El amor y las nuevas tecnologías: experiencias de comunicación y conflicto1

Love and new technologies: Communication and conflict experiences

 

Tania Rodríguez Salazar y

Zeyda Rodríguez Morales2

 

En este artículo reportamos hallazgos de una investigación sobre cómo las nuevas tecnologías de la comunicación están afectando las relaciones amorosas de los jóvenes en Guadalajara. Analizamos cómo estos usos tecnológicos amplían las zonas de observación y vigilancia del otro, replanteando las fronteras entre la autonomía y el control, y reforzando componentes del modelo del amor romántico.

 

Palabras clave: Jóvenes, amor, nuevas tecnologías, comunicación, conflictos.

 

In this article we report findings from research on how new communication technologies affect young people’s romantic relationships in Guadalajara. We analyze how these technological uses expand areas of monitoring and surveillance of the other, redefine the boundaries between autonomy and control, and tend to reinforce components of the model of romantic love.

 

Key words: Youth, love, new technologies, communication, conflicts.

 

Introducción

 

Los mundos de lo amoroso y lo sexual se están transformando drásticamente a partir del uso generalizado de Internet, la creciente disociación del sexo y los sentimientos y el cuestionamiento a los fundamentos tradicionales del amor romántico. Estas transformaciones no solamente afectan el contacto en línea, sino también los encuentros cara a cara (Kaufmann, 2010), teniendo como personajes protagónicos a los jóvenes que han crecido con las tecnologías y las usan con experticia en la vida cotidiana, estableciendo continuidad entre la socialización que ocurre en los mundos online y offline en sus vidas (Winocur, 2006). Son jóvenes que han aprendido a construir su identidad en múltiples pantallas y a comunicarse interpersonalmente por múltiples dispositivos tecnológicos (Morduchowicz, 2012). Las tecnologías comunicativas están afectando las relaciones de pareja y todos sus correlatos: el cortejo, el ligue casual, la comunicación afectiva, la búsqueda de reconocimiento público, la socialidad romántica o sexual, entre muchas otras cosas (Ben Ze’ev, 2004; Bergdall et al., 2012; Elphinston & Noller, 2011; Fox & Warber, 2013; Illouz, 2007; Kaufmann, 2010; Lasén, 2009; Le Breton, 2007; Sánchez, 2001).

Estas investigaciones observan dos grandes consecuencias asociadas a los usos de tecnologías afectivas: una que tiende a liberar la búsqueda de la pareja, ampliando el espectro de parejas potenciales, diversificando y facilitando los encuentros y el emparejamiento, frente a otra que tiende a la restricción y el control, bajo el incremento de sospechas, supervisión y vigilancia.

En este trabajo abordamos algunas transformaciones que los jóvenes están protagonizando en la escena del amor y la pareja a partir del análisis de entrevistas semiestructuradas. Nuestra investigación focaliza la atención en los cruces y sobreposiciones entre los mundos online y offline de las relaciones de pareja de los jóvenes investigados, independientemente del tipo que sean (formales o informales) y la duración que éstas tengan. De manera particular indagamos los usos de redes sociales (con énfasis en Facebook) y de aplicaciones de comunicación instantánea (específicamente WhatsApp) así como sus consecuencias en las formas de experimentar el amor y la pareja.

En este artículo expondremos algunos de los hallazgos de nuestra investigación orientada por la pregunta: ¿cómo las tecnologías digitales (Internet y los teléfonos digitales) afectan la elección de pareja, la comunicación íntima y se vuelven un escenario de conflictos potenciales en las relaciones románticas, al mismo tiempo que transforman y amplían los espacios de interacción entre las parejas?

Partimos de la hipótesis de que las tecnologías digitales favorecen la performatividad de ciertos componentes del modelo del amor romántico como: amar a una persona única, sin condiciones ni límites, con la que se crean altas expectativas de unidad, presencia y confianza plena. Las tecnologías digitales de comunicación justamente parecen reforzar estos componentes al cambiar el significado de la presencia y de darse tiempo para el otro; al crear nuevas exigencias de comunicación amorosa e incrementar las necesidades y posibilidades de los enamorados de conocer el mundo de las relaciones del otro.

 

Puntos de partida

 

El concepto de amor romántico remite a idealizaciones como amar a una persona única a quien se considera excepcional, con quien se desea estar y por quien se tiene interés y se está dispuesto a hacer cosas. Dentro de este amor se enmarcan anhelos como la dependencia vital y la fusión o simbiosis entre los miembros de la pareja, su mutua incondicionalidad y la creencia en que la experiencia del amor correspondido genera el mayor nivel de gratificación y felicidad en la vida. Este amor supone también un estado alterado de la conciencia que domina nuestros pensamientos y se considera un sentimiento necesario para el bienestar personal.3

Dentro de nuestro hallazgos encontramos que las tecnologías digitales de comunicación parecen reforzar los componentes del amor romántico por sobre los de la emancipación individual, al crear la posibilidad de una comunicación continua o casi permanente, y potenciar la exigencia de estar alertas en cualquier momento y circunstancia ante un posible mensaje de la pareja; elementos que obligan a una manifestación ritualizada de los afectos.

El amor no solo tiene una dimensión personal, es una emoción que está sujeta a significados compartidos que establecen pautas sobre quiénes merecen amor, cuáles son las cualidades que deben poseer las parejas, cuándo y cómo se expresa el amor, y qué comportamientos son necesarios para conseguir y mantener el amor hacia alguien en grupos sociales específicos. Siguiendo las premisas teóricas de la sociología de las emociones (Goffman, 1997; Hochschild, 1979; Stets & Turner, 2008, Thoits, 1989), comprendemos que el amor está sujeto a dinámicas socioculturales que le imprimen sentidos particulares y que habilitan a los miembros de una comunidad para vivirlo y juzgarlo.

Consideramos también que junto con estos patrones culturales, el amor es monitoreado por otros actores con quienes se mantienen relaciones sociales recurrentes o esporádicas, profundas o superficiales (sean de parentesco, amistad, trabajo, convivencia, entre otras). Bajo estos escrutinios, el amor se vive bajo normas y parámetros que establecen si es amor de verdad; si la pareja es bonita, romántica, ideal; si son el uno para el otro; si se tienen celos justificados o no; si se respetan las reglas de cortejo, enamoramiento, confianza, respeto y expresión amorosa cotidiana.

Esta condición de experiencia íntima sujeta a la regulación social se ha potenciado a partir del creciente uso de tecnologías de la comunicación como los celulares, la mensajería instantánea y las redes sociales virtuales, que tienden a borrar las fronteras entre lo privado y lo público y permiten que el escrutinio social sea mucho más efectivo.

Por otra parte, consideramos a los jóvenes a partir del planteamiento de Bourdieu (1990) expresado en el título mismo de su artículo “La juventud no es más que una palabra”, es decir, evitando cualquier delimitación biologicista o esencialista. Nos referimos a la juventud como una construcción sociocultural, históricamente definida, cuyos sujetos arman su identidad según “umbrales simbólicos de adscripción o pertenencia, donde se delimita quiénes pertenecen al grupo juvenil y quiénes quedan excluidos” (Valenzuela, 1997, p. 14). En tal sentido, y siguiendo a este mismo autor, las identidades no son fijas sino relacionales, solo cobran sentido en su vinculación con otros ámbitos como son el de la situación socioeconómica, el género, la etnia y la adscripción hermenéutica o imaginada (Valenzuela, 1997), a las cuales agregamos la posesión de tecnologías digitales como las que consideramos aquí. El deseo de pertenecer al grupo de pares y ser reconocido como miembro del mismo pasa por el hecho de poseer un equipamiento tecnológico que permita el ejercicio de prácticas comunicativas que constituyen un espacio de socialidad adicional y paralelo al del mundo offline. Así mismo, enfocar la mirada en ellos, tiene tras de sí –así sea veladamente– la apuesta que Mead (1980) expresara tan claramente en un texto clásico: los jóvenes constituyen, probablemente, la metáfora del cambio social por venir.

 

Los jóvenes entrevistados: muestra y temas

 

Los hallazgos que nutren este trabajo fueron obtenidos en una investigación más amplia sobre cómo los jóvenes experimentan el amor y la pareja en redes sociales y en aplicaciones de celular tipo chat. Dicha investigación fue cualitativa y exploratoria. El trabajo de campo contempló la realización de 19 entrevistas semiestructuradas a jóvenes de 12 a 29 años,4 residentes de la zona metropolitana de Guadalajara. La muestra fue conformada por 10 hombres y 9 mujeres, distribuidos en cuatro grupos de edad (12-14; 15-19; 20-24; 25-29 años) y seleccionados a partir de la técnica de bola de nieve.

Estos jóvenes pertenecen a las clases medias en un medio urbano, poseen aparatos smartphone y acceden a Internet por redes Wi-Fi, aunque algunos también tienen contratados planes de datos. Esto implica que sus prácticas comunicativas son propias de este grupo social, encontrando variaciones por edad, puesto que entre ellos se incluyen tanto adolescentes (si se encuentran más cercanos a los 12 años), como jóvenes adultos (los que se acercan a los 29 años), y toda la gama en medio de estos polos. Así mismo, hay variaciones por la actividad que desempeñan: si trabajan, estudian o realizan ambas actividades.

Todos los jóvenes entrevistados tenían alguna experiencia de relación de pareja; la mayor parte la tenían al momento de la entrevista, mientras que otros habían tenido una o más relaciones de pareja en el pasado.

Las entrevistas fueron aplicadas por un equipo de tres jóvenes5 con el propósito de que se realizaran en un marco entre pares que facilitara la confianza y la expresión libre de los entrevistados (lo que suele ser más difícil cuando el aplicador es un adulto y puede ser visto con una figura de autoridad). Estas se registraron en audio y se transcribieron para su análisis. 6

Los textos de dichas entrevistas fueron analizados a partir de una estrategia de codificación inductiva, búsqueda de patrones de acción y significado, así como de excepciones (acciones o significados atípicos dentro de la muestra). Seguimos el modelo clásico propuesto por Taylor y Bodgan (1987) que contempla tres fases: a) descubrimiento a partir de examinar los datos de diversos modos posibles con el objetivo de identificar temas sobresalientes y emergentes; b) codificación temática de los datos de manera inductiva y sistemática, y c) relativización de los
datos a través de una interpretación del contexto de generación de los mismos (en nuestro caso en el marco de entrevista establecido).

 

La búsqueda de expresión, visibilidad

y la necesidad de hiperconexión

 

Los jóvenes que hemos entrevistado están interesados en hacer visibles sus identidades, gustos, experiencias y opiniones de diversa índole
en sus comunicaciones virtuales, aunque también establecen límites entre lo que puede y no ser publicado en Internet. Las respuestas de los jóvenes narran un amplio uso de las redes sociales y de mensajería en computadora y dispositivos móviles. Estos soportes tecnológicos funcionan como un continuo a través del cual logran estar conectados de forma casi permanente. Dentro de las aplicaciones de celular la más popular es WhatsApp y dentro de las redes, en primer lugar está Facebook, en segundo, Instagram y en tercero, Twitter. Sus publicaciones suelen enlazarse en distintas plataformas, además de que reportan usos complementarios.

Los jóvenes entrevistados son protagonistas de la hiperconexión, desean estar en contacto permanente, y en ese afán, los celulares inteligentes, las conexiones Wi-Fi y las aplicaciones gratuitas de mensajería son muy populares entre ellos. Suelen ser expertos en texting y asiduos usuarios de WhatsApp, con la excepción de los adolescentes que tienen todavía usos de Internet supervisados fuertemente por los padres y menos acceso a dispositivos móviles (grupo de 12-14 años).

A pesar de buscar visibilidad y reconocimiento en las redes sociales, no están dispuestos a exhibir o hacer públicos muchos aspectos de sus vidas. En consonancia con los resultados de encuestas nacionales (Instituto Mexicano de la Juventud [imjuve] & Universidad Nacional Autónoma de México [unam]-Instituto de Investigaciones Jurídicas [iij], 2012), los jóvenes que entrevistamos declaran estar poco dispuestos a compartir sus problemas íntimos en redes sociales. No desean publicar sus conflictos personales, sean familiares o con sus parejas, así como sus estados de ánimo más profundos, mientras que los más superficiales gustan de manifestarlos a través de emoticones.

 

Nuevas formas de socialidad en la amistad,

el cortejo y el ligue

 

Facebook y WhatsApp son aplicaciones que facilitan la comunicación interpersonal tanto con personas cercanas afectivamente y con grupos de pertenencia, como con desconocidos, o conocidos de nuestros conocidos. También permiten monitorear las actividades de otros: identificar si un mensaje fue visto y a qué hora o si alguien estuvo conectado y hace cuánto tiempo, entre otras posibilidades.

En relación con el amor y la pareja, coincidimos con Estébanez (2012) en que se puede afirmar sin exagerar que “la juventud siente, comunica y vive sus relaciones en la red social” (p. 2). Esto ocurre cuando los jóvenes exponen al público sus experiencias personales, comparten su situación sentimental7 en su perfil, suben fotos de pareja, dedican canciones, frases, mensajes o estados (por ejemplo, “me siento enamorada o enamorado”). Estas posibilidades favorecen la sobreinformación y la ampliación de las zonas de vigilancia y control sobre el otro.

Los jóvenes experimentan nuevas formas de socialidad mediadas por las tecnologías digitales que afectan los ámbitos de la amistad, el cortejo y el ligue.8 El acceso a nuevas amistades y potenciales parejas ocasionales o establecidas se ha incrementado con las redes sociales; ya no se limitan los encuentros presenciales en ámbitos territoriales como el barrio, la escuela, el trabajo, la fiesta o el viaje. Ahora tienen la posibilidad de buscar y explorar el perfil de alguien que conocieron de manera casual, contactar con parejas potenciales a partir de que la foto del perfil les parece atractiva, o buscar a un amigo o conocido del pasado para intentar reiniciar una relación, entre muchas otras posibilidades. Internet, y en especial las redes sociales, han ampliado las posibilidades de encontrar el amor con bajos costos. De hecho, según los relatos de nuestros entrevistados, una práctica común entre los jóvenes es revisar el perfil de la chica o el chico para conocer más detalles de su personalidad, de sus gustos o de su pasado. Esto implica buscar el historial de fotos, comentarios, los amigos que tiene agregados, entre otras cosas. Esta práctica, como veremos más adelante, puede ser una fuente de conflictos.

En torno al acceso a nuevas amistades lo más común es que los jóvenes no acepten dialogar con extraños en las redes sociales. La razón para comenzar un diálogo o cualquier intercambio se halla en conocerse, así sea mínimamente, en la escuela, el club o el trabajo, “que los ubi-
que mínimo de vista” (Natalia, 18 años), o que un amigo o amiga les hable de esa nueva persona y les dé confianza para aceptarlo. Una vez que existe este mínimo conocimiento sobre los otros, Facebook facilita los diálogos para posteriormente encontrarse cara a cara y volverse amigos. Muchos de los jóvenes consideran que el inicio del diálogo con alguien nuevo es más fácil en Facebook que en la relación cara a cara, pues con la colocación de un simple “Me gusta” a una foto o un posteo,
9 se tiene un pretexto para comenzar a platicar. Posteriormente, todos prefieren continuar tales relaciones tanto en el plano virtual como en el real.

Lo anterior no significa que no ocurran diálogos con desconocidos y desconocidas que se inician simplemente porque “ella anduvo quedando con un amigo, y para darle lata a este chavo, pues empecé a hablar con ella” (Jesús, 19 años), o porque “me empezaron a agregar muchas mujeres (risas). Y siempre yo muy inocente creo que las conozco de algún lado y les pregunto a ellas directamente, y me dicen ‘no, te agregué porque estás guapo’” (Fernando, 23 años).

Estos inicios de relaciones amistosas en algunas ocasiones desembocan en relaciones amorosas, tal fue el caso de Fernando (23 años), quien cuenta:

 

Sí, mi última novia empezó así. Yo vi una foto de ella en Facebook, la comenté porque tenemos un amigo en común, quien de hecho es mi primo. Entonces yo le comenté algo a mi primo y ella vio mi comentario y me agregó. Y ya empezamos a platicar y salimos y eso sí se desarrolló a una relación más seria.

 

Un fenómeno más común que el de auspiciar relaciones amorosas, es el de ligar, o al menos intentarlo, a través de estas tecnologías. La mayoría de los jóvenes entrevistados lo han hecho o han recibido los intentos de otros.

En este aspecto, las tecnologías constituyen un medio para construir una imagen positiva anterior al encuentro presencial. Así lo revela Jesús (19 años), quien dijo:

 

Como mi fuerte era hablar, siempre procuraba que ese fuera como mi principal forma de llegarle a las chavas. Intentaba hablar mucho por Messenger y causar una buena impresión en cuanto a palabras, para que a la hora de vernos en persona ya llevaran una mejor impresión de mí y pues, siempre es una técnica que utilizaba.

 

Otra situación que genera el ligue es el que se sepa que estás soltero o soltera; al respecto Jessica (26 años) cuenta:

 

A partir de que ya soy soltera mucha gente me ha tirado la onda. Y siempre empiezan por Facebook. O sea de típico del inbox de “qué onda cuándo salimos”. En un periodo de 10 meses a ahorita han sido como cinco que han intentado salir conmigo por Facebook. Son tan patéticos.

 

Los jóvenes saben que Facebook, WhatsApp y otras plataformas de Internet se usan para el cortejo, pero muy frecuentemente también para el ligue. Para Paloma (29 años) constituye “todo un fenómeno cómo la gente ha encontrado en las redes una forma de ligar muy cómoda desde su casa”, e identificó prácticas despersonalizadas en las que “se nota que los mensajes están enviados en cadena. Algo te dice que no eres la única”. Esta última afirmación revela la expectativa de un cortejo individualizado, uno a uno. De modo que otras formas de cortejo, como el que posibilitan las redes sociales y la mensajería instantánea, que suponen piropos, saludos cariñosos o invitaciones a salir en cadena son objeto de crítica. Aquí la entrevistada se adscribe al ideal de que el amor (y en consecuencia el cortejo y el enamoramiento) ocurre por un ser que se considera único y especial, alguien que destaca sobremanera de otros. Por lo tanto, un cortejo en cadena es algo que se asemeja a un engaño desde el inicio de la posible relación.

 

La publicación del estatus sentimental

y de fotos de pareja

 

El publicar la situación sentimental en la categoría de “estar en una relación” o “comprometido”, se considera un anuncio público de la pareja ante los amigos, los familiares y conocidos. Se trata de un reconocimiento público que busca la aprobación de los otros significativos que en ese momento ocupan la posición de audiencias ante los contenidos publicados y expresan o no su aprobación con un like10 o con un comentario explícito. Pero también funciona como un anuncio que exhibe la propiedad sobre la pareja, que pretende limitar las amenazas de otros y otras. Así, parece operar tanto en el sentido de buscar la aceptación social, como de marcar el territorio propio para ahuyentar a otros prospectos.

De acuerdo con nuestros resultados, los jóvenes de menor edad no parecen estar interesados en publicar su estado sentimental ni que sus parejas lo hagan; sin embargo, en el resto de casos, el tema tiene mucha importancia. Por ejemplo Rebeca (15 años) sí lo publica y “si (su novio) no lo pone, significa que se avergüenza o si otras zorras le quieren hablar, que está disponible”. Natalia (18 años) por su parte lo publica “porque me siento cómoda, me gusta que la gente lo sepa, podría ser como por presumir o también para que las demás personas sepan que tengo una relación y no anden insistiendo de cierta forma de algo conmigo”. Y prefiere que su novio también lo haga, “porque soy algo celosa, entonces pues por lo mismo de que yo lo pongo siento que si él la tiene las demás chavas tampoco lo van a estar buscando tanto”. Este sentido se define claramente cuando algunos utilizaron la metáfora de “marcar territorio sin tener que orinar en nadie”. En este caso, funciona como una estrategia disuasiva para otros interesados o interesadas en la persona en cuestión. Esta alusión al otro como un territorio propio que debe delimitarse se enmarca en otra metáfora: la pareja como un objeto valioso que se posee, es exclusivo y se protege ante posibles invasores.

Cabe destacar que sobre el tema, son las mujeres las que manifiestan darle mayor importancia. Jesús (19 años) comentó sobre su novia: “para ella era importante que todo mundo supiera que estábamos juntos; que ella estaba conmigo y yo estaba con ella”. Como vemos, aquí se manifiesta la búsqueda del reconocimiento público de la pareja como una manera de asentar la propiedad del ser amado y de expresar el deseo de exclusividad, propio de los ideales románticos.

Para otros de los jóvenes entrevistados el publicar el estatus de pareja no es algo indispensable ni necesario, sino más bien una muestra de inseguridad. Así lo ve Fernando (23 años): “porque si yo ya lo sé no me interesa verlo en otro medio. Si ella ya me dijo, y me explicó cómo se siente acerca de mí, no me interesa que lo ponga en redes sociales”. En otros casos, es un asunto que se acuerda entre los dos, y si ninguno está interesado en ponerlo, no lo publican y ya.

Otro uso que las parejas dan a Facebook en sus relaciones es la publicación de fotos. Estas puden ser “puros selfies11 de ambos, o en reuniones de amigos y viajes. El sentido de publicar tales fotos va en varias direcciones; Ricardo (14 años) por ejemplo, lo hace para evitar chismes sobre si tienen problemas. Al ver las fotos los demás constatan que están juntos. Otra es el de mostrar con orgullo el ser pareja; Jesús (19 años) lo ejemplifica: “las publicaba con mucho entusiasmo. Me gustaba, me gustaba que la gente supiera que estábamos juntos, y que nos gustaba estar juntos”. Una más es el de guardar los recuerdos como hace Alan (25 años): “la manera de almacenarlas de alguna manera es virtualmente, las compartes con las demás personas ahí (en Facebook), más bien por eso, como de un registro”.

Otros jóvenes en cambio no publican fotos, ya sea por lo que expone Perla (22 años): “porque siento que se pierde cierta parte de esa intimidad entre pareja” o Fernando (23 años) a quien le ha causado vergüenza:

 

Porque ella publicaba muchas fotos muy ridículas y canciones que a mí no me gustaban y que se me hacían ridículas también y ella las publicaba en mi muro, y pues mis amigos riéndose de mí. Me echaban carrilla.

 

Las fotos de pareja, al igual que la publicación del estatus sentimental, son una forma de hacer pública la relación, de buscar reconocimiento para la misma. Estas fotos están sujetas al escrutinio del otro, los pares y los adultos que forman parte de esas redes o que acceden a ese contenido a partir de conversaciones cotidianas sobre lo publicado. Para los jóvenes un “me gusta” o los comentarios positivos en una de sus publicaciones de Facebook son signos de aprobación de sus contactos, sean familiares, amigos, pretendientes o conocidos. No obstante, lo publicado sobre la pareja puede ser una fuente de conflictos entre las esferas de socialidad compartidas y aquellas que se viven solo con amigos. Los contenidos que se publican pueden generar gusto ante la pareja, pero vergüenza ante los amigos, como indica uno de los relatos citados.

 

La presencia en la distancia

y la exigencia de inmediatez

 

En otros trabajos hemos reportado que darse tiempo para la relación de pareja es una exigencia entre los enamorados. “Las parejas parecen desear ‘adueñarse’ del tiempo libre del otro en el entendido que conceder tiempo a la pareja es un signo de amor” (Rodríguez-Salazar, 2013, p. 10).

Ahora los jóvenes tienen más oportunidades tecnológicas para estar en comunicación incluso cuando están realizando otras actividades (laborales, de estudio, de recreación, familiares, de traslado, etc.), de modo que es posible que se interesen en comunicar o enterarse qué está haciendo el otro, con quién y en dónde. En algunas parejas, recibir y dar esta clase de información es también un signo de amor, de concesión, de valor a la relación y a la persona, o simplemente de cortesía; te mantengo al tanto de mi ubicación, mi compañía y mis actividades. En algunos casos estas posibilidades de presencia pueden generan exigencias, ansiedades, conflictos personales o con la pareja, ante situaciones de desconexión o escasa respuesta.

En nuestra investigación exploramos las emociones generadas en este sentido preguntando a los jóvenes sobre sus experiencias ante la no respuesta inmediata de mensajes enviados a sus parejas. Observamos que ante estas vivencias algunos no manifiestan signos de ansiedad o frustración, pues tienden a interpretarlas más racionalmente. Por ejemplo, en el grupo de los más jóvenes Ricardo (14 años) dice, “si no me responde pues de seguro está ocupada porque ella tiene muchos hermanos menores, o está ayudando a limpiar la casa o cosas así”;
o como dice Perla (22 años):

 

Siempre pasan ese tipo de cosas de que uno dejó la compu prendida y se quedó conectado y pues uno supone más cosas. Nunca supone uno que es porque no me quiere contestar y ya, me ignoró. No soy como muy dada a esas cosas, ni él conmigo.

 

Sin embargo al aumentar la edad, estas emociones son muy comunes y nacen de interpretar la no respuesta de mensajes como desinterés por el otro. Así lo cuenta Natalia (18 años):

 

Veo que se conecta varias veces después de que le mandé el mensaje y ya hasta que me canso y le digo: “Ah está bien, si no quieres hablar mejor dime”. Y ya ha pasado de que me contesta grosero de que: “Ay es que estoy trabajando”, y ya digo, “ah, pues sí es cierto”.

También lo expresa en ese sentido Jessica (26 años): “mira, a veces me desespera cuando le pongo algo y está en línea y no me contesta y quisiera que existieran como en Messenger los zumbidos para que me haga caso”.

En otros casos, el estar conectado y no responder con rapidez los mensajes efectivamente significa desinterés por la pareja, tal como le ocurrió a Jesús (19 años):

 

Le preguntaba “¿oye por qué no me respondes?” y me decía “es que estoy ocupada” y le respondía “entonces, ¿por qué andas en WhatsApp?”. Se tardaba hasta tres horas en responderme y siempre me decía que estaba ocupada, luego me di cuenta que estaba con otro.

 

Las nuevas posibilidades de comunicación a través de tecnologías están cambiando el significado de la presencia, como lo postula Illouz (2007) y, en consecuencia, se afecta el sentido de lo que significa darse tiempo, interesarse por el otro, o sentirse acompañado. Ahora no solo se clama por la presencia real del ser amado sino también por la presencia virtual, lo cual es tanto una fuente de cercanía en la pareja, como de conflicto real o imaginario ante la falta de respuesta.

 

El stalking: sobreinformación,

espionaje y acoso

 

Facebook lleva un registro de los pensamientos, las emociones y las vivencias compartidas textual o gráficamente a partir del momento en que alguien se une a su plataforma y lo conserva a lo largo del tiempo. Estos registros pueden ser usados con fines de monitoreo, vigilancia y control del otro. En el caso de los jóvenes, estas acciones de vigilancia se nombran con el anglicismo stalkear.12

La práctica de stalkear es reconocida por nuestros entrevistados. Algunos la justifican como una manera de conocer más detalles de la personalidad de sus prospectos, de sus gustos o de su pasado, como complemento para tomar decisiones de cortejo o emparejamiento. Esto implica revisar exhaustivamente el muro, las fotos, posteos y comentarios realizados y recibidos. Esta fase puede llevar a una forma clásica de comenzar un ligue o cortejo con el lanzamiento de frases como “qué bonita estás” o “qué guapo estás”, además de identificar sus intereses y gustos por adelantado. Así lo narra Jesús (19 años) respecto de una chica.

Como que su presencia era bastante marcada, en Facebook principalmente. Pues nunca faltan los mil “Me gusta”, comentarios de “ay, vi que publicaste esto, vi que comentaste esto, vi que te publicaron esto”. Y que al fin de cuentas te das cuenta que veía absolutamente todo lo que tú hacías en Facebook.

 

También Lalo (20 años) narra una experiencia de este tipo:

 

—¿Y cómo fue eso de tu novia? ¿Ella cómo supo de ti para agregarte?

—Pues yo le gustaba ... y me stalkeó y me agregó y pues ya yo la acepté y empezamos a platicar.

 

Por su parte, Rebeca (15 años) cuenta una historia semejante, aunque más bien le dio miedo y evitó contactos posteriores:

 

Hace poquito me agregó un tipo y me dijo “hola cómo estás”; y yo “mmm hola” y me dijo “me encontré tu Instagram y te empecé a stalkear” y no sé cómo una persona que no conozco me puede haber hecho tantas preguntas y yo “¿qué pedo?”, y me dijo “no puedo creer que me haya pasado todo un día buscando tu Facebook” y yo, “no pues, ¡queeee miedo!”.

 

En estos casos stalkear es sobre todo una práctica previa para establecer alguna estrategia de contacto, cortejo o ligue y se usa para explorar posibilidades de comunicación con el sujeto de interés. Esto, desde la experiencia de los jóvenes, constituye un acceso al conocimiento personal del otro en poco tiempo que conlleva a sentirse más atraído por alguien, o en su caso, a diseñar una estrategia acorde con lo que sabe son sus gustos y preferencias.

Sin embargo, stalkear es también una manera de acceder a información para vigilar al otro, así como para evaluar la competencia o las amenazas que pudieran representar los amigos o amigas de redes sociales. Encontramos que las redes sociales incrementan la necesidad de quienes están enamorados de tener un conocimiento más amplio del mundo del otro, de sus amistades, de sus exparejas, de su pasado y de su presente. Las redes sociales permiten desplegar tal deseo de una manera muy amplia revisando los perfiles de sus amigos, sus muros,13 fotos y demás publicaciones, así como identificando quiénes les dieron “me gusta”. Jesús (19 años) lo narra: “sí lo hacía. Precisamente por eso, para saber lo que ella hacía, lo que le decían, lo que ella decía, lo que le publicaban, quién, por qué, para qué, cómo”. Lalo (20 años), por su parte, admite revisar los perfiles de quienes le dan like a lo que publica su novia:

 

—Si tiene muchos likes o algo así, sí reviso quién, pero rara vez …

—¿Para qué?

— Pues nomás, para ver quién puede andar detrás de ella que yo conozca.

 

En este mismo sentido Paloma (29 años) narra que:

 

—Si no sabes te da curiosidad saber quién es (quien le pone likes a tu novio), de dónde lo conoce. Al principio me pasó porque no sabía si la chava estaba guapa, si había sido su novia, o su amante o qué; y ya me metía al perfil de la chava a ver si estaba casada, tenía hijos o qué.

 

En estos fragmentos los jóvenes reportan vigilar o “chismear” sobre otros y otras a través de las tecnologías para ver si están más guapos o más bellas que sus rivales reales o imaginarios, para valorar en qué medida les representan una competencia o una amenaza a su relación de pareja, o para identificar e interpelar directamente con reclamos o advertencias. Es común que los jóvenes quieran saber de sus propios exnovios (o exnovias) para enterarse cómo ha seguido su vida, si tienen una nueva relación, si esa nueva pareja tiene mejores o peores atributos. Por ejemplo, Almeja (22 años) cuenta que un exnovio conoció a una chava por Facebook y la cortó por ella:

 

—¿Y qué sentiste?

—¡Ay estaba muy, muy destrozada! ¡Estaba muy triste! ... La verdad me dolió sobre todo porque como por ser redes sociales pude saber quién era ella, pude ver alguna foto y algo así. Así que estaba muy bonita, la verdad, entonces ¡eso fue lo que me dolió! Como que me haya dejado por ella que estaba súper bonita, y súper buena onda, pues como que me dolieron esas cosas.

 

También algunos jóvenes entrevistados narraron experiencias de stalkear los muros de los exnovios de sus parejas actuales con el propósito de valorar si constituyen todavía una amenaza. Admitieron examinar las fotos con el afán de conocer sus cualidades y atributos físicos, si son guapos o bonitas, lo cual, en caso de serlo, preocupa a los interesados. Así lo declara Fernando (23 años):

 

Yo creo que es mera curiosidad por compararme a mí mismo, yo sé que a lo mejor no es algo muy sano pero sí era por compararme a mí mismo, como para darme ánimos de que “yo soy mejor que él, qué importa que ella haya salido con él”. Sí era algo de inseguridad, pero sí lo llegué a hacer.

 

Esta práctica también les sirve para observar el ingreso de nuevas personas al espacio del otro, como lo hace Alan (25 años): “la mayoría yo los conozco, sé quiénes son. Pero cuando hay una persona nueva que se introduce a su medio social, pues sí le pregunto qué onda con él o él de dónde salió”.

Otros jóvenes, sin embargo, desdeñaron estas prácticas como algo que no les llevaría a ningún lado pues lo importante en la pareja es tenerse confianza, mientras otros la criticaron abiertamente como “pérdida de tiempo” o cosa de “enfermos”.

 

Los celos por las fotos y otros registros

 

Para Collins (2009) el amor y el sexo crean relaciones de propiedad, es decir, marcan un derecho de posesión hacia una persona, a impedir que otro la posea, así como la disposición de la sociedad para respaldar esos derechos. Una de las principales fuentes de conflictos en las parejas es el asunto de la infidelidad o el engaño, o dicho de otro modo, las amenazas a la exclusividad afectiva y emocional entre la pareja. Esto se considera uno de los motivos más fuertes para enojarse y más que suficiente para terminar una relación de pareja (Rodríguez-Salazar & Rodríguez-Morales, 2013). Como lo plantea Sharpsteen (1991) los celos involucran creencias, temores o sospechas de que algo preciado está en peligro de perderse y podemos entenderlos como una experiencia emocional compuesta de al menos tres emociones básicas: ira, tristeza y miedo.

De acuerdo con nuestros resultados, los principales conflictos que emergen en las parejas asociados a los usos de tecnologías son por celos. Parece que van de la mano con un mayor uso de aplicaciones de mensajería instantánea o de redes sociales como forma de comunicación íntima, con la posibilidad de conocer, así como de controlar más, lo que se sabe acerca del otro. Esta sobreinformación en torno al otro y sus interacciones reales o virtuales desencadena emociones de desconfianza y celos. Una clase de información que está involucrada en conflictos por celos son las fotos y las muestras de aprobación que las acompañan.

Las fotografías tienen múltiples usos en la relación de pareja, así como muchas consecuencias según quién las publique y en qué circunstancias. Illouz (2007) ha destacado la importancia de la fotografía en la conformación de los perfiles en los sitios web para concertar citas románticas o sexuales. Esta importancia también se refleja en los perfiles y las publicaciones de los jóvenes entrevistados en nuestra investigación. Una gran parte de la obtención de likes o comentarios de aprobación responden a fotos donde alguien se ve guapo o guapa, sean las del perfil, del muro o biografía de Facebook o de otras redes sociales en las que se publican fotos, como Instagram.

En los casos analizados, las fotos son un instrumento para buscar reconocimiento de la belleza y otros logros posibles, para hacer visible la relación y mostrar que las cosas van muy bien en la pareja y, en consecuencia, marcar la propiedad de uno sobre el otro. En nuestras entrevistas, las fotos están involucradas en las narraciones de problemas de pareja de los jóvenes por el uso de redes sociales o mensajería instantánea. En diversas ocasiones, las fotos, los likes y los comentarios que las acompañan se usan para provocar celos, sea por un tercero o por los propios miembros de la pareja, y en otras, los celos emergen de for-
ma inesperada e injustificada a partir de sobreinterpretaciones, o de manera justificada ante una falta de cálculo de que una situación se pudiera hacer pública en redes sociales. Las fotografías que causan intriga en uno de los miembros de la pareja conllevan a situaciones de cuestionamiento, conflicto o sospechas, como nos cuenta Fernando (23 años):

 

Veía una foto y yo no sabía dónde estaba ella y le preguntaba así como de conversación normal ¿no?, “¿y dónde era eso?”. Y se molestaba porque pensaba que la estaba interrogando como si me estuviera poniendo celoso y pues yo le decía: “no, es que no son celos, no sabía que habías ido allí y estoy intentando conocerte” (risas). Pero sí se agüitaba por muchas cosas.

 

Ante los celos por fotos publicadas en redes sociales, los jóvenes reaccionan también de modos muy variados; algunos discuten abiertamente el derecho o no a tomarse fotos con amigos y si eso representa o no una amenaza para la relación. Así lo cuenta Jessica (26 años):

 

Sí pasó una vez que salí con un amigo y nos tomamos unas fotos y yo no le alcancé a platicar (al novio) que iba a salir con él, entonces las subí y le dieron muchos celos. Me la hizo de tos; cuando yo no se la he hecho (de tos) muchas veces. Entonces me dijo que él podía salir con amigas y tomarse fotos así juntitos. Lo peor fue que le molestó la publicación.

 

También algunos comentarios en redes sociales tienen el propósito de generar celos, que se dirigen a una persona pero con el interés de que otra lo registre. Lo que cuenta Pedro (23 años) tiene este sentido:

 

—¿Oye y alguna vez te provocó alguna emoción como molestia, incomodidad alguna publicación ... ?

—Sí, celos. Me llegaron a dar celos por cosas.

¿Cómo qué?

—Pues por ejemplo, ella tenía un amigo ... que siempre he pensado y pienso que quiere con ella. De repente le mandaba así como que: “Ah qué padre nos la pasamos en el concierto”. De antes de conocerme no me molestaba ni nada pero le decía: “A ver cuándo salimos tú y yo, no invites a tu novio”. O sea, cosas así que yo digo: “Oye qué pedo ¿no?”.

 

Los celos también se producen ante la comunicación por mensajes privados como los que ocurren en WhatsApp, generando curiosidad o sospechas sobre con quiénes entablan conversaciones por texto. La experiencia de Natalia (18 años) es ilustrativa:

 

Una vez yo estaba con mi novio y me llegó un WhatsApp y lo revisé y nada más vi que se les estiraron los ojos muchísimo y se puso súper raro y dijo: “Es que tienes un montón de conversaciones en WhatsApp“, y le digo: “Pero son conversaciones familiares: con mi papá, mi hermana, mi abuelita, o sea con todos y hasta contigo, o sea no sé por qué te enojas” y ya me dijo: “No pues es que quién sabe con cuántos hombres hablarás”. Entonces me hizo como una escenita de celos pero sin importancia. Y ya como jugando me agarró el celular y me cambió la contraseña del celular.

 

Las contraseñas, la vigilancia y el control

 

Un tema especialmente revelador del efecto que tienen las nuevas tecnologías en las relaciones de pareja es la práctica de compartir la contraseña o negarse a ello. Tal asunto concentra un profundo significado respecto de la confianza entre ellos o en un sentido inverso, al respeto al espacio personal ajeno a la pareja. Otorgar la contraseña de sus redes sociales o de su celular a la pareja constituye una nueva prueba de amor que algunos jóvenes se exigen entre sí como muestra de confianza absoluta, prueba que unos rechazan y otros aceptan.

Para algunos jóvenes el pedir la contraseña a la pareja es algo inaceptable y genera intensos conflictos. Por ejemplo, para Fernan-
do (23 años), quien se la negó a su novia:

 

No tenía nada que ocultar, simplemente yo le daba tanto de mi tiempo y tanto de mi persona en general que sentía que si le daba mi contraseña de Facebook ya estaba perdiendo toda posesión de mí. Necesitaba sentir como que todavía tenía algo mío, como mi celular también tenía contraseña, también me la pidió y nunca se la di. Y sí se agüitó y lloraba y me hacía berrinche porque no se la daba y pensaba que la estaba engañando por eso, pero no, simplemente era como de saber yo que tengo algo para mí solamente. Es casi como una necesidad humana tener tu privacidad.

 

Las peticiones de la contraseña parecen ser más comunes entre las mujeres que entre los hombres; Alan (25 años) por ejemplo, cuenta que para él, su novia se la pidió:

 

Pues por control, ¿no? Digo (risas) a mí ya se me olvidó la contraseña de mi novia porque me vale madre (risas), pero generalmente eso de las contraseñas es como para querer tener el control pero creo que mientras más va madurando tu relación, más dejas ir esas cosas.

 

También está el caso de que se comparten las contraseñas y a partir de eso se descubren engaños o se obtienen evidencias del mismo, Jesús (19 años) cuenta:

 

Cometimos el error de darnos las contraseñas de Facebook. Y ella cometió el error de nunca cambiarla (risas). Y poquito más tonto yo porque se me ocurrió meterme para quitarme de dudas, y sí, efectivamente, andaba con otro.

Cuando se comparte la contraseña, es posible que los jóvenes realicen actos de intrusión al grado en que la pareja se asigna el derecho de borrar fotos, contactos o todo aquello que desde su perspectiva no sea deseable, sin consultar al dueño o dueña del perfil, en algunos casos, desencadenando un conflicto o ruptura, pero en otras, con aceptación o concesión obligada. La obtención de la contraseña se vuelve el inicio de una cadena de reclamos por los registros textuales o gráficos acumulados. Contrariamente a lo que se pudiera pensar, el control pueden tratar de imponerlo tanto las chicas como los chicos. La narración de Pedro (23 años) es ilustrativa al respecto:

 

—¿Y alguna vez se llegaron a pedir las contraseñas de Facebook?

—Sí, por ahí empezaron los problemas mayores. Bueno, sí ya había problemas de ella de celos, celos hasta que no son ... normales. Nos dimos la contraseña, yo nunca revisé su Facebook, o sea nunca me metí a ver; entonces un día me habla y me dice: “Oye estoy viendo tu Facebook y tú tienes pláticas de seis meses antes de andar conmigo donde te estás ligando a una chava”. Y le dije: “Pues sí, sí lo hice, pero fue muchísimo antes”. Y empezó a pelearme, a decirme, se armó un pleito horrible, entonces yo de la desesperación me metí a su Facebook y le dije: “Bueno, tú tienes pláticas con tu exnovio”, y le digo: “A mí me vale madre si tienes pláticas o no con él, no me importa para nada pero tú por qué estás criticando. Yo no tengo nada que ocultarte por eso no me molesta que tú revises mi Facebook, no tengo pláticas donde estoy ligando con nadie, no tengo nada. De ti para atrás tengo cosas, o sea tuve muchos años mi Facebook, tengo muchas cosas ... Imagínate qué hueva, cuántas horas estuviste ahí buscando hasta que encontraste algo que te molestó”. Entonces ella: “Pues ahora voy a leer todos tus mensajes, y voy a empezar a investigar”.

 

En este caso los constantes conflictos que emergen con la pareja por malentendidos alrededor de Facebook denotan intentos de control y concesiones al mismo tiempo, aunque con fuertes dosis de conflicto, narra Pedro (23 años):

 

Me empecé a enojar tanto que le dije: “Ya, ya estoy harto, ¡a la chingada, voy a cerrar mi Facebook!”, “Si lo borras me voy a enojar porque, ¿qué tienes que ocultar?”, y le dije: “Lo que tenga que ocultar y lo que no tenga que ocultar es mi pedo, desde que andamos juntos yo he sido una persona bastante paciente, bastante honesto, te he sido muy fiel y sigo siendo y seré siempre fiel contigo, pero estoy muy molesto de que todo el tiempo tengamos problemas por el Facebook” ... Me hizo borrar en primer lugar a todas mis amigas, a todas las mujeres, osea no tenía mujeres en Facebook.

 

Conclusiones

 

Internet, y en especial las redes sociales virtuales, han ampliado las posibilidades de socialidad para encontrar una pareja, sea para relaciones formales o informales, y la exploración de tales posibilidades implican bajos costos económicos y emocionales. Las vivencias de nuestros entrevistados muestran nuevas formas de cortejo o ligue que constituyen adaptaciones de estrategias presenciales de acercamiento como el saludo, el piropo o el comentario adulatorio y la invitación a salir. No obstante, con la mediación tecnológica, es más fácil y rápido emplear estas estrategias ante un mayor número de personas. El acceso a parejas potenciales se ha incrementado, así como la posibilidad de “conocerlas” a través de sus perfiles de redes sociales antes de iniciar algún acercamiento. Sin embargo, como describimos antes, no solo se han ampliado estas posibilidades de socialidad, sino también las zonas de observación y vigilancia del otro.

Los jóvenes tienen mayores opciones tecnológicas para explorar el mundo de las personas que les interesan, de sus experiencias y amistades, sin la necesidad de consultarlas directamente, y estas opciones son generadoras de conflictos en relaciones iniciales o establecidas. Los jóvenes toleran o minimizan muchos de los actos de observación, intrusión, vigilancia o control a través de las tecnologías de comunicación, además que los practican con escaso sentido autocrítico. Al parecer, las normas que regulan los usos de esas tecnologías en las parejas todavía son muy laxas y los jóvenes no han encontrado criterios para distinguir cuándo una comunicación continua, que exige inmediatez, es un asunto de estar en contacto, y cuándo se convierte en un asunto de vigilancia; cuándo el sentido de propiedad y los celos constituyen una amenaza a la libertad y la autonomía, más que un signo de amor.

También observamos que conforme aumenta la edad, los jóvenes ponen más límites o se sienten menos motivados para observar, vigilar o controlar; lo mismo ocurre cuando las relaciones de pareja adquieren estabilidad. Es importante mencionar que las mujeres manifestaron en mayor medida deseos por observar y controlar a sus parejas, así como mayor necesidad por anunciar o exhibir sus relaciones amorosas frente a familiares y amigos.

Resulta sumamente revelador constatar que las nuevas tecnologías de la comunicación poseen no solo esa dimensión liberadora y prometedora para la socialidad, sino también otra que potencia y profundiza rasgos de las relaciones amorosas que hunden sus raíces en modelos y roles de género que se resisten al cambio aún en la era digital.

La exploración de tales asuntos en el grupo de jóvenes, incluso con todas las variaciones entre ellos derivadas de su edad, género y actividad, revela de manera nítida, cual metáfora, los innumerables cuestionamientos, dudas e incertidumbres en torno a las formas de relación amorosa de nuestro tiempo, afianzadas aún en un romanticismo tradicional insertado en un contexto que otorga mayores espacios para la autonomía y la independencia individuales. Como vimos a lo largo de este texto, la diversidad de prácticas y actitudes al respecto revela un fenómeno al parecer contradictorio: mayores libertades y capacidades para la expresión y la comunicación, generan también mayores conflictos y deseos de control y pertenencia.

 

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Fecha de recepción: 23/09/14. Aceptación: 23/03/15.

1 Este artículo se realizó como parte del proyecto de investigación “Hacia una sociología del amor: representaciones y prácticas en torno al amor y la relación de pareja en jóvenes de la zona metropolitana de Guadalajara”, financiado por el Consejo Nacional de Ciencia y Tecnología (conacyt) con clave de registro: 2008-01-103206.

2 Universidad de Guadalajara, México.

Correos electrónicos: tania.rs70@gmail.com y zeydaisabel@hotmail.com

Av. Parres Arias 150, Col. Belenes, C.P. 45100; Zapopan, Jalisco, México.

3 De acuerdo con Giddens (1998) el amor romántico surge a finales del siglo xviii asumiendo los ideales morales del cristianismo: unidad mística entre hombre y mujer y la idealización y el sacrificio por el otro. El amor romántico, en contraste con el amor pasión, proyecta una trayectoria vital a largo plazo, “en el amor romántico, los afectos y lazos, el elemento sublime del amor, tienden a predominar sobre el ardor sexual” (p. 46).

4 Recordemos que el Instituto Mexicano de la Juventud considera dentro de la categoría jóvenes a quienes estén entre los 12 y 29 años.

5 Nuestro agradecimiento a Marcela Gómez, Linet Rodríguez y Nimsi Arroyo, estudiantes de la Licenciatura en Comunicación Pública de la Universidad de Guadalajara, por la realización de entrevistas de excelente calidad, así como a Paulina Reynaga, estudiante de la misma licenciatura, quien es asistente del proyecto general y ha realizado un trabajo ejemplar de revisión de literatura, entre otras actividades de apoyo.

6 Las entrevistas se realizaron a partir de una guía de entrevista semiestructurada que daba libertad a las entrevistadoras para profundizar en aspectos particulares, para cambiar el orden o la forma literal de las preguntas. Esta guía contempló: 1. Perfil del entrevistado: datos sociodemográficos básicos (sexo, edad, colonia de residencia, posesión y usos de tecnologías de comunicación (smartphone, celular, computadora, entre otras; así como formas y lugares de acceso a Internet); 2. Expresión y comunicación: usos del celular y de la aplicación WhatsApp, así como de redes sociales en los ámbitos de las relaciones interpersonales en general, en la amistad, el cortejo y la pareja; 3. Conflictos de pareja: prácticas o experiencias negativas asociadas a redes sociales o al texting por celular; 4. La comunicación tecnológicamente mediada: ventajas y desventajas de la escritura y de recursos icónicos para expresar emociones o estados de ánimo; 5. Apego al equipamiento: expresiones estéticas y afectivas en torno a los dispositivos tecnológicos.

7 Las 11 opciones para informar sobre la situación sentimental en Facebook son las siguientes: soltero(a), tiene una relación, comprometido(a), casado(a), mantiene una relación civil, tiene una pareja de hecho, tiene una relación abierta, es complicado, separado(a), divorciado(a) y viudo(a) (Facebook, s.f.).

8 El término cortejo se refiere a las actividades realizadas entre los jóvenes con el fin de establecer una relación de pareja más o menos formalizada, mientras que el término ligue lo usamos para referirnos a las actividades emprendidas con el fin de tener encuentros casuales o relaciones sexuales pasajeras.

9 Se entiende como “españolización del término inglés ‘to post’ (se puede traducir como: enviar, publicar, mandar). Postear es la acción de enviar un mensaje a un grupo de noticias, foro de discusión, comentarios en sitio web o un blog, a una publicación de Facebook o en Twitter, etc.” (Alegsa, 2014).

10 La expresión like es la forma para decir “me gusta”, opción cuyo uso explica su mismo manual: “Hacer clic en Me gusta en algo que tú o un amigo publica en Facebook es una forma simple de decirle a alguien que es de tu agrado, sin dejar un comentario. Al igual que sucede con los comentarios, si haces clic en Me gusta, se indicará debajo del elemento” (Facebook, s.f.).

11 Se refieren con este término a los autorretratos tomados con cámara o celular.

12 Proveniente del verbo stalk que suele traducirse como acechar, espiar o del sustantivo stalking que significa acoso.

13 El “muro” significa el lugar en el que el usuario describe su perfil en Facebook, ahí coloca mensajes y todas las cosas que postea a sus amigos; es su espacio de expresión.