Cambio social y estudios de agenda.

Análisis crítico y algunas ideas para el estudio del caso cubano

Social change and agenda-setting research. Critical analysis and some ideas to study the Cuban case

 

José Raúl Gallego Ramos1

 

 

El artículo analiza algunas limitaciones de la teoría de la agenda setting en la integración de los cambios sociales a su estudio y sugiere vías para su superación a partir de tres propuestas teóricas con el objetivo de incidir sobre sus aspectos ontológicos, epistemológicos y axiológicos, así como revertir el instrumentalismo y fragmentación que caracterizan a la mayoría de estas investigaciones. Utilizando como ejemplo el caso cubano, se aportan un grupo de ideas que pudieran contribuir a un análisis más complejo de las relaciones entre agendas teniendo en cuenta los procesos de transformaciones sociales.

 

Palabras clave: Epistemología, agenda setting, cambio social, condiciones contingentes, Cuba.

 

The article assesses the limitations of the Agenda-Setting Theory regarding the inclusion of social changes into this kind of study, and suggests how to improve it considering three proposals aimed at modifying the ontological, epistemic, and axiological aspects of the Agenda Setting Theory, and purging it from the usual instrumentalism and fragmentation in most of this type of research. Having the Cuban case as example, this paper brings some ideas that might contribute to an increase of the complexity of the agendas relationships analysis that take care of social change process.

 

Key words: Epistemology, agenda-setting, social change, contingent conditions, Cuba.

 

Introducción

 

En el todavía corto pero fecundo tiempo de existencia de los estudios comunicológicos, decenas han sido las teorías, hipótesis y nociones que se han desarrollado en diversas latitudes sobre los efectos sociales de los medios de comunicación. En poco menos de un siglo el campo de
investigación en esta área ha oscilado indistintamente entre el temor/fascinación por medios omnipotentes y la pretensión ingenua de efectos casi nulos ante un receptor ecuánime, incólume e inalterable (McQuail, 2000; Wolf, 1994).

Más allá de las diferencias –e insuficiencias– epistemológicas y metodológicas de estos cuerpos conceptuales, no puede perderse de vista que entre las causas de estos vaivenes se encuentran las diversas y constantes transformaciones que alteran y modifican el devenir social e implican a los propios medios de comunicación. Ésta precisamente ha sido una de las grandes deudas de muchas teorías de la comunicación y a la vez causa principal de caducidad: la ceguera ante el cambio social o la imposibilidad de incorporarlo orgánicamente.

El manto positivista que durante mucho tiempo cubrió –y cubre aún– buena parte de la investigación en el campo, la propia falta
de madurez de éste (Peters, 1986; Vassallo, 1999; Vidales, 2011) y los determinismos de las estrechas relaciones entre comunicación, política y poder (Martín-Barbero, 1998; Otero, 2010), han sido algunos de los factores que intervienen en el corto alcance de muchas teorías de la comunicación que no logran trascender contextos específicos, ya sean geográficos o temporales.

Entre los cuerpos teóricos referentes a los efectos sociales de los medios que han sido desarrollados en los últimos años, uno de los que exhibe mayor expansión –tanto académica como geográfica– es la teoría de la agenda setting. Tantas han sido las áreas gnoseológicas en las que ha sido adaptada o se ha adentrado esta teoría que ha sido acusada de “expandir excesivamente el concepto de agenda setting y colonizar otras teorías” (Kosicki; Pan & Kosicki citados en Takeshita, 2004, p. 366), mientras que algunos con recelo plantean la duda de “si han descubierto nuevas tierras o simplemente bautizan con nuevas palabras asuntos y conceptos que ya estaban investigados hace años” (Valbuena, 1997, p. 532).

No obstante, la agenda setting tampoco ha estado exenta de problemas para lidiar con los cambios sociales e interpretarlos oportunamente. De hecho, entre las críticas formuladas a esta teoría se encuentra ignorar “las características de cada país como potenciales condiciones contingentes2 de la fijación de agenda” (Peter, 2003, p. 684), e incluso, ante la evidente ausencia de visión sistémica que padecen muchas de estas investigaciones, el propio McCombs3 (2012) ha reconocido, utilizando una metáfora, que se tiende a “analizar los árboles, pero no a ver el bosque” (p. 7).

El objetivo de este trabajo es precisamente realizar un análisis crítico de dichas debilidades y sugerir vías para su superación a partir de las propuestas epistemológicas y teóricas realizadas por Ball-Rokeach y DeFleur (1976); Martín Serrano (1993), Sánchez Ruiz (1992), las que desde posturas articulacionistas permiten una integración orgánica entre comunicación y cambio social.

Consciente del potencial teórico que encierra la teoría de la agenda setting –a pesar de todas las críticas que pueden formulársele– este tipo de ejercicios resulta de vital importancia para una mejor comprensión de esa compleja urdimbre entre comunicación y sociedad que durante siglos ha trasnochado a las ciencias sociales.

Este artículo comienza con un breve acercamiento a los estudios de agenda y su evolución, seguido de un epígrafe dedicado al análisis de algunos de los señalamientos formulados a esta teoría, con énfasis en aquellos que aluden a sus deficiencias para integrar los diferentes niveles sociales y los cambios que en ellos se generan. Posteriormente se discute acerca de cómo superar dichas limitaciones a partir de un grupo de propuestas teóricas y luego se procede a reflexionar sobre algunos elementos a tener en cuenta para el desarrollo de los estudios de agenda en Cuba en medio de un escenario de transformaciones. Por último se presentan las conclusiones del estudio y la bibliografía empleada.

 

Los estudios de agenda

 

Aunque según los creadores de la teoría de la agenda setting pueden encontrarse antecedentes de la misma en la obra de otros autores, se reconoce su nacimiento con la investigación realizada en 1968 por McCombs y Shaw (1972) en Chapel Hill, North Carolina y publicada cuatro años después en la prestigiosa revista Public Opinion Quarterly bajo el título “The agenda-setting function of mass media”. Esta es la primera vez que aparece empleado el término agenda setting, que ha sido traducido al español como fijación o establecimiento de agenda.

La hipótesis probada en este primer estudio fue que “los medios fijan la agenda de cada campaña política, influenciando la relevancia de las actitudes (del público) hacia los temas políticos” (McCombs & Shaw, 1972, p. 177), lo cual los llevó a asumir que “los lectores aprenden no solo acerca de un determinado tema, sino también cuánta importancia atribuirle a partir de la cantidad de información que brinda la prensa y su posicionamiento” (p. 176).

Cuarenta años después este planteamiento se ha ido transformando y perdiendo algunos de sus límites iniciales (restricción a temas públicos, campañas políticas, agendas mediáticas) hasta transformarse en una definición mucho más abierta y abarcadora que plantea de manera sencilla que “Agenda setting es la transferencia de relevancia de una agenda a otra” (McCombs, 2010, p. 199), en lo cual han influido los descubrimientos de las siguientes cuatro fases de estudio en las que se indagaba sobre las condiciones contingentes en el efecto, la agenda de atributos,4 la agenda building,5 la agenda melding6 y las consecuencias del efecto de la agenda setting.

De esta manera la teoría ha expandido sus horizontes y ampliado sus pretensiones como instrumento para explicar la complejidad de los procesos de comunicación pública y sus efectos. Sin embargo, a medida que la agenda setting ha sido trasladada a otros contextos geográficos y el propio paso del tiempo ha reconfigurado los escenarios de investigación, el cambio social se ha presentado como uno de los aspectos a tener en cuenta para dotar a la teoría de la cientificidad y veracidad que se necesita.

Una de las áreas que mayores posibilidades brinda a este empeño es el estudio de las condiciones contingentes en el efecto de la agenda setting –entendidas como “variables intervinientes” (Dearing & Rogers, 1996, p. 50) que refuerzan o inhiben el impacto de fijación de agenda– toda vez que en ellas se articulan el conjunto de factores que pueden incidir en la relación entre las agendas. No obstante, una revisión de las principales condiciones contingentes que se han investigado, arroja que éstas se centran demasiado en el nivel individual o microsocial e incluso, no tienen en cuenta la acción sobre este nivel de factores macrosociales; un viejo problema de una parte de la sociología estadounidense que se trasladó a los estudios sobre comunicación.

Seis han sido las variables más trabajadas entre las que se incluyen la necesidad de orientación, las variables relacionadas con la conducta de los individuos, demográficas, de actitud, el tipo de medios y el tipo de temas (Casermeiro, 2004; McCombs, 2006; Rodríguez Díaz, 2004). La propia concepción de estos elementos como variables –con toda la herencia positivista que ello implica– lastra desde el inicio una comprensión cabal del proceso comunicativo, ya que solamente apuntan hacia factores específicos, dejando fuera otro grupo importante de elementos, sobre todo, el conjunto de mediaciones que si bien no constituyen condiciones contingentes en sí mismas, se articulan con el proceso comunicativo en sus diferentes momentos –producción, circulación, consumo– y desde los distintos niveles sociales para incidir en dicha relación. A esto se suman los problemas metodológicos propios del empirismo estadounidense al estudiar la influencia de estas variables en la relación entre agendas.

Y es allí, en ese entendimiento fragmentado y distorsionado del proceso comunicativo y de los factores que en él intervienen, donde radican las principales debilidades que ha mostrado esta teoría para analizar de manera coherente y más allá de lo empírico, el cambio social.

 

Limitaciones epistemológicas que atentan

contra la comprensión del cambio social

 

Antes de ahondar en las mencionadas limitaciones, es preciso dejar claro qué entender por cambio social, una categoría sumamente conflictiva y que en su conceptualización encierra posicionamientos epistemológicos y políticos de quien la enuncia. No debe olvidarse que, como plantea Cuche (2002): “Las luchas de definición son, en realidad, luchas sociales, puesto que el sentido que hay que darle a las palabras proviene de compromisos sociales fundamentales” (p. 7).

Según el Diccionario de Sociología editado por Giner, Lamo de Espinosa y Torres (2001): “Cambio es toda sucesión de diferencias en las características (atributos, determinaciones) de algo. Hablamos de cambio social cuando aplicamos tal concepto a cualquier fenómeno social” (p. 75). Partiendo de este concepto, pero en busca de una mayor exactitud, se prefiere asumir como cambio social la sucesión de transformaciones en cualquiera de los niveles del sistema social (infraestructura, estructura y supraestructura) o las provenientes de otro sistema externo que impliquen reajustes para el sistema social en su conjunto.

Volviendo a los estudios de agenda, si se quiere ser justo, tendría que decirse que su problema no está en obviar por completo todos los cambios sociales. La propia evolución de estos estudios muestra cómo han tenido en cuenta los cambios infraestructurales tecnológicos y la apertura de nuevos canales de comunicación como pueden ser Internet (Schafer, s.f.), los blogs (Murley & Roberts, 2005; Rostovtseva, 2009) o las redes sociales (Groshek & Groshek, 2013). Sin embargo, la dificultad radica en que lo han hecho de manera fundamentalmente empírica, es decir, extienden el estudio a las nuevas áreas, realizan mediciones, cálculos, experimentos de laboratorio, pero muy pocas veces se observa una reflexión teórica profunda que permita trascender los datos puntuales obtenidos, y como señala oportunamente el profesor español Dader (1990) “saber no siempre equivale (y a menudo supera) a probar empíricamente” (p. 7).

Puede decirse que las cuatro limitaciones fundamentales de la agenda setting en cuanto a interpretación del cambio social radican en:

 

1. Tomarlo como un estado de cosas dado, desconociendo la evolución del fenómeno.

2. No desentrañar cómo las diferentes transformaciones que forman parte de dicho cambio afectan las relaciones entre las agendas.

3. No prestar igual atención a los cambios ocurridos en el nivel estructural y supraestructural.

4. La pobre articulación entre las diferentes variables o factores que intervienen en la relación entre agendas.

 

Allí está el quid de la cuestión; más cuando se conoce que todos estos problemas están íntimamente relacionados, por lo que cada uno de ellos es causa y a la vez consecuencia de los otros.

Al respecto Dader (1990) ha proferido un señalamiento que dos décadas después no parece haberse solucionado:

 

Continúan esclavos de la misma carencia inicial: la indigencia intelectual del positivismo no ilustrado, ignorante de la comprensión del mundo aportada por el razonamiento sociológico y filosófico, e incapacitado además para el ejercicio lógico-deductivo del que se nutre este conocimiento abstracto. Las propuestas de los empiristas son de ampliación, no de profundización. No escapan del plano epidérmico de la observación exterior no interpretada axiológicamente (p. 7).

 

Ya en la introducción de este artículo se señalaba la crítica a desconocer las características específicas de cada país como condiciones contingentes y aunque en épocas recientes, varios estudios de agenda –sobre todo aquellos realizados en países con condiciones sociopolíticas que difieren de las llamadas democracias occidentales– parten de una descripción del contexto histórico y mediático en que se enmarcan
(Kai, 2010; Mohamed & Gunter, 2009; Ngoa, 2006; Valenzuela & Arriagada, 2010), no trascienden realmente la mera intención referencial ni buscan una compresión profunda de los fenómenos para valorarlos como mediaciones determinantes sobre los efectos sociales de los medios.

Por ejemplo, una tesis doctoral realizada en Nigeria reclamaba abandonar el mediacentrismo característico de los estudios clásicos de agenda y atender otros factores propios de contextos rurales y que en determinadas circunstancias funcionaban como fijadores de agenda, mucho más que los medios tradicionales.

 

En contextos de una pobre cultura mediática, como es el caso de África, especialmente en sus áreas rurales, los modernos o más influyentes medios de comunicación probablemente no fijen la agenda territorial de la gente, quienes operan desde el prisma de las estructuras establecidas de la comunidad ... El chisme puede tener cierta connotación negativa en Chapel Hill y los rumores en el más puro de los significados pueden no representar la mejor forma de intercambiar información en Erie County, Ohio o Elmira, Nueva York, pero en África, especialmente en el África rural, no son llamados ni chismes ni rumores. Son simplemente comunicación, comunicación de boca en boca (persona a persona) (Ngoa, 2006, pp. 337-338).

 

En estos casos es imposible entender la relación que se establece entre medios y públicos, o los determinantes de las agendas públicas, si no se parte de un conocimiento de las dinámicas políticas, económicas, culturales, cognoscitivas, del devenir social del objeto de estudio. Al tomar el propio contexto como un simple telón de fondo estático y no tener en cuenta la interrelación dialéctica que se establece entre éste y los sujetos, es muy difícil llegar a la esencia del fenómeno y trascender la descripción referencial.

Aspectos como la organización familiar en que se producen los fenómenos de recepción, los procesos de hegemonía cultural, el posicionamiento ideológico de los medios, su vinculación e identificación con el sistema político, por solo citar algunos, son factores poco estudiados en la tradición de investigación de la agenda setting que pueden resultar decisivos y con altísima influencia a la hora de establecer distancias o concordancias entre diferentes agendas.

Aquí se encuentra una de las causas por la cual numerosas investigaciones continúan discutiendo si tienen mayor poder de fijación de agenda la prensa (Canel, Llamas & Rey, 1996) o la televisión (Benton & Frazier, 1976), centrándose solamente en sus características tecnológicas y en el ámbito de recepción, pero desentendiendo la compleja red de relaciones políticas, económicas, culturales en que se encuentra inmerso el medio que estudian. No se trata de una televisora o un periódico en abstracto, sino de una organización mediática específica e históricamente situada.

Como ha expresado claramente Wolf (1994): “hablar de efectos a largo plazo significa abandonar una perspectiva mediacéntrica en favor de un planteamiento capaz de individualizar causas añadidas y también direcciones contrastantes de influencia” (p. 137).

Incluso, en el terreno de las transformaciones infraestructurales –el área donde han sido más fuertes los estudios de agenda a la hora de incorporar elementos de cambio social– las nuevas tecnologías aparecen como si siempre hubiesen estado allí, en vez de ser un proceso gradual de extensión e implementación que necesariamente produce diferentes niveles de adaptación, brechas que repercuten en una asimilación no homogénea de las mismas, y en diferentes grados y formas de incidencia en las relaciones entre agendas.

Por otra parte, la obsesión metodológica positivista de aislar variables, también atenta contra la comprensión cabal del fenómeno. Todos los procesos sociales son multicausales, y obstinarse en buscar un factor –ya sea demográfico, psicológico, sociológico, cultural– que determine el proceso como un todo es un empeño vano, que desconoce la multiplicidad de facetas del ser humano, pues no solamente es hombre o mujer, joven o adulto, acomodado o pobre, instruido o ignorante, sociable o huraño, progresista o conservador, sino que es varias de estas cosas a la vez y muchas más, e incluso de una forma que rehúye los extremos que plantean las siempre peligrosas dicotomías.

Como puede apreciarse en cualquier definición seria de cambio social, este implica la vinculación con otros tres conceptos: “tiempo (sucesión), acontecimientos (sucesión de diferencias) y permanencia (del objeto del que se predica el cambio)” (Von Foester citado en Giner et al., 2001, p. 75), por tanto, todo análisis que desconozca este carácter procesual, sucesivo, dialéctico, necesariamente resultará caricaturesco, fútil o cuando menos efímero en la interpretación de fenómenos que invariablemente se desarrollan marcados por los cambios sociales.

 

Posibles complementos teóricos para integrar

el cambio social a los estudios de agenda

 

A manera de premisa se asume que para un mejor aprovechamiento del importante potencial que encierra el enfoque teórico de la agenda setting y para entender a profundidad las complejidades de las relaciones entre las diferentes agendas es necesario tener en cuenta desde una perspectiva dialéctica, sistémica e históricoestructural el conjunto de condiciones contingentes que se articulan e interrelacionan en forma
de mediaciones en todo el proceso de producción, circulación y recepción de los mensajes mediáticos, así como los múltiples factores que desde los distintos niveles sociales y dimensiones influyen y estructuran dichas condiciones.

Es válido aclarar desde un primer momento que dicha integración no puede ser solamente en lo teórico sino también en lo metodológico, de lo contrario se estaría ante un laberinto con nuevos caminos, pero que siempre llevaría al mismo lugar.

Varios pueden ser los enfoques teóricos que permitan complementar estas deficiencias señaladas a los estudios de la agenda setting, pero en función del espacio y para evitar reiteraciones, esta exposición se centrará en tres propuestas por las siguientes razones:

 

1. Por haber sido gestadas dentro del campo comunicológico.

2. Por poner en su centro de atención a los medios de comunicación en sus relaciones con la sociedad.

3. Porque encierran en sí mismas postulados articulacionistas que remiten a otras importantes corrientes sociológicas y filosóficas.

 

Las propuestas en cuestión son la teoría social de la comunicación de Martín Serrano (1993); la metodología históricoestructural con énfasis en el análisis de los medios de comunicación de Sánchez Ruiz (1992), y la teoría de la dependencia mediática de Ball-Rokeach y DeFleur (1976).

El español Martín Serrano ha sido uno de los investigadores que más empeño ha puesto en ofrecer “una teoría y una metodología para estudiar los vínculos macrosociológicos entre cómo produce y se reproduce una sociedad y cómo se produce y reproduce su comunicación pública” (Ballesteros, 2011, p. 2).

Su teoría social de la comunicación, que toma como base las categorías de la dialéctica marxista (Martín Serrano, 1993, p. 33), se convierte en un referente epistemológico imprescindible, ya que desde la propia concepción del método dialéctico se concibe:

 

Todo lo existente en constante devenir y evolución contradictorios en el que se producen transformaciones de carácter cuantitativo que se acumulan y propician cambios cualitativos como mediaciones, negaciones y superaciones permanentes que posibilitan el desarrollo de todos los fenómenos (Guadarrama, 2009, pp. 79-80).

 

Esta posición no solo ofrecería solución a la carencia de visión sociohistórica y procesual propia de los estudios de agenda, sino que también permitiría superar el entendimiento fragmentado del ciclo comunicativo que ha caracterizado a esta tradición de estudios.

Pero la utilidad de la propuesta de Martín Serrano va más allá y se torna fundamental desde el momento en que reconoce y toma como base la existencia de relaciones de interdependencia entre sistema social y sistema comunicativo, ya que algunos cambios sociales explican algunas transformaciones de la comunicación pública y que, del mismo modo, algunas transformaciones comunicativas tienen a veces algunas consecuencias para la estructura y el funcionamiento de la sociedad (Martín Serrano, 1993).

Aunque existen componentes distintos en los sistemas de comunicación pública y en los sistemas sociales, en cada uno de ellos se puede distinguir entre la base material, la organización y los componentes abstractos (nivel infraestructural, estructural y supraestructural), y por otra parte, las afectaciones mutuas entre ambos sistemas autónomos pueden darse entre niveles equivalentes o entre niveles no equivalentes (Martín Serrano, 1993).

De esta forma se eliminan las concepciones voluntaristas y mecanicistas sobre el papel de la comunicación en la sociedad y además se tiene en cuenta tanto la interacción entre los componentes de los diferentes niveles sociales, como la relación entre cambio social y comunicación pública, otras de las deudas señaladas a la investigación sobre agendas.

Por su parte Sánchez Ruiz (1992) presenta una propuesta de análisis históricoestructural para el estudio de los medios de comunicación y sus múltiples relaciones. Partiendo también del método marxista dialéctico y mediante una serie de conceptos como zonas de articulación, dimensiones, niveles de análisis, campos probabilísticos, mediaciones, entre otros, Sánchez Ruiz busca llegar a una investigación totalizante y antirreduccionista que aborde los fenómenos sociales en su complejidad rehuyendo tanto de la dicotomía determinista como de la voluntarista entre aspectos macro y microsociales, o entre estructura y acción, para decirlo en términos del sociólogo británico Giddens, otro de sus referentes.

Es válido señalar que la propuesta de Sánchez Ruiz (1992) aboga explícitamente por la imprescindible transdisciplinariedad que requiere el estudio de los fenómenos sociales y también por el compromiso social del investigador y la pretensión emancipadora de la investigación social, en contraposición al instrumentalismo, la indiferencia axiológica y la falsa neutralidad que caracteriza a la investigación positivista estadounidense en comunicación en la cual se inscriben los estudios de agenda.

Sánchez Ruiz (1992) señala que ningún fenómeno social es “determinado” o “causado” por un solo factor, sino por múltiples procesos que intervienen, influyen y median su existencia procesual. Por lo cual define como mediación:

 

Una forma de conexión que “determina” (limita, posibilita). … Una conexión causal construida por el analista, que puede ser observada en los procesos reales cuando, en virtud de un contacto en una zona de articulación, un proceso social es influido por otro(s), cambiando o reforzando el flujo de acontecimientos (p. 76).

 

Para Sánchez Ruiz a cada dimensión le corresponde un “haz de mediaciones” que intervienen en la operación social de los medios
de comunicación en sociedades determinadas. Así habla de un comple-jo conjunto de mediaciones económicas, políticas, culturales, tecnológicas, de las organizaciones mediáticas, expresivas y de la recepción que se articulan durante todo el ciclo de producción/circulación/consumo, relacionadas con el contexto sociohistórico y cultural en que actúan.

Los conjuntos de conexiones causales –o mediaciones– que se articulan entre las diferentes dimensiones son los que determinan, influyen, median la operación social de los medios de comunicación y por ende sus efectos, que en el nivel de análisis que nos ocupa sería la incidencia en la fijación de las agendas de los públicos, donde las condiciones contingentes en el efecto la agenda setting formarían parte de las diferentes dimensiones o variables interrelacionadas.

Con la propuesta de Sánchez Ruiz (1992) no solo se consigue un método válido para estudiar los medios de comunicación insertos en el devenir social, sino que permite la necesaria interrelación entre los factores que se articulan en y con el proceso comunicativo desde las diferentes dimensiones; además de que viene a introducir de manera efectiva elementos del nivel microsocial contenidos en las mediaciones expresivas y de la recepción, que en muchas ocasiones son obviados por teorías demasiado centradas en aspectos macrosociales y que sí han sido atendidos por los estudios de agenda, pero de manera fragmentada.

Respecto de esta última cuestión también resulta útil la teoría de la dependencia mediática, enunciada por Ball-Rokeach y DeFleur (1976), la cual permite establecer el necesario vínculo entre aspectos macro y microsociales que intervienen en la relación entre sistema social y sistema mediático.

Tanto la teoría de la dependencia mediática como la metodología históricoestructural con énfasis en el análisis de los medios de comunicación, se centran en definir aquellos factores que determinan la magnitud y el tipo de efectos que pueden provocar los medios tanto en niveles macrosociales como microsociales. A diferencia de otras teorías que se lanzaban a catalogar efectos, ambos cuerpos conceptuales no dan conclusiones apriorísticas, sino que brindan las herramientas para particularizar los análisis sin que por ello se pierdan de vista las conexiones macrosociales del proceso ni su especificidad.

En esencia esta teoría plantea que:

 

La capacidad de lograr objetivos individuales, grupales, institucionales o del sistema depende del acceso a los recursos informativos que brinda el sistema mediático, al igual que el logro de los objetivos del sistema mediático depende de los recursos controlados por individuos, grupos, instituciones y otros sistemas, respectivamente (Ball-Rokeach, Power Kendall & Ross, 1990, p. 250).

 

Wolf (1994) explica el enunciado anterior de la manera siguiente:

 

La amplitud y la intensidad de los efectos de los media dependen del grado de dependencia que los otros componentes del sistema social y los individuos mismos tienen del sistema de los media: a su vez, esta condición es el resultado del entrelazamiento entre variables de tipo estructural, contextual, medial, interpersonal e individual (p. 86).

 

Las variables estructurales tienen que ver con las relaciones de interdependencia entre sistema político, económico, cultural, académico y otros sistemas; entre ellos, el sistema mediático y su incidencia sobre éste. Las contextuales o ambientales se refieren a las características del ambiente en que actúan los individuos y los grupos sociales en correspondencia con las representaciones sociales que poseen del entorno y que les proveen los medios de comunicación. Las mediales conciernen a las áreas de acción que cubren los medios con sus mensajes, a aquello que consideran que es necesario para el público; mientras que las interpersonales son las relativas a las relaciones entre individuos que dan sentido a las expectativas que poseen de los medios de comunicación. Por último, las variables individuales tienen que ver con los objetivos personales que pueden alcanzarse con la información brindada por los medios de comunicación.

Como apunta Wolf (1994):

 

El concepto de dependencia representa la “bisagra” que une el análisis de tipo macrosocial con la posibilidad de individualizar varios tipos de influencia a nivel individual. En otros términos, las relaciones de interdependencia entre el sistema comunicativo y los otros sistemas sociales definen los límites estructurales de la acción de los propios media y, en consecuencia, los “confines” del flujo de información, de los que dependen las personas ... en lugar de partir de los efectos individuales para después ampliar el análisis a los aspectos macrosociales de la influencia, se intenta definir antes las relaciones de tipo estructural para configurar así el contexto en el que el individuo activa su relación con los media y con sus contenidos (p. 88).

 

Las variables planteadas por estos autores son similares a las que enuncia Sánchez Ruiz (1992), solo que la teoría de la dependencia
mediática se centra específicamente en las relaciones del sistema de medios con los factores de los diferentes niveles, permitiendo tener en cuenta las diferencias existentes entre los diversos sistemas mediáticos y la singularidad de las relaciones que establecen con ellos las personas; un tipo de reflexión que no abunda en los estudios de agenda y que vendría a solucionar los problemas de la comprensión del papel de las transformaciones, la atención a los niveles estructural y supraestructural, así como la articulación entre las diferentes variables.

Por ello puede decirse que estas tres teorías, con el potencial epistemológico y teórico que encierran, posibilitan dotar a los estudios de la agenda setting de las herramientas necesarias para integrar de manera coherente el cambio social como fenómeno determinante en la relación entre agendas.

 

Estudios de agenda y cambio social en Cuba.

Algunos aspectos a considerar

 

En el caso específico de Cuba, cualquier análisis de las relaciones entre agendas debe tomar en cuenta estas consideraciones, no solo con la finalidad de darle mayor consistencia a la investigación, sino también para superar el cariz instrumental y la indiferencia axiológica que ha signado a los estudios de la agenda setting.

Por otra parte debe decirse que si en el mundo los estudios de agenda empezaron a ser comunes a partir de los años setenta del pasado siglo, no es hasta finales de la primera década del siglo xxi que comienzan a realizarse investigaciones en Cuba que utilizan la teoría y la metodología brindadas por la agenda setting. Dichos estudios se han concentrado fundamentalmente en las carreras de periodismo de algunas universidades del país, y como regularidad puede decirse que han carecido de sistematicidad, contrastación, coherencia metodológica y continuidad.

Entre los pocos estudios realizados ha asomado como una constante la separación existente entre los diferentes niveles de las agendas públicas y mediáticas en Cuba (Colunga, 2011; Rosabal & Gallego, 2010; Valido, 2012), un elemento que complejiza la comprensión del fenómeno y que obliga a hurgar en los diferentes planos del proceso comunicativo en busca de respuestas a esta situación. Además, las condiciones sociopolíticas propias del contexto cubano, diferente a cualquiera de los otros en que se hayan implementado los estudios de agenda, obliga a necesarios reajustes en la teoría que no pueden pasarse por alto.

En primer lugar debe partirse de que aunque no se hayan realizado estudios de agenda anteriores a 2010, puede inferirse producto de las sistemáticas críticas realizadas a la prensa ya que esta situación de alejamiento entre agendas públicas y mediáticas es de larga data, pues los temas que dominan la agenda pública cubana son de tipo crónicos7 y de naturaleza experiencial8 (Rosabal & Gallego, 2010) y muchos se encuentran dentro de las llamadas zonas de silencio del periodismo cubano, o no han sido tratados con la profundidad ni se les ha dado el seguimiento que requieren. Estos son factores que influyen enormemente en las representaciones sociales que muchos cubanos tienen de los medios nacionales y su función social de vigilancia del entorno y correlación de los acontecimientos.

Entre los aspectos que no pueden obviarse a la hora de realizar un análisis de este tipo en el contexto cubano actual, está la evolución del sistema mediático nacional, único de su tipo en el mundo, y su directa imbricación con el sistema político, al punto de que se ha planteado que los medios no constituyen un sistema independiente, sino que forman parte del sistema político (García Luis, 2004), de lo cual se derivan una serie de mediaciones importantes que actúan desde las dimensiones políticas, culturales, expresivas y de la organización mediática con notables influencias tanto sobre la emisión, como en la propia recepción del producto.

Por otra parte, deben atenderse los diferentes grados de dependen-cia que condicionan las diferentes variables respecto del sistema mediático, que en el caso cubano debido a la insuficiente autonomía del mismo se torna poco significante en muchos aspectos, tanto entre variables estructurales y contextuales como en las de tipo medial, interpersonal e individual, en las que la disminución del marco de acción de los medios y la pobreza del concepto de noticia con que se trabaja, hace que los individuos no dependan demasiado de los recursos informativos brindados por los medios para lograr gran parte de sus objetivos. Si a esto se suma la altísima correlación que se observa entre las agendas de los diferentes medios del país –debido en gran medida a la existencia de una política informativa centralizada (García Luis, 2004)– entonces esta situación reclama aún mucha más atención.

Tampoco debe obviarse los altos niveles de instrucción alcanzados por una porción considerable de la población cubana, lo cual posibilita abrir el espectro de recursos empleados para satisfacer algunas de las necesidades que deben cubrir los medios, así como el desarrollo de un pensamiento más crítico hacia las interpretaciones de la realidad que se le ofrecen. Otra característica sociocultural importante es el papel que juegan las relaciones interpersonales en los procesos comunicativos, las cuales llegan a constituir verdaderos canales alternativos de (des)información, posibilitando que bajo la forma de chismes, bolas, rumores, confesiones (Anazco, 2014; Mañach, 2006) se conviertan en secretos a voces muchos sucesos que no aparecen reflejados en los medios de comunicación.

Por otro lado, en estos momentos el país se encuentra inmerso en un proceso de cambios estructurales que, entre otras cosas, han permitido el afianzamiento económico y la visibilidad de grupos sociales que durante décadas se han consolidado como paradigma de éxito económico, lo cual tiene sus repercusiones en el nivel supraestructural –fundamentalmente en las generaciones más jóvenes– y que no siempre están en concordancia con el ideal a que aspira el sistema social cubano. A lo que también se suma la difícil misión de la prensa nacional abocada a mantener la credibilidad en el éxito de un modelo económico que en las últimas décadas –a pesar de todos los esfuerzos y por múltiples razones de índole interna y externa– no ha logrado solventar muchas de las necesidades básicas de los cubanos.

La flexibilización en la entrada de equipos reproductores, telefonía móvil, computadoras y otros accesorios, ha diversificado las formas y hábitos de consumo cultural y mediático, así como la formación de flujos culturales alternativos lo cual también influye en el grado de atención y dependencia hacia las ofertas, tanto informativas como de entretenimiento, de los medios de comunicación nacionales. Lo cual por supuesto, tiene sus consabidos efectos sobre todo ante un público que no posee los fundamentos de una educación para la recepción que le permita una postura más activa ante algunos de estos programas “aparentemente” apolíticos, pero que en realidad ofrecen todo un sistema de concepciones y proyecciones sociales, pues como señala Sánchez Ruiz (1992):

 

Hay siempre un remanente de influencia, tanto de los mensajes informativos como de los de entretenimiento, que finalmente contribuye a configurar o a reforzar representaciones de lo político, mismas que a su vez tienen alguna relación con los comportamientos cívicos y políticos de la ciudadanía (p. 86).

 

Por otra parte, la progresiva –aunque aún insuficiente– ampliación del acceso a Internet ha permitido la entrada en contacto con otras agendas provenientes de medios extranjeros, o alternativos –como los blogs, por ejemplo– que en ocasiones cubren los espacios que deja la prensa cubana o analizan la realidad de manera más atractiva y menos esquemática y desprejuiciada. A estos discursos mediáticos, se suma la entrada en circulación del canal multinacional Telesur con una manera distinta de hacer periodismo, de mayor atractivo visual y con una agenda que no siempre coincide en cuanto a objetos y atributos –incluso en lo relativo a Cuba– con la de los medios nacionales (Rodríguez, 2014), los cuales, además de los problemas antes señalados, se encuentran extremadamente limitados infraestructuralmente (espacio, tirada, equipos, fondos, etc.), lo que atenta contra su capacidad competitiva.

En cuanto a la prensa, en la actualidad se espera un proceso de cambios estructurales que podrían incluir la redacción e implementación de una Ley de Prensa y la creación de una estructura que se encargue de la atención de los asuntos relativos al sistema mediático. Estos cambios, por las transformaciones que pudieran implementar en los mecanismos de regulación de la prensa, pueden ser sumamente importantes y no deben dejar de ser tenidos en cuenta para un análisis de la relación entre agendas públicas y mediáticas, aunque siempre vistos como un factor más e influido también por otras múltiples mediaciones.

En fin, que un análisis de la relación entre agendas en Cuba no puede darse alejado de todos estos elementos –y otros por supuesto– que forman parte del cambio social que vive el país. No puede ser efectiva, útil ni perdurable, ninguna interpretación que desconozca el vínculo dialéctico que se establece entre los diversos elementos del sistema social y su incidencia sobre los procesos comunicativos, incluso más allá de aquellos vinculados directamente a los medios de comunicación.

 

Conclusiones

 

La propia expansión académica y geográfica de los estudios de agenda, además de haber ampliado sus aspiraciones como teoría sobre los efectos sociales de los medios de comunicación, ha puesto en evidencia algunas de sus limitaciones más evidentes. Entre ellas puede señalarse su significativa dificultad para integrar de manera coherente y orgánica en sus análisis, los fenómenos relacionados con los cambios sociales.

Las cuatro limitaciones principales de la agenda setting en cuanto a interpretación del cambio social radican fundamentalmente, como se mencionó; en: tomarlo como un estado de cosas dado, desconociendo la evolución del fenómeno; no desentrañar cómo las diferentes transformaciones que forman parte de dicho cambio afectan las relaciones entre las agendas; no prestar igual atención a los cambios ocurridos en el nivel estructural y supraestructural, y la pobre articulación entre las diferentes variables o factores que intervienen en la relación entre agendas. Dichos problemas se encuentran entramados por lo que cada uno de ellos es origen y consecuencia simultánea de los otros.

Es por ello que para un mejor aprovechamiento del importante potencial que encierra el enfoque teórico de la agenda setting y para entender a profundidad las complejidades de las relaciones entre las diferentes agendas, es necesario tener en cuenta desde una perspectiva dialéctica, sistémica e históricoestructural el conjunto de condiciones contingentes que se articulan e interrelacionan en forma de mediaciones en todo el proceso de producción, circulación y recepción de los mensajes mediáticos, así como los múltiples factores que desde los distintos niveles sociales y dimensiones influyen y estructuran dichas condiciones.

El método dialéctico ofrecido por Martín Serrano (1993) y su reconocimiento de las múltiples interrelaciones entre los diferentes niveles del sistema social y el comunicativo, el haz de mediaciones sugerido en la propuesta articulacionista de Sánchez Ruiz (1992), y la integración entre variables que proponen Ball-Rokeach y DeFleur (1976), son aspectos a tener en cuenta para un análisis orgánico de la relación entre medios de comunicación y sociedad en un escenario necesariamente cambiante y en constante evolución. Por lo que puede decirse que estas tres teorías, con el potencial epistemológico y teórico que encierran, ofrecen modelos analíticos que posibilitarían dotar a los estudios de la agenda setting de las herramientas necesarias para integrar de manera coherente el cambio social como fenómeno determinante en la relación entre agendas.

El caso de Cuba, con un contexto mediático y político singular, reclama esta visión dialéctica, sistémica e históricoestructural no solo para comprender los procesos de relación entre agendas más allá de resultados superficiales, sino también para trascender la visión mediocéntrica y desagregada del proceso comunicativo y adentrarse con intenciones emancipatorias en otros terrenos como pueden ser las consecuencias del efecto agenda setting, el estudio de agendas emergentes y el surgimiento de formas de socialización alternativas. Toda vez que el país se enfrenta a un grupo de transformaciones debido a la paulatina proliferación de las nuevas tecnologías y a inminentes ajustes en el sistema de medios y sus mecanismos de regulación, esta postura puede contribuir a interpretar el cambio cultural que está teniendo lugar en el país, tanto en emisores como en receptores.

 

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Fecha de recepción: 24/02/14. Aceptación: 01/05/14.

1 Universidad de Camagüey Ignacio Agramonte Loynaz, Cuba.

Correo electrónico: josralgallego@gmail.com

Calle 1ra #61, Reparto Saratoga; Camagüey, Cuba.

2 Las condiciones contingentes son entendidas como aquellos factores que inhiben o aumentan el efecto de fijación de agenda. Su estudio comienza en la década de los setenta y se considera la segunda fase de la teoría de la agenda setting.

3 McCombs, junto a Shaw, es el artífice de la teoría de la agenda setting. Desde que publicó en 1972 el artículo de investigación que dio inicio a los estudios de agenda, se ha mantenido como la figura principal en esta área de investigación.

4 “La agenda setting entró en su tercera fase durante la elección de 1976; cuando Weaver, Graber, McCombs y Eyal extendieron la idea de la agenda setting a dos nuevos dominios: uno fue la agenda de la imagen de los candidatos proyectada por los medios y aprendida por los votantes; la otra fue la agenda de atributos o aspectos con que los medios encuadran los temas relevantes tanto acerca de algunos aspectos menos explorados de la política como respecto de los temas no electorales” (Casermeiro, 2004, p. 22).

5 Esta fase tiene muchos puntos de contacto con la sociología de la producción de noticias y su objetivo principal es el estudio de los determinantes en la construcción de la agenda mediática. La pregunta central pasó a ser: ¿quién fija la agenda de los medios?

6 “El concepto de fusión de agendas o agenda melding, se centra en las agendas personales de los individuos en relación con su comunidad, y en las afiliaciones a grupos” (Shaw, McCombs, Weaver & Hamm citados en McCombs, 2006, p. 269). Es decir, que se expande la investigación a las agendas de otras instituciones que también influyen sobre el público.

7 “Se caracterizan por ser un tipo de problemas considerados prioritarios por una alta proporción de la población, que forman parte de la agenda desde un punto en el tiempo difícil de identificar pero, en cualquier modo, bastante lejano, y que integran la agenda de manera permanente” (Tamayo & Carrillo, 2005, p. 6).

8 Temas que las personas experimentan directamente y tienen posibilidades de conocer y obtener información de primera mano sobre varios de sus aspectos sin necesidad de la participación de los medios de comunicación.