuestro ser y querer lo determinan los medios masivos de comunicación. A menudo nos vemos reducidos a ser emisores y receptores de mensajes informativos. El modelo funcionalista favorece la deshumanización masiva que se muestra en la apreciación del cuerpo como instrumento o pertenencia. Su valor cambia según sea su participación en el proceso comunicativo y de consumo. “Cuerpo consumidor”, “cuerpo consumible” son algunos de los rangos que provienen de las relaciones de trabajo con las que fue medido en los albores del sistema salarial. El afán autojustificatorio de la era de la información creó la fantasía postmoderna de que hemos arribado al reino irrestricto de la libertad.

3. Sin proponérselo, la sociedad de la información pone al descubierto la dimensión colectiva del cuerpo. Los datos informativos son productos sociales, muy a menudo de origen anónimo, que circulan a gran velocidad por los vasos comunicantes cibernéticos y humanos, haciéndonos dependientes de su consumo. Somos para la información en lugar de que la información sea para nosotros. La estructura del grupo termina por privar sobre sus integrantes. El estilo de cada cuerpo social se impone sobre la dimensión personal, estrangulándola, restringiéndola. El totalitarismo de la información muestra la emergencia de una nueva autoridad: la informativa. La información socializada es una capacidad corporal que no hemos sabido asumir adecuadamente.

4. La imagen como factotum de la comunicación informativa, tanto para fines noticiosos o documentales como para la seducción comercial y política, evidencia la hipervaloración que la sociedad de la información ha hecho de “lo visible”, para robustecer a la visión como la coordenada corporal dominante de nuestra cultura. La televisión, ojo colectivo privilegiado, culminó esta selección sensorial que venía afianzándose a lo largo de la Edad Moderna. Con esto se incrementó la unidimensionalidad humana denunciada por Marcuse (1968) en los años sesenta porque se trata de un factor tecnológico de alienación que favorece el control colectivo de la consciencia del cuerpo, al penetrar en los hogares con un bombardeo sistemático de comerciales y programas ideológica y mercantilmente orientados.

 

Propuestas corporales para asumir

la sociedad de la información

 

Presentaremos algunas tesis derivadas de la filosofía del cuerpo para cuestionar la era informática. Son líneas de trabajo apenas bocetadas, dejando para otro momento el desarrollarlas a mayor profundidad e invitando al lector a darles seguimiento. Las agruparemos en torno a tres de los campos clásicos de la filosofía: epistemología, ontología, axiología.

 

1. Para una epistemología de la virtualidad: Si bien la información y su condensación como imagen intencionada, simbólica, es una especie de realidad que se añade a la que nos cobija, algo así como el “mundo tres” del que hablara Popper (Popper & Eccles, 1993), el desconocimiento de sus vínculos y discrepancias favorece el escapismo de las condiciones objetivas de vida y de los problemas colectivos humanos. Hay cierta tendencia esquizoide en el manejo de las noticias, de las prácticas deportivas y de esparcimiento en el presente siglo, que sirve para ocultar la hambruna y las pandemias que azotan a varios países del mundo, así como los dramáticos contrastes existentes entre los sectores minoritarios acomodados y los habitantes de los cinturones de miseria.

La virtualidad no es algo nuevo, porque siempre ha acompañado al ser humano en los mecanismos compensatorios y constructivos del sueño, de la fantasía, de los paraísos artificiales de las drogas. Ahora se ha vuelto sofisticada, crea mundos aparentes pero verosímiles a través de los recursos de la tecnología de la comunicación, favoreciendo en consecuencia la evasión colectiva.

La virtualidad informática es un juego de espejos que conduce a los cielos diseñados por la imaginación humana, al simular simbólicamente el arribo a la tierra prometida y al reino de la libertad. Se encuentra ligada operativamente con la adquisición de bienes y servicios reservados para quienes tienen la suficiente capacidad adquisitiva, aunque con frecuencia no sean indispensables para la vida cotidiana. Cumple con una función seductora y alucinante que conduce a aceptar como reales a entidades y relaciones que solo existen como convenciones comunicativas. Subirats (2004), al referirse a la guerra del Golfo Pérsico como “la primera guerra integralmente concebida como evento mediático”, comenta: “Era una guerra de
simulacros. Su puesta en escena significó la perfecta liquidación de la realidad como experiencia; y la producción masiva de una consciencia integralmente manufacturada” (p. 37).

Una crítica epistemológica de la cultura virtual, apelando al ejercicio reflexivo en torno a nuestros sentidos y demás capacida-
des corporales, así como al reconocimiento de las necesidades naturales que nos mueven, servirá para poner en evidencia que esos mundos ilusorios son satisfactores ficticios, placebos que nos conducen a olvidar la insatisfacción personal y a ignorar la injusticia social. La verdad, vista en la perspectiva dinámica corporal, nos urge a cotejar las ideas que circulan por las redes informativas con los requerimientos del cuerpo natural. Solo desde la reflexión sobre el cuerpo que somos podremos reconquistar los espacios y los contenidos informativos, para ponerlos al servicio de un nuevo humanismo
corporal.

2. Hacia una ontología dinámica de la virtualidad: El enmarcamiento linguístico de lo humano y de lo virtual como uno de sus posibles espacios de desarrollo, son temas ineludibles para la reflexión. Se trata de un estudio que vincula las cuestiones metafísicas y antropológicas. Elegir las categorías adecuadas para pensar críticamente a la sociedad de la información, nos exige adoptar una concepción del mundo, del ser humano y de la sociedad, que permitan construir la perspectiva de conjunto para acomodar y examinar nuestro objeto de estudio.

No basta con describir fenomenológicamente los rasgos de una sociedad donde la comunicación y la información se han montado sobre una tecnología impresionante. Es menester acudir a una teoría de los cuerpos sociales que ordene los datos por examinar, que acomode las notas distintivas de una sociedad basada en la difusión de ideas e imágenes a través del ciberespacio en contraste con la época precibernética.

El camino es similar al que siguen la investigación científica y la innovación tecnológica: se deben nombrar los hallazgos, las situaciones del momento, los inventos, y encuadrarlos en categorías mayores para su mejor comprensión. Aquí también cabe (y de modo aún más definitivo que para el cuerpo individual) la adopción de la categoría de cuerpo en su sentido integral, divergente a la que todavía rige nuestra cultura. Para no extendernos en el tema se remite a trabajos precedentes donde hemos examinado la noción de “cuerpo social” (Rico Bovio, 2000).

La ontología falló como estrategia filosófica cuando privilegió la búsqueda de lo permanente en lugar de asumir el cambio como el concepto clave para examinar la realidad. Heráclito intentó el camino opuesto, adoptando al fuego como símbolo de toda transformación; sin embargo, tuvo que recurrir a elementos mítico-mágicos a falta de otros fundamentos que posteriormente vendrían aportando la ciencia y la filosofía. El historicismo y el existencialismo fueron sus frutos tardíos que buscaron recuperar la primacía del movimiento, aunque circunscrito al devenir humano. Su error fue trabajar de espaldas a la contundencia de los cuerpos, realidades dinámicas dotadas de notas o valencias naturales. Faltó enfatizar las características distintivas del cuerpo que somos, a fin de allegarnos herramientas teóricas para analizar y valorar los procesos psíquicos y sociales.

Si somos cuerpos totales, la distinción entre lo material, lo viviente, lo social y lo pensante es solo el resultado del uso selectivo de nuestras diversas facultades sensoriales, motrices y psíquicas; cada opción que utilicemos modifica nuestro enfoque del objeto investigado. Buscamos la información que sirve a nuestros propósitos de conformidad con la idea del cuerpo que hemos adoptado como cierta.

Para comprender el “cuerpo en proceso” que conforma a la sociedad de la información, debemos examinar lo que se comunica
socialmente, entre quiénes se efectúa el vínculo comunicativo, cómo se realiza, cuáles son sus formas, ritmos, contenidos, selectividades. Por qué y para qué se crean ciertas vías de comunicación informativa y en qué medida el sistema cultural vigente que privilegia lo visible afecta la vida de los cuerpos colectivos y personales.

3. Apuntes para una axiología corporal de la virtualidad: Un filosofar para estos tiempos no puede admitir medios compromisos ni posiciones de neutralidad. Nuestras emociones y deseos, las capacidades y apetencias para el placer, la posicionalidad ante otros cuerpos y ante el que somos, no son expresiones secundarias sino notas distintivas de nuestra naturaleza selectiva. Si aceptamos que somos movidos por necesidades corporales naturales que nos conducen al encuentro de otras corporeidades (aunque a menudo erremos en el blanco), asumimos algo objetivo que puede servir para fundamentar una axiología corporal. Resulta evidente que debemos conocer lo que el cuerpo pide (no lo que la publicidad nos inculca) para postularlo como medida de valor.

Hay un puente entre la emoción y el quehacer axiológico que sirve de herramienta para el examen crítico de la sociedad de la información. La dimensión afectiva del cuerpo humano, contra todo pronóstico racionalista, es el cimiento para erigir una axiología
aplicable en esta era de la imagen y de la información. Las emociones acompañan a las acciones encaminadas a satisfacer nuestras necesidades, tanto en el momento de darnos cuenta de su llamado como al ejercitar las capacidades con que contamos para responderlo. No siempre aciertan, porque en el territorio de la virtualidad a menudo lo que es un medio se confunde con el fin perseguido por el cuerpo que somos. Así, al hedonismo de la sociedad de consumo que ha distorsionado el sentido del placer tomándolo como meta, habría que cuestionarlo con el señalamiento de que la emoción no es un fin, sino tan solo un recurso que nos incita a ir en pos de la satisfacción de nuestros impulsos naturales biológicos, sociales y personales.

Mucho habría que decir sobre esta materia que atañe principalmente a la eticidad. Nos concretaremos en sostener que la virtualidad debe examinarse en función de determinar si ayuda o no al crecimiento pleno del cuerpo que somos y al de todos los seres humanos. Vivir en el engaño de la imagen y de los paradigmas que dan la espalda a la singularidad de cada cuerpo, que se encuentra en proceso de cambio y aspira a la realización completa con la ayuda de los otros, es morar en el error.

 

La sociedad de la información está montada sobre la dimensión corporal de la comunicación, pero los intereses económicos que
la controlan no permiten que los mensajes transmitidos sean para nuestro crecimiento personal y colectivo; en su lugar establecen mecanismos de enajenación y control. Cuando se manipulan nuestras emociones con el concurso de la tecnología de alto impacto es fácil olvidar que la cultura debe ser un espacio idóneo para el desarrollo humano pleno a través de la creatividad. En lugar de asumir este rumbo que el cuerpo indica, nos topamos con una comunicación en monosílabos, con
la simulación de identidades personales que persiguen estereotipos, con la cotidianidad transformada en espectáculo y disfrute sin rien-
das, con estímulos que nos absuelven de pensar.

El cuerpo que somos, al igual que los cuerpos sociales, son entidades dinámicas orientadas hacia la plenitud corporal. Se detecta en ellos una eticidad natural que apunta a la interacción solidaria con otros, a la par que al desarrollo pleno y la expresión creativa de cada singularidad. La dinámica social cambia gracias a las innovaciones y descubrimientos, resultado de la diferenciación de los cuerpos y de su capacidad de innovación, aunque no siempre sea afortunada. La desarmonía, el conflicto, hace a menudo presa de los cuerpos y les impide el sano crecimiento. Hay muchos, demasiados, cuerpos disminuidos, lastimados, negados. Existen estrategias sociales que persiguen ocultarlo o justificarlo. La virtualidad suele ser una vía de escape, una solución tramposa generada para olvidar la insatisfacción que arrastra un sistema social anclado en la desigualdad de oportunidades y en la negación de los otros, tanto pueblos como personas.

La sociedad de la información ha fabricado una cortina de humo que oculta, gracias al poder de la tecnología de la comunicación y a la manipulación de la imagen de los cuerpos, el grave deterioro ecológico del planeta, los cuerpos sociales desunidos por las contradicciones, las vidas humanas frustradas, sumidas en la necesidad, la ambición, la violencia, las adicciones. Por eso requerimos de un filosofar en torno a la situación de los cuerpos en el contexto globalizado de la información, pensando en el diseño del futuro, en construir utopías posibles para reorientar el uso de las vías actuales de la comunicación. En alternativa a los hilos ocultos con que los poderes establecidos controlan nuestras vidas, podrían erigirse en estrategias liberadoras, horizontes para detonar las potencialidades creativas de todos los cuerpos humanos.

Como muestra de las posibilidades de una acción filosófica crítica que asuma, como expresaba Freyer (1958) a mediados del siglo pasado “la posibilidad de consumar la historia” se formula la siguiente propuesta: ¿por qué no tomar por asalto las avenidas de Internet para construir los nuevos espacios críticos sociales? En lugar de constituir un nuevo modelo de dominación ideológica, podríamos favorecer el debate y la toma de conciencia sobre las posibilidades, errores y horrores de la sociedad de la información.

La filosofía del siglo xxi debe aprovechar los recursos que brinda la realidad virtual informática no solo para difundir el pensamiento de los filósofos consagrados, sino para promover un discurso accesible a todos los públicos. Urge fortalecer la actitud crítica de los cibernautas con categorías que hagan posible cuestionar la información que circula por la web, los cines y los medios televisivos. Tomar como eje la reflexión sobre el cuerpo humano total sería una fuente inagotable de buenas sugerencias.

La filosofía es tarea perenne. El lenguaje es su lugar, su instrumento cómplice, su duelo interminable. La aparición de otros conceptos y de nuevos medios para su difusión brinda a los filósofos nuevas oportunidades y retos. En una sociedad donde lo privado se hizo público, donde los desechos de la intimidad se transformaron en recursos publicitarios, el quehacer filosófico debe aprender a hacerse visible, a tornarse en hábito necesario para todos, que persiga el crecimiento con dignidad de los integrantes de nuestra especie. Los ghettos filosóficos –que un día fueron condición para su existencia y reconocimiento– deben desaparecer para dar paso a una diáspora fecunda. Disgregarse para crecer, para interactuar con especialistas de otras disciplinas, para asumir la actitud misional de llegar a todos los rincones de nuestro planeta.

Situados en el cuerpo que somos como tema de interés general, podríamos diseminar nuestra palabra hacia nuevos públicos, no para olvidar los lazos gremiales, sino para fortalecerlos más allá de nuestras diferencias con la adopción de una tarea común: sembrar la conciencia de la racionalidad crítica en un entorno donde la imagen entronizada edifica la insensatez útil y desata la barbarie mediática.

 

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Fecha de recepción: 30/08/13. Aceptación: 10/03/14.

 

1 Universidad Autónoma de Chihuahua, México.

Correo electrónico: aricobovio@hotmail.com

Chiricahuas 4902, Col. Burócrata Estatal, c.p. 31210; Chihuahua, Chihuahua, México.