Historia, teoría e investigación
de la comunicación
History, theory and communication research
Carlos Vidales Gonzáles1
El artículo propone una revisión crítica de la historia, las teorías y la investigación de la comunicación en la actualidad para proponer desde ahí el paso de las reconstrucciones genealógicas del campo a las reconstrucciones fundamentadas en los objetos de conocimiento. Se analiza la emergencia de subcampos de conocimiento y del papel de la historia en la constitución del campo, la teoría y la investigación de la comunicación.
Palabras clave: Historia, epistemología, teoría de la comunicación, investigación de la comunicación, campo de la comunicación.
The article proposes a critical overview of contemporary communication history, theory and research in order to transit from genealogical reconstructions of the field, toward reconstructions grounded in objects of knowledge. It also analyzes the emergence of subfields of knowledge and the role history has had in the constitution of the field of communication, its history and research practice.
Key words: History, epistemology, communication theory, communication research, communication field.
Introducción
Es mucho lo que se ha escrito sobre la comunicación desde su nacimiento como campo de conocimiento especializado a finales de
los años cincuenta, pero particularmente, sobre dos de sus grandes
temas de investigación: los medios de comunicación y, recientemente, las nuevas tecnologías de información y comunicación. Sin embargo, hay un enorme desbalance con aquello que se ha escrito sobre los orígenes históricos, culturales y científicos que se encuentran en la base de su emergencia como campo de estudio y, especialmente, existe una enorme carencia de reflexión sobre su dimensión epistemológica, sobre su definición conceptual y sobre todo aquello que permita pensar a la comunicación como una mirada científica o un marco transdisciplinar en la actualidad. ¿Qué es hoy en día la comunicación y qué sentido tiene pensar en ella?, ¿cuál es el punto de vista que formaliza a la comunicación y le da nacimiento a todo un campo de estudio a su alrededor?, ¿qué significa investigar la comunicación en la actualidad?, ¿qué es lo que se investiga?
Hasta ahora, la historia que se ha escrito sobre el nacimiento de la comunicación como programa académico ha generado la idea de un origen, un estado actual y un posible futuro, y más importante aún, ha gestado un discurso sobre las tradiciones teóricas que se supone están en la base de la práctica académica y profesional del comunicador;
un discurso que se reproduce constantemente en los procesos de formación profesional y que ha sido propicio para que en la comunidad académica se produzca un acuerdo generalizado sobre los orígenes conceptuales de la comunicación y sobre los problemas de indefinición conceptual con los que se supone el campo de estudios de la comunicación nació más de siete décadas atrás. Somos entonces los herederos de una narrativa histórica que nos ha llevado a reproducir un discurso sobre nuestros orígenes conceptuales y sobre nuestras grandes tradiciones teóricas; sin embargo, si observamos detenidamente los procesos de investigación que se realizan en nuestro campo de estudio en la actualidad, como se mostrará en este trabajo, nos damos cuenta que la práctica de investigación tiende a contradecir nuestra propia historia, dado que es posible reconocer la casi inexistencia de las grandes tradiciones teóricas en la que supuestamente está fundamentado el campo de estudios de la comunicación.
Tenemos entonces un panorama actual caracterizado por la falta de reflexividad sobre estos asuntos; sobre el papel de la historia en la constitución del campo, la teoría y la investigación de la comunicación, sobre las enormes confusiones que la comunicación tiene como concepto al describir desde un proceso y un objeto de conocimiento hasta un campo de estudio y una configuración social particular. En este escenario escapa a la mirada reflexiva la fragmentación del campo de la comunicación en subcampos de conocimiento, al igual que la emergencia del campo de las teorías de la comunicación como un subcampo de conocimiento y el papel que la historia ha tenido en este proceso. Por otro lado, también ha escapado de nuestro horizonte reflexivo el universo teórico que se mueve más allá de las fronteras de nuestro campo de conocimiento, propuestas conceptuales que hace tiempo han puesto un fuerte énfasis en la comunicación pero que hemos tendido a ignorar sistemáticamente.
Por lo tanto, el presente trabajo es un intento por dar cuenta de esas ausencias al plantear un mapa de temas posibles que hasta ahora no han sido objeto de reflexión sistemática y que ponen al centro el papel que la historia ha tenido en la emergencia de la comunicación como campo y en sus efectos en lo que a la teoría y la práctica de investigación se refiere. Al hacer esto, se propone como hipótesis pasar de la organización y reconstrucción histórica basada en las grandes tradiciones intelectuales y los contextos socioculturales, a los objetos de conocimiento; un movimiento que podría suponer la unificación de
los subcampos de conocimiento. Lo anterior se ilustra con el caso de la cibersemiótica, un marco transdisciplinar que ha puesto tres objetos de conocimiento al centro de su reflexión: la comunicación, la cognición y la información. En síntesis, se trata de pensar en configuraciones distintas sobre los procesos de construcción de conocimiento en la investigación de la comunicación en el futuro tomando como base todos aquellos trabajos que ya han realizado propuestas similares.
Una caracterización contemporánea del
campo de la comunicación desde la emergencia
de los subcampos de conocimiento
Carey (1989) escribió a finales de los años ochenta que un problema básico de la comunicación es que al ser una experiencia cotidiana es en lo último en lo que reflexionamos por ser lo más aparente,
una posición que parecía explicar la poca indagación sistemática que hasta el momento se había dado sobre la complejidad del fenómeno comunicativo y sobre las distintas maneras en las que se podía objetivar a la luz de la mirada reflexiva. Sin embargo, más de tres décadas después, la realidad es completamente distinta, dado que si hay algo sobre lo que se reflexiona en la actualidad es precisamente sobre el fenómeno comunicativo, por lo que hoy podemos hablar incluso de una explosión de la reflexividad que ha impregnado casi todos los campos del conocimiento, desde aquellos cuyo objeto de estudio es la realidad física hasta aquellos cuya materialidad y cuestionamientos tienen estrecha relación con la energía, el mundo social y, de manera general, con la vida misma. Pero este movimiento no ha seguido una misma línea. No ha tenido una pregunta rectora al centro, no ha tenido un programa sistemáti-
co de investigación claramente reconocible, por el contrario, ha seguido una inercia casi aleatoria que se mueve a la par de los intereses sociohistóricos propios de cada periodo. La crítica que hemos heredado producto de esta reconstrucción histórica es que tenemos una gran cantidad de preguntas, hipótesis y explicaciones sobre lo que la comunicación supone en cada contexto, pero hasta ahora ningún consenso sobre cuál es la particularidad que define un fenómeno como comunicativo ni sobre cuál sería su objeto central de estudio (Cobley, 2008).
La proliferación de temas de investigación y de abordajes conceptuales parecen confirmar la hipótesis de que la diversidad de miradas, objetos y agendas de investigación es lo que en realidad podría definir a la comunicación como un campo de estudio particular, particular en la diversidad, una característica que hacía explícita el Journal of Communication en los años ochenta cuando hablaba precisamente del “fermento” del campo. El problema es que la diversidad no ha funcionado como criterio de organización disciplinar y mucho menos como criterio de organización o definición conceptual, por lo que estamos frente a un problema de larga data que requiere necesariamente una revisión histórica. Por otro lado, frente a la crítica de la carencia de fundamentación conceptual que Berelson (1959) hiciese al campo de la comunicación en sus inicios a finales de los años cincuenta, lo que observamos en la actualidad es la elaboración de una posible respuesta, dado que somos testigos de la emergencia de un universo conceptual sumamente denso y que crece de manera acelerada. Tenemos, por extraño que parezca, un exceso de producción teórica (Littlejohn & Foss, 2009).
En este escenario resulta interesante reconocer que ante la proliferación de marcos conceptuales que centran su atención en la comunicación, seguimos reproduciendo los mismos marcos con los que nacimos más de siete décadas atrás y continuamos caminando sin un consenso claro sobre lo que es o no un fenómeno comunicativo. Por otro lado, también es posible identificar que pese a la proliferación de marcos conceptuales, los procesos de investigación en el campo de la comunicación continúan su desarrollo completamente al margen de dichas propuestas, las cuales han pasado de ser marcos conceptuales a ser meras referencias (Bryant & Miron, 2004).
Todo lo anterior ha generado un escenario contemporáneo caracterizado por tres fenómenos. Primero, es posible reconocer la emergencia de una gran cantidad de propuestas conceptuales que ponen al centro a la comunicación, por lo que podríamos hablar de una proliferación de
teorías de la comunicación como lo muestra el trabajo monumental
de la Enciclopedia Internacional de la Comunicación (Donsbach, 2008), la Enciclopedia de las Teorías de la Comunicación (Littlejohn & Foss, 2009) y las propuestas teóricas multidisciplinares sobre la teoría y los modelos de la comunicación (Cobley & Schulz, 2013; Ibekwe-San Juan & Dousa, 2014). En segundo lugar, pese a la existencia y emergencia de estas propuestas teóricas, el campo de la comunicación se ha desarrollado al margen de ellas dado que han funcionado más como un vocabulario compartido que como un principio lógico de fundamentación conceptual (Bryant & Miron, 2004). Y, tercero, con esta evidencia es posible sostener que tanto el espacio conceptual de las teorías de la comunicación como los problemas de la fundamentación conceptual y la identidad académica no son un tema de la agenda de investigación del campo de la comunicación en general, por el contrario, son únicamente el objeto de estudio de un subcampo de conocimiento dentro del propio campo: el campo de las teorías de la comunicación (Vidales, 2013).
De esta manera, después del “fermento” en los años ochenta, lo que tenemos en la actualidad es la especialización de campos de conocimiento, es decir, la emergencia de subcampos dentro del campo de la comunicación, cada uno de ellos reconociendo sus propios temas de investigación, sus propias tradiciones teóricas y sus propias instituciones académicas y, en última instancia, sus propios objetos de estudio y sus propias agendas de investigación. Temas como la salud, los jóvenes, las nuevas tecnologías, la interculturalidad, el deporte, la política, la ciudadanía o el desarrollo social organizan hoy al campo, lo cual puede ser constatado en la organización de algunas de las principales asociaciones de comunicación en el nivel nacional e internacional, las cuales tienen al centro temas y no objetos de conocimiento.
Resulta entonces que el campo de la comunicación no tiene un objeto de estudio, sino varios objetos, todos ellos comunicativos, por lo que no tendría por qué haber un objeto compartido o una agenda común de investigación. Por el contrario, cada subcampo de conocimiento o área temática se ha especializado a tal grado que ha puesto al centro su propio objeto de conocimiento y sus propios marcos conceptuales de observación, de ahí la emergencia progresiva de objetos y marcos analíticos. Esta especialización y fragmentación –de la cual también la Enciclopedia Internacional de la Comunicación es un gran ejemplo– ha complejizado aún más hablar del “campo de la comunicación” dado que lo que organiza hoy al campo y las agendas de investigación son los grandes temas y no los marcos conceptuales o los objetos de conocimiento. En este contexto, ¿qué es hoy el campo de la comunicación y cuáles son sus límites?, ¿qué es hoy lo comunicativo y cuáles son sus límites?
En la introducción que Cobley y J. Schulz (2013) realizan a un texto reciente sobre los modelos de la comunicación, los autores sostienen que si bien no es posible reconocer con claridad un objeto de estudio compartido en la reflexión de la comunicación, sí es posible hablar de la “ciencia de la comunicación” o del “estudio de la comunicación” para designar el estudio institucionalizado, disciplinado y metodológicamente informado sobre la comunicación. Si bien esta definición funciona muy bien para delimitar un espacio de reflexión académica, mantiene el problema de los subcampos y los objetos
de conocimiento, dado que los autores también reconocen que una preocupación mayor de esta ciencia de la comunicación como disciplina, es precisamente su fragmentación, una situación que se ha convertido en un dominio de investigación construido por varios subdominios y varias subdisciplinas de las cuales también devienen varios objetos de estudio. Lo anterior genera que no solo sea complicado definir los límites de la propia disciplina, sino también los límites de lo que es o no es la comunicación. El resultado es que el objeto de estudio termina teniendo grandes diferencias dependiendo los contextos y las geografías o bien, se reduce únicamente a lo que supone la comunicación en el ámbito humano: alguien comunica algo a alguien.
Frente a la falta de consenso sobre “un” objeto de estudio compartido o sobre los límites de lo que la comunicación es o no es, lo que aquí se propone es una lectura muy distinta de dichos problemas poniendo énfasis en el papel que la historia ha tenido en todo esto, dado que es precisamente la historia del campo la que parece haber construido, además de nuestros antecedentes conceptuales, la idea de la indefinición académica que hoy enfrentamos al haber puesto mayor énfasis en las tradiciones intelectuales, los contextos de producción científica o los recorridos cronológicos y no tanto en los objetos de conocimiento que históricamente fueron construyendo a la comunicación como campo de conocimiento especializado. En este sentido, pese a que la producción académica sobre estos temas es mucho menor, en realidad es posible reconocer el trabajo previo que sobre la historia, la teoría y la investigación de la comunicación se ha realizado, dado que es un trabajo sumamente importante y que no es posible pasar por alto como se mostrará en apartados posteriores.
En consecuencia, es a partir de una metarreflexión sobre estos asuntos que es posible reconocer tres aspectos que caracterizan el problema de la historia de la comunicación en la actualidad. Primero, la existencia previa de la investigación de la comunicación o de fenómenos comunicativos, previa incluso al nacimiento mismo de la ciencia de
la comunicación o a la emergencia del estudio institucionalizado, disciplinado y metodológicamente informado del fenómeno comunicativo. La investigación de la comunicación es, por tanto, anterior al surgimiento del propio campo. En segundo lugar, la existencia de
tradiciones conceptuales previas que posteriormente la disciplina
de la comunicación tomará como fundamentos de su propia práctica científica, tradiciones que hace tiempo han dejado de funcionar como principios constructivos en la investigación de la comunicación. Y, tercero, es posible reconocer una práctica de investigación que define la relevancia de la comunicación como práctica social en función de sus contextos sociales de producción y no de un objeto de estudio claramente reconocible o institucionalmente compartido desde donde sea posible plantear una agenda conjunta de investigación sistemática sobre el fenómeno comunicativo.
Desde este punto de vista, es posible suponer que muchos de los problemas que hoy enfrentamos en el campo de la comunicación son en realidad el resultado de la forma en que hemos contado la historia de nuestro campo. Por lo tanto, la hipótesis de trabajo que aquí sostengo es que es la historia, o más precisamente, la historiografía del estudio de la comunicación, la que ha generado los problemas, las discontinuidades y las rupturas en el estado actual del campo, incluso el discurso sobre la identidad académica también tiene su origen en una narratividad reconstructiva de los hechos del pasado. Por lo tanto, se hace necesaria una revisión crítica del papel que la historia ha tenido en la construcción del campo, de las miradas teóricas y de la investigación de la comunicación, puesto que además de la emergencia de los subcampos de producción de conocimiento, también tenemos que enfrentar en la actualidad los problemas que la historia ha generado.
Se trata entonces de cambiar la ruta de la narratividad histórica de la comunicación para poder pasar de la historia de la comunicación o de las teorías de la comunicación, hacia la historia de los objetos de conocimiento que tanto las tradiciones teóricas como los contextos sociales han puesto al centro de la reflexión sobre la comunicación. Esto supone un cambio sumamente importante en la reconstrucción histórica de nuestras tradiciones teóricas y de la manera en que podríamos comenzar a observar los subcampos de producción conceptual. Aquí el papel de las teorías es fundamental, sin embargo, dado que la tarea es sumamente extensa, lo que se presenta es apenas un primer apunte.
Repensando el papel de la historia
en el campo de la comunicación
En su texto sobre la práctica de la historia conceptual, Koselleck (2002) plantea una reflexión sobre el campo de la historia y los problemas derivados de la indefinición de su objeto de estudio, lo cual, con algunas precauciones, presenta ciertas similitudes con lo que sucede en el campo de estudios de la comunicación. Koselleck considera que la noción de historia ha tenido un largo periodo de desarrollo histórico antes de que se convirtiera en un modo fundamental de la existencia humana en el siglo xix, lo cual no significa que previo a este periodo no se tuvieran “ideas” relacionadas con la historia, sino que ninguna de ellas lograba concebir la diferencia entre la temporalidad natural y la temporalidad histórica. Incluso, desde su punto de vista, la modernidad europea puede ser distinguida de otros periodos de transformación social precisamente por el desarrollo cultural del “concepto de historia”, por lo que es recién hasta el siglo xix en donde podría ubicarse propiamente el nacimiento profesional de los estudios de la historia.
Sin embargo, al margen de este desarrollo profesional, Koselleck reconoce la necesidad de una teoría que fundamente dicha práctica académica si es que los estudios de la historia aspiran realmente a convertirse en una ciencia, dado que la historia, más que preocuparse por la construcción teórica, parecía centrarse en hechos particulares sobre el pasado. Ante esto, apunta el autor, se contraponía la visión historicista de la realidad histórica, una visión que rompería con este recuento del pasado y que pondría a la historia no únicamente con un modo social de ser en el mundo, sino específicamente como un modo particular de ser caracterizado por una experiencia particular de la temporalidad.
Con base en lo anterior, Koselleck (2002) reconoce la necesidad de desarrollar un concepto de historia, es decir, un modelo de una estructura de relaciones lógicas por medio del cual sea posible distinguir entre una visión histórica de la realidad de aquellas que no lo son o de aquellas que son ahistóricas o antihistóricas, al tiempo que permita especificar tanto el contenido del objeto central de la historia como el contenido de las formas de la escritura histórica. Esto permite asumir que la realidad histórica es una realidad discursiva o bien, una realidad social, de ahí que sea necesaria una conciencia crítica de la historia que permita identificar y reflexionar sobre la brecha que existe entre los eventos históricos y el lenguaje que se usa (o que usa el historiador) para dar cuenta de ellos.
Puede asumirse entonces que cada recuento histórico es una construcción discursiva de una realidad pasada más que una simple traslación de los hechos sucedidos en el pasado. Por lo tanto, Koselleck (2002) considera que es necesaria una teoría para poder pensar a la historia como una disciplina académica, es decir, es necesaria una construcción conceptual propia más que la importación de marcos teóricos de campos vecinos. El asunto, sin embargo, no es únicamente la construcción conceptual para la legitimación de una disciplina científica, sino que se trata básicamente de argumentar la importancia que esto tiene para la práctica de la investigación.
Como es posible observar, si bien en este trabajo no se argumenta una visión histórica o historiográfica de las teorías de la comunicación
o de la comunicación misma, es posible reconocer que al igual que sucede con el concepto de “historia” en el campo de la historia, el desarrollo del concepto de “comunicación” también tiene una larga data antes de convertirse en un campo académico y en un campo profesional. Esta es la gran historia que recupera Durham Peters (1999) en su trabajo reconstructivo de la “idea” de comunicación y la cual da cuenta también de esta diferencia entre la “idea de comunicación”, el “concepto de comunicación” y la “teoría de la comunicación”. Por otro lado, también es posible identificar una transformación de la reflexión sobre la comunicación y de lo que esto significó para el mundo social, pues después de su nacimiento como campo académico también ha servido para caracterizar a toda una época (Eriksson, 2011). La comunicación pasó entonces al centro de la caracterización social y junto con esta transición crecieron las posibilidades de que se convirtiera en un campo socialmente relevante pese a que el mismo Peters (1986) diagnosticara su fracaso explicativo, tanto de lo social como de su dimensión intelectual, precisamente por la ausencia de un consenso conceptual y de
un aparato teórico claro. Es en este punto que aparece la necesidad
de detenerse por un momento en la metarreflexión del campo, es decir, en la historia de la historia del campo, las teorías y la investigación de la comunicación.
Así como Koselleck (2002) reconoció la transformación que significó pasar de una idea general sobre la historia a una construcción conceptual y finalmente a que fuese concebida como un modo particular de ser social en el mundo, podríamos decir que la comunicación también ha sufrido un recorrido similar, dado que ha pasado de ser una idea general a ser un concepto y, finalmente, un modo de ser centrado en la actividad fundamental que significa la actividad comunicativa. Así, para historiadores y teóricos de la comunicación como Hardt (2008), esta caracterización comunicativa de lo social junto con su expansión institucional en el nivel internacional le ha exigido, al igual que al campo de la historia, la construcción y reconstrucción de la genealogía de sus prácticas de tal manera que explique y confirme las identidades intelectuales que la fundamentan para poder asegurar su lugar entre las ciencias. Sin embargo, como ya se ha argumentado con anterioridad, esta reflexión ha ocupado un lugar muy marginal en las agendas de investigación de la comunicación a lo largo del tiempo, puesto que más allá de la necesidad de una relevancia social o una fundamentación intelectual, lo que la comunicación ganó fue una enorme fortaleza institucional, al margen incluso de las críticas que la negaban como ciencia autónoma.
Requerimos entonces de una conciencia crítica de nuestra historia y de nuestra práctica académica si es que aspiramos a reconocer en la historia los orígenes de nuestro estado actual de indefinición conceptual. Por lo tanto, lo que aquí se apunta no es en ningún sentido una crítica a la historia como disciplina o al trabajo que los académicos hacen sobre la historia de objetos que podríamos considerar comunicativos; muy por el contrario, la crítica es sobre los efectos que la historia de la comunicación han tenido al interior del propio campo, es decir, se trata de un problema primordialmente epistemológico. Por lo tanto, a diferencia de lo que sucede en el campo de la historia según Koselleck (2002), en la comunicación el asunto de la historia parece ser otro, dado que más allá de una búsqueda conceptual, la “historiografía” de la comunicación ha funcionado
más como una estrategia de legitimación que como una oportunidad para la construcción conceptual, de ahí que Hardt (2008) considere que:
Los estudios de la comunicación han descubierto a la historia, no solo como un instrumento esencial con el cual forjar el relato de su propia significación, sino también como una forma deseable de autentificación y legitimación en la comunidad intelectual a través de los procesos de diferenciación (p. xi).
Este problema con la historia de la comunicación y con la historia del concepto de comunicación trae fuertes consecuencias para la fundamentación conceptual y para la legitimación del campo, dado que sucede precisamente lo que Koselleck (2002) identifica como un problema para el campo de la historia, es decir, su reducción a la narración secuencial de los hechos del pasado. En este sentido, el propio Hardt (2008) reconoce que la historia de la comunicación que ha sido contada solo confirma la creencia dominante de que su presencia se encuentra fundamentada en una serie continua de prácticas asociadas con el establecimiento y con la representación creíble de la comunicación como un campo de investigación sobre lo social, lo político o los procesos culturales de una sociedad. Se recuperan “hechos” y se organizan cronológicamente, se construye un pasado y un efecto de pasado con un origen, un desarrollo y un estado actual, al tiempo que las teorías son aisladas de sus contextos socioculturales y científicos de producción, generando incluso una pérdida del sentido mismo de la comunicación como práctica humana.
La reconstrucción histórica separa a las teorías de sus contextos, formula un relato sobre una serie de acontecimientos que suponemos fundamentan y justifican la emergencia de un campo científico al tiempo que convierten el recuento mismo en una narrativa a ser repetida
una y otra vez, dejando de lado por completo la crítica a la fundamentación y a la validez del propio relato. De esta manera, hemos tendido a legitimar las fuentes históricas y científicas de los estudios de la comunicación como una suerte de acuerdo generalizado sobre la historia de nuestro pasado, lo que le ha dado mucho mayor fuerza a un relato sobre las principales teorías que se encuentran en la base de nuestro campo académico que no necesariamente tienen un orden cronológico, una secuencia conceptual o una ruta epistemológica clara, sino únicamente una estructura narrativa particular.
Al mismo tiempo, estos recuentos han excluido sistemáticamente propuestas teóricas contemporáneas que se han producido dentro del campo de la comunicación así como en otros campos de conocimiento. Propuestas como las de Martín-Serrano (1994, 2007), Piñuel y Lozano (2006), Bergman (2009), Lanigan (1992, 1998), Kress (2010)
o Krippendorff (2009), solo por nombrar algunas de ellas, son propuestas que no figuran en los recuentos sobre las bases conceptuales de nuestro campo de conocimiento. Podemos sospechar entonces que parte de los problemas actuales de fundamentación conceptual o las críticas al propio campo no derivan de su estado reciente, sino de la narración que se ha hecho de su historia y de la actual situación que esta historia ha creado; es decir, el problema de la fundamentación conceptual no es un problema propio del campo, sino de su narración histórica. Así, al no ser ésta una reflexión central en la agenda de investigación del campo, no solo hay poca reflexión sobre la historia de la comunicación sino que también hay muy poca evidencia de una reflexión de segundo orden, es decir, de observar cómo observamos para poder reconstruir la historia de la historia de la comunicación.
Por ejemplo, en su propuesta de un modelo de análisis sobre la historia de los estudios de la comunicación, Löblich y Scheu (2011) sugieren lo que consideran han sido los tres acercamientos principales para el análisis de la historia de los estudios de la comunicación: el intelectual, el biográfico y el institucional. En el primer caso, el acercamiento intelectual se centra en los desarrollos cognitivos poniendo énfasis en los orígenes, la singularidad y la coherencia de
las teorías, los paradigmas, los problemas de investigación y los métodos que se utilizan en la disciplina, es decir, se trata de un punto de vista que se centra en la identidad cognitiva de los estudios de la comunicación. En el segundo caso, en el acercamiento biográfico, la mirada a la historia se hace a través de autores individuales y su trayectoria académica, es decir, se utiliza el curso de la vida de un científico para narrar el curso de la historia de los estudios de la comunicación.
Finalmente, en lo que se refiere al acercamiento institucional, se pone un especial énfasis en la dimensión institucional de los estudios de la comunicación (revistas, institutos, programas, asociaciones, etc.). Esta aproximación pone énfasis en el desarrollo de los institutos de investigación de la comunicación al interior y al exterior de los departamentos en las universidades y dentro de la industria de los medios. Adicionalmente, pone especial atención en las asociaciones académicas, “los colegios invisibles” y los recursos relacionados con la investigación de la comunicación.
Para Löblich y Scheu (2011), un modelo de la historia de los
estudios de la comunicación debe integrar dentro de sí tanto el acercamiento intelectual, el biográfico y el institucional para ser puestos en relación con la dimensión propia del campo, con la relación que se establece con otros campos de conocimiento y con lo que sucede en el nivel general en la sociedad más allá del campo científico. El modelo supone entonces una visión casi “global” de todo aquello que interviene en la parte histórica de la emergencia de la comunicación como espacio de conocimiento. Sin embargo, pese a que no es su intención central, resulta relevante que los autores propongan dimensiones específicas para “construir” la historia de la comunicación pero no para estudiar los efectos que los discursos históricos ya existentes sobre la emergencia de la comunicación han generado en el propio campo; es decir, no hay un nivel metarreflexivo sobre la historia de la historia del campo de la comunicación. Hablamos entonces de la necesidad de emprender un análisis sobre la historia de la historia del campo de la comunicación en sus múltiples niveles, una tarea que se asemeja mucho a la que ha realizado Averbeck (2008) al comparar la historia de los estudios de la comunicación en Francia y Alemania; una comparación que retoma objetos de conocimiento y no únicamente contextos socioculturales de producción intelectual.
En última instancia, se trata de tomar una posición frente a una serie de problemáticas que se han dado en la investigación de la comunicación a lo largo de la historia y que tienen que ver con las críticas hacia la fundamentación conceptual del campo (Berelson, 1959); con los cuestionamientos sobre la pobreza intelectual en la investigación de la comunicación (Peters, 1986); con la discusión en cuanto a los intentos formales por organizar el campo metadiscursivo de la comunicación (Myers, 2001); con el problema de inmediatismo superficial en los estudios de la comunicación (Fuentes, 2009); con la controversia sobre la pérdida de principios normativos en la investigación de la comunicación (Donsbach, 2006); con las preguntas acerca de lo que entendemos y nombramos como teorías de la comunicación (Anderson, 1996); con las dificultades en cuanto a la falta de rigurosidad en el uso de conceptos en las explicaciones en los procesos de investigación de la comunicación (Chaffee, 1991, 2009); con el desarrollo de programas y agendas de investigación ajenas al propio campo de estudio (Sanders, 1989), y con las críticas particulares al relativismo teórico en la investigación de la comunicación (Vidales, 2010, 2011, 2013). Se trata de
poner en perspectiva analítica todas estas críticas al campo a través
de la reconstrucción de los objetos de conocimiento y no tanto de las tradiciones teóricas que se suponen las sustentan.
De las tradiciones teóricas
a los objetos de conocimiento en la investigación
de la comunicación
En su emblemático trabajo sobre la teoría de la comunicación como campo, Craig (1999) realiza una propuesta que puede ser considerada como uno de los intentos más importantes por organizar lo producido en los estudios de la comunicación en el nivel teórico partiendo de un principio básico, a saber, que la teoría de la comunicación es un campo coherente de prácticas metadiscursivas, un campo discursivo sobre discursos que tienen implicaciones para la práctica de la comunicación. Desde este punto de vista, más que pensar en la idea de “una” teoría de la comunicación, es en la conjunción de una matriz general que acepte las diferentes visiones sobre la comunicación en donde reside la clave para el futuro de la teoría de la comunicación como campo de estudio. Lo anterior posibilita pensar que la teoría de la comunicación puede convertirse en un campo autónomo coherente, dado que al conceptualizar a la comunicación implícitamente se está construyendo una perspectiva comunicacional sobre la realidad social, lo que la hace distinta de otras ciencias sociales. La clave, por tanto, es entender a la comunicación como el modo fundamental de explicación y no como un elemento subordinado a otro tipo de lógicas, lo que implicaría no solo desarrollar ese punto de vista particular, sino tomar en consideración el movimiento y el cambio natural del mundo social. Esto es lo que lo lleva a elaborar una matriz que permita la inclusión de más de una visión sobre la comunicación, un lugar donde los distintos modelos teóricos de la comunicación puedan interactuar: un metamodelo
o un modelo de segundo orden (Craig, 1999).
El metamodelo que desarrolla Craig parte del cuestionamiento del supuesto de validez bajo el cual las teorías se construyen a partir de una posición metadiscursiva, dado que algunas teorías cuestionan lo que otras están dando por sentado y este proceso produce un efecto autorreferencial que caracteriza a los marcos explicativos, proceso del cual únicamente se puede salir cambiando el cuestionamiento de “cómo la comunicación es posible” a “cómo la comunicación es consumada en la práctica”. Así, tomando en cuenta la afirmación de Craig en la que sugiere que la práctica técnica de la teoría de la comunicación generalmente deriva de nuestras prácticas ordinarias en las que hablamos sobre comunicación, es posible pensar que en la práctica de investigación la idea de comunicación que opera detrás de la construcción ontológica y epistemológica es la devenida de la vida práctica en la que hablamos de comunicación y no de la que deviene de los marcos teóricos.
De esta manera, la propuesta de Craig (1999), fundamentada en la retórica y en la dimensión práctica de las teorías de la comunicación, es un intento por organizar las tradiciones intelectuales en función de las consecuencias prácticas que éstas pueden tener para la vida social y para el mejoramiento de procesos comunicativos; es decir, no es una propuesta cuya base sea un criterio epistemológico, axiológico u ontológico para la organización conceptual, sino uno propiamente práctico.2 El resultado de su propuesta es el reconocimiento de siete tradiciones teóricas en el estudio de la comunicación, las cuales se recuperan a continuación.
1. La tradición retórica: la comunicación como el arte práctico del discurso. En esta tradición la comunicación ha sido generalmente teorizada como el “arte práctico del discurso”, especialmente en el discurso público, por lo tanto, es relevante para explicar por qué nuestra participación en discursos es importante y cómo es que ocurre, por lo que supone que la práctica de la comunicación puede ser cultivada y mejorada a través del estudio crítico y la educación. También tiene que ver con la persuasión de audiencias.
2. La tradición semiótica: la comunicación como la mediación intersubjetiva de los signos. En esta tradición la comunicación es conceptualizada como la mediación intersubjetiva por medio de signos, por lo tanto, explica y cultiva el uso del lenguaje y otros sistemas de signos para mediar entre distintas perspectivas; así, los problemas de la comunicación dentro de esta perspectiva son principalmente relacionados con la (re)presentación y transmisión de significados o las brechas entre sujetos que pueden ser resueltas por el uso de sistemas de signos compartidos.
3. La tradición fenomenológica: la comunicación como la experimentación del otro. En esta tradición la comunicación ha sido teorizada como un diálogo o experiencia del otro, por lo que explica la interrelación de identidad y diferencia en las relaciones humanas, mismas que cultiva. Así, la auténtica comunicación o diálogo, se encuentra fundado en la experiencia directa y no mediada del contacto con los otros.
4. La tradición cibernética: la comunicación como el procesamiento de información. En esta tradición la comunicación ha sido teorizada como el procesamiento de información y explica cómo cualquier tipo de sistema complejo (vivo/no vivo o micro/macro) puede funcionar y por qué, bajo ciertas circunstancias, puede dejar de hacerlo.
5. La tradición sociopsicológica: la comunicación como expresión, interacción e influencia. En esta tradición la comunicación ha sido teorizada como un proceso de expresión, interacción e influencia, un proceso en el que el comportamiento de los humanos o cualquier otro organismo complejo expresa mecanismos psicológicos, estados y rasgos y, a través de la interacción con expresiones similares de otros individuos produce un rango de efectos cognitivos, emocionales y de comportamiento. En síntesis, la comunicación es un proceso por medio del cual los individuos interactúan y se influencian el uno al otro.
6. La tradición sociocultural: la comunicación como la (re)producción del orden social. En esta tradición la comunicación es típicamente entendida como un proceso simbólico que produce y reproduce patrones socioculturales compartidos, por lo que explica cómo el orden social es creado, realizado, mantenido y transformado en niveles micro de procesos de interacción. La producción implica también creatividad.
7. La tradición crítica: la comunicación como reflexión discursiva. En esta tradición una auténtica comunicación sucede únicamente en un proceso de reflexión discursiva que se mueve hacia una trascendencia que nunca puede ser completa y finalmente alcanzada, sin embargo, el proceso reflexivo en sí mismo es progresivamente emancipatorio. Para esta tradición (con fuerte centro en la Escuela de Frankfurt), el problema básico de la comunicación en las sociedades emerge de fuerzas materiales e ideológicas que distorsionan la reflexión discursiva (Craig, 1999).
Como es posible observar, Craig propone las que han sido consideradas históricamente las grandes tradiciones intelectuales en el estudio de la comunicación y las cuales se supone funcionan como principios teóricos en la investigación empírica. Si bien la finalidad de Craig era abrir el debate sobre el campo de las teorías de la comunicación, lo que sucedió es que la discusión no solo no se llevó a cabo, sino que el campo de la comunicación terminó por aceptar y reproducir las tradiciones intelectuales al grado de institucionalizar un discurso sobre las que son ahora consideradas las fuentes históricas y científicas del estudio de la comunicación (Eadie, 2009, Galindo, 2008; Griffin, 2009; Littlejohn & Foss, 2009; West & Turner, 2010).
Si bien Craig no ha sido el único ejemplo de organización conceptual, se ha convertido en uno de los más influyentes en lo que a la organización del espacio conceptual de la comunicación se refiere. Por ejemplo, se puede encontrar una clasificación similar en los trabajos de Scolari (2008), De Moragas (2011), el “Grupo Hacia una Comunicología Posible” (Galindo, 2008), en el trabajo de Rodrigo Alsina (2001) y Boyd-Barrett (2006) entre otros, quienes pese a su diferente nomenclatura y organización, en realidad dan muestra de un mismo universo conceptual.
Adicionalmente, y siguiendo con la propuesta de Löblich y Scheu (2011), es posible identificar un conjunto de obras que responden de manera general al acercamiento intelectual, biográfico e institucional sobre el análisis de la historia de los estudios de la comunicación y desde los cuales es posible encontrar los lugares comunes que se han reproducido una y otra vez sobre las fuentes intelectuales del campo de la comunicación. En el primer caso podemos ubicar obras como Critical Communication Studies de Hardt (1992); Speaking into the Air. A history of the Idea of Communication de Durham Peters (1999); Historia de las Teorías de la Comunicación de Mattelart y Mattelart (1997); Comunicación, Ciencia e Historia coordinado por Galindo (2008); La Invención de la Comunicación de Mattelart (1995); Teoría General de la Información y la Comunicación de Escarpit (1977) y Teorías de la Comunicación de Fernández y Galguera (2009), solo por nombrar algunos de ellos. Por su parte, en lo que respecta al enfoque biográfico, un par de trabajos representativos son A history of Communications Studies. A Biographical Approach de Rogers (1994) y Phenomelogy of Communication de Lanigan (1992, 1998). Finalmente, en cuanto al enfoque institucional, algunos trabajos representativos que pueden ser nombrados son Institutional Networking: The History of the International Association for Media and Communication Research (iamcr) de Nordenstreng (2008) e Institutional Opportunities for Intellectual History in Communication Studies de Durham Peters (2008). Todos estos textos narran de alguna manera la historia conceptual de la comunicación poniendo el énfasis en los autores, así como en los contextos de producción académica siendo, en cierto sentido, obras en las que es posible encontrar esas grandes tradiciones intelectuales de las cuales se ha hablando a lo largo del trabajo.
Ahora bien, más allá de los nombres y las distintas formas de organizar el espacio conceptual de la comunicación, es posible constatar cómo las tradiciones teóricas tienden a repetirse una y otra vez (Vidales, 2013), situación que ha terminado por institucionalizar una historia sobre las fuentes científicas del estudio de la comunicación; sin embargo, ninguna de ellas ha funcionado como criterio epistemológico de organización y mucho menos como criterio lógico para definir los límites de lo propiamente comunicativo. Es precisamente en este punto donde se propone el paso de las reconstrucciones genealógicas a los objetos de conocimiento, un movimiento que implica dejar atrás el criterio de organización secuencial que ha seguido la historia y abandonar también el discurso académico sobre las tradiciones teóricas en el campo de la comunicación.
En su profundo análisis sobre la producción académica en comunicación, Bryant y Miron (2004) analizaron tres de las revistas más importantes en el nivel internacional sobre la comunicación de masas: Journalism & Mass Communication Quarterly, Journal of Communication y Journal of Broadcasting & Electronic Media. Su análisis abarca desde su surgimiento en los años cincuenta hasta los últimos números publicados en el año 2000, periodo dentro del cual su corpus de análisis alcanzó los 1 806 artículos. De estos artículos, únicamente se seleccionaron 576 por estar relacionados directamente con la co-
municación de masas, el objeto central de estudio del campo de la comunicación desde sus inicios. La investigación puso especial énfasis en el uso y citación de teorías en cada uno de los artículos referidos y en los cuales encontraron 1 393 referencias hechas a 604 teorías diferentes, es decir, un promedio de 2.42 teorías por artículo. De las teorías encontradas, los autores reconocen que 48% de ellas fueron usadas como mera referencia, 26% como marco teórico, 7% como comparación, 4% como crítica, 3% como propuestas, 2% como soporte de argumentaciones, 2% fue puesta a prueba, 1% fue incluida para ser expandida y solo 0.86% de ellas recibió una nueva aplicación. Evidentemente, el uso primario que las teorías tienen en la investigación de la comunicación es como meras referencias y no como marcos conceptuales.
Adicionalmente, en el mismo estudio Bryan y Miron (2004) muestran las teorías más citadas dentro de las cuales se encuentran “usos y gratificaciones” (1959), “agenda setting” (1970), “teoría del cultivo” (1969), “teoría del aprendizaje social” (1973), la “teoría de la extensión de los sentidos de McLuhan” (1954), la “teoría de la difusión” (1962), la “teoría de la dependencia” (1976), la “cibernética y teoría de los sistemas” (1949) y el “flujo en dos pasos” (1940) entre muchas otras. En este punto se puede observar las claras diferencias entre las tradiciones teóricas que se supone fundamentan nuestro campo de estudio con aquellas que efectivamente se usan en la práctica. También es posible observar que, de entre las teorías más utilizadas en el campo en el nivel internacional, las teorías más utilizadas datan de los años setenta.
Lo anterior permite ver los efectos que nuestra propia narratividad histórica ha tenido en los procesos de construcción de conocimiento en el campo de la comunicación y de ahí también la necesidad de pasar a los objetos de conocimiento. Un claro ejemplo de este cambio es el texto que coordinaron en 2006, Shepherd, St. John y Striphas en el cual cada uno de los autores participantes toma una postura ontológica sobre la comunicación para desarrollarla como objeto de conocimiento y sobrepasar así las barreras de la narratividad histórica. Cada una de las propuestas completa la afirmación, “la comunicación como ...”, y al hacerlo coloca un objeto de conocimiento con el cual puede ser definida epistemológica y ontológicamente la comunicación. De esta manera, la comunicación se entiende como relacionalidad (Celeste M. Condit), ritual (Eric W. Rothenbuhler), trascendencia (Gregory J. Shepherd), construcción (constructive) (Katherine Miller), práctica (Robert T. Craig), como memoria colectiva (Carole Blair), como visión (Cara A. Finnegan), como corporeización (embodiment) (Carolyn Marvin), identidad social (Jake Harwood), Tecné (techné) (Jonathan Sterne), diálogo (Leslie A. Baxter), autoetnografía (Arthur P. Bochner y Carloyn Ellis), contadora de historias (storytelling) (Eric Peterson y Kristin Langellier), organización compleja (James Taylor), estructuradora (David Seibold y Karen Myers), participación política (Todd Kelshaw), deliberación (John Gastil), difusión (James Dearing), influencia social (Frank Boster), argumento racional (Robert C. Rowland), contra-público (Daniel Brouwer), diseminación (John Durham Peters), articulación (Jennifer Daryl Slack), traducción (Ted Striphas) y falla (Jeffrey St. John). Cada una de estas conceptualizaciones rompe las lógicas organizativas que se han seguido hasta la fecha en la reconstrucción de la historia conceptual del campo de la comunicación.
Al poner objetos de conocimiento al centro de la organización conceptual se estarían eliminando las fronteras de los subcampos de construcción de conocimiento. Por ejemplo, si se asume a la comunicación como organización compleja (Taylor, 2006), se estaría asumiendo un principio constructivo y un nivel ontológico que podría cruzar horizontalmente cualquier tema con el que la investigación de la comunicación se relacione: juventud, nuevas tecnologías, deporte, movimientos sociales, medios de comunicación, procesos de deliberación democrática, etc. De esta manera, se estaría superando la organización temática.
Por otro lado, también se estaría en la posibilidad de reorganizar el espacio conceptual a través de pensar qué es lo que cada tradición teórica tendría que decir sobre la comunicación entendida como organización compleja. La semiótica, la cibernética, la teoría crítica, la sociología fenomenológica, la lingüística, la psicología social o la retórica tendrían algo que decir, sin embargo, el criterio de organización no sería el intrínseco a cada tradición sino el relativo al objeto de conocimiento. Podríamos entender a la comunicación como una organización compleja semiótica, cibernética o fenomenológicamente, es decir, tendríamos otras formas de organización conceptual que podrían llevar al campo de la comunicación a una reorganización en función de sus objetos de conocimiento. Reconoceríamos entonces que la comunicación no tiene un objeto de estudio concreto, sino un conjunto de ellos construidos desde tradiciones teóricas diferentes. Esto mismo podría seguirse para cualquiera de los objetos mencionados con anterioridad.
Algo similar es lo que propone Craig (1999) cuando reconoce a la comunicación como a) arte práctico del discurso, b) mediación intersubjetiva de los signos, c) experimentación del otro, d) procesamiento de información, e) expresión, interacción e influencia,
f) (re)producción del orden social y, g) reflexión discursiva. Cada uno de estos conceptos puede funcionar como objeto de conocimiento para organizar conceptualmente las tradiciones intelectuales y para rastrear qué objetos se han construido históricamente en el campo de
la comunicación. Sin embargo, si bien Craig asocia cada objeto de conocimiento con una tradición teórica, esto no tendría por qué funcionar como un criterio restrictivo. La comunicación entendida como el arte práctico del discurso no tendría por qué estar únicamente asociada a la retórica; la comunicación como mediación intersubjetiva de los signos no tendría por qué estar solo relacionada con la semiótica, o la comunicación como procesamiento de información no tendría por qué estar ligada solamente a la cibernética. De esta manera, al pasar de las genealogías a los objetos de conocimiento estaríamos en la posibilidad de pensar dichas genealogías en función de los objetos (y los objetos que construyen) y pasar así a la configuración de la transdisciplinariedad.
La Enciclopedia Internacional de Sistemas y Cibernética (Francois, 2004), define a la transdisciplina como un “metalenguaje”, es decir, como un lenguaje meta que trasciende los campos disciplinares. Pensar en los objetos de investigación y construirlos conceptualmente, permitiría convertir a la comunicación en un metalenguaje. Un caso ejemplar en este sentido es lo que ha sucedido con la propuesta que ha desarrollado el danés Brier (2008), la cual ha puesto al centro de su programa conceptual a la comunicación, la cognición y la información, tres objetos de conocimiento desde los cuales se construye un metalenguaje que permite sobrepasar las fronteras de los campos disciplinares. No se trata entonces de una nueva genealogía como respuesta a la organización precedente, como tampoco de una “respuesta” al problema que la reconstrucción histórica ha generado, sino tan solo un ejemplo de cómo a través del reconocimiento de objetos de conocimiento es posible repensar la organización conceptual y generar nuevas genealogías cuyo criterio epistemológico de organización sea su referencia a un objeto de conocimiento compartido.
Evidentemente, en este punto hablamos no solo de una nueva forma de construcción de conocimiento, sino también de una nueva manera de concebir la organización de las ciencias y la superación de las fronteras disciplinares, por lo que vale la pena detenerse en esta propuesta por un momento y analizar las consecuencias que tiene para la discusión de la historia, el campo, la teoría y la investigación de la comunicación.
Comunicación, cognición e información:
los centros conceptuales del marco transdisciplinar
de la cibersemiótica
Como se ha mostrado en los apartados anteriores, parece haber un acuerdo sobre las tradiciones intelectuales que fundamentan la emergencia de la comunicación como campo especializado de conocimiento, las cuales han tendido a institucionalizarse gracias a la narratividad histórica que hemos creado a su alrededor. Sin embargo, esta historia contrasta con lo que sucede en la investigación de la comunicación y ha impedido que se exploren los desarrollos contemporáneos de cada una de las tradiciones intelectuales, así como el surgimiento de nuevas tradiciones teóricas que emergen más allá del campo de la comunicación, las ciencias sociales o las humanidades en general. Por ejemplo, no se le ha prestado mucha atención a los desarrollos contemporáneos de la cibernética de segundo orden en el estudio de la comunicación (Krippendorff, 2009), en la sistémica para el estudio de la comunicación (Beaker, 2013), en las bases neurológicas y biológicas de la comunicación (Lieberman, 2013) o bien, en los desarrollos contemporáneos de una ciencia integral de la información, la cognición y la comunicación (Brier, 2008).
Lo distintivo de esta última propuesta es que pone al centro objetos de conocimiento alrededor de los cuales se organizan las tradiciones intelectuales que los han estudiado, un movimiento contrario al que se ha seguido en el campo de la comunicación y que ha posibilitado la creación de un marco teórico transdisciplinar sobre la información, la compu-tación, la semiótica, la cognición y la comunicación, así como un nuevo criterio para la organización genealógica. De acuerdo con Brier (2014), se pueden rastrear las rutas de estos conceptos en las matemáticas, la física, las ciencias de la computación, la biología, las ciencias de la comunicación, las ciencias de la información, las ciencias de los sistemas y en los estudios lingüísticos sobre la comunicación humana; situación que hace necesaria la creación de un segundo nivel de observación, un meta-orden que permita organizar todas estas propuestas. De esta forma, para poder sobreponerse a las enormes diferencias entre paradigmas y áreas de conocimiento que poseen fundamentos completamente distintos, el autor propone la producción de marcos transdisciplinarios a través de los cuales las conexiones interdisciplinarias sean posibles.
En este sentido, para Brier (2008), aunque la teoría de la información de Shannon es la más conocida, las bases para una ciencia objetiva de la información se encuentran en la propuesta estadística de la neguentropía de la información de Wiener. Aquí la información se percibe como un “poder” organizativo, por lo que el marco teórico parece mezclar la visión evolutiva/sistémica de la termodinámica que combina la energía, la materia y la información como componentes ontológicos objetivos en una dinámica evolutiva emergente. Dicho programa ha hecho progresos como método para conceptualizar y lidiar con la realidad interna, externa y social de los sistemas vivos de tal manera que la representación del conocimiento se vuelve compatible y manipulable computacionalmente. El punto central de esta perspectiva es explicar las cualidades, la vida y la conciencia como fenómenos emergentes que resultan de la evolución de sistemas materiales, informacionales y energéticos, para lo cual se emplean termodinámicas del no-equilibrio, la dinámica de sistemas no lineales, la teoría del caos determinista y las matemáticas de fractales como herramientas analíticas.
Si bien el desarrollo de estas perspectivas ha ayudado a la ciencia mecanicista y funcionalista a crear mejores modelos de la cognición y la comunicación en los sistemas vivos, enfrenta problemas inesperados y grandes dificultades cuando intenta modelar la dimensión semántica del lenguaje. Esto es la evidencia de la necesidad de un enfoque diferenciado capaz de incluir los aspectos fenomenológicos y sociales de la cognición, el lenguaje y la comunicación, así como la naturaleza biológica y el comportamiento de los sistemas vivos, pero fundamentalmente, una teoría de la significación y el significado ausente en las propuestas precedentes. Para Brier (2008), una teoría consistente de la información, la cognición y la comunicación debe necesariamente comprender las ciencias sociales y las humanidades así como las ciencias biológicas y de lo psicoquímico.
Desde este marco también han sido reconocidos algunos límites
para la cibernética y algunas oportunidades de la integración de la semiótica, lo cual ha sido el caso en la búsqueda de una teoría general para explicar el fenómeno de la vida, fenómeno en el que el problema del significado y la significación cobran un papel fundamental (Hoffmeyer, 1993/1996, 2008; Sharov, 1998). Es en este punto donde aparece la importancia y necesidad de la inclusión de la perspectiva triádica de Charles Sanders Peirce para proveer a la cibernética y al pensamiento sistémico de una teoría de la significación, lo que es precisamente el objeto central de la cibersemiótica.
Lo anterior hace evidente la necesidad de una teoría de la significación y de cómo el sentido es producido a través de los signos para conectar la conciencia humana con una teoría de la naturaleza y la información, lo cual trae a la discusión la propuesta de la biosemiótica, un marco que ya integra dentro de sí tanto la semiótica peirceana con una teoría biológica de la vida y la evolución, planteando que es posible comprender a la ciencia misma como una manifestación particular de los procesos sociales de producción de sentido.
Sin embargo, como afirma Brier (2010), la ciencia no tiene una teoría de cómo esa producción cognitiva de conocimiento significativo de los seres humanos conscientes emerge de la evolución, es decir, todavía no es claro como una teoría fisicalista de la evolución basada en conceptos como materia, energía, fuerza e información objeti-
va definida en la forma de negentropía según Wiener, o una teoría computacional, pueden producir una teoría para explicar cómo es que la experiencia de la conciencia de la primera persona y su habilidad para producir comunicación, significación y cognición ha evolucionado en el tiempo.
Lo anterior convierte a las ciencias naturales así como a las humanidades y las ciencias sociales en sistemas de conocimientos que son incapaces de explicar sus propias bases al ignorar los orígenes evolutivos de las habilidades cognitivas y comunicativas del ser humano.
Como tal, su teoría no puede ser tan abarcadora, a menos que posicionen al observador y su cognición significativa en un mundo especial fuera del universo como lo hiciera Descartes, pero es generalmente aceptado en la ciencia y en la filosofía contemporánea que el dualismo de Descartes no es una ontología satisfactoria para resolver nuestros actuales intentos por entender el rol y función de la información, la cognición, la conciencia y la comunicación en nuestro universo (Brier, 2010 p. 1905).
De hecho, la ciencia constantemente excluye al observador, lo que paradójicamente genera que la teoría fundamental de las ciencias exactas sea sobre un mundo sin el sujeto cognoscente. Se debe entonces llamar la atención sobre el hecho de que la conciencia, el sentido y la comunicación son también fenómenos naturales y se encuentran íntimamente conectados dentro un continuum, es decir, un tipo de conexión entre la mente y la materia y, por lo tanto, también entre la naturaleza y la cultura. La propuesta de la cibersemiótica se basa entonces en una visión naturalista en la que se identifican cuatro acercamientos distintos para entender la cognición, la comunicación, el sentido y la conciencia: a) las ciencias exactas, b) las ciencias de la vida, c) la fenomenolo-
gía, hermenéutica y las humanidades y, c) la sociología y el punto de vista lingüístico y discursivo. Lo anterior supone que hay cuatro formas de explicación histórica: la cosmológica, la biológica, la histórica y la historia de la vida personal.
Si bien las ciencias naturales trabajan sobre la base de la construcción de una gran explicación histórica, no han sido capaces de explicar la emergencia de la vida y la conciencia en la evolución, por lo que se puede inferir que una visión general e integradora del proceso comunicativo de la conciencia significativa humana no puede provenir de una sola ciencia, sino que se tiene que intentar incorporar todas al mismo tiempo, de ahí que Brier (2010) sostenga que en la teoría evolucionista de las ciencias cognitivas y la semiótica se tengan que inventar modelos de cómo la experiencia de la conciencia de la primera persona y el sentido intersubjetivo a través de la comunicación emergen en los sistemas vivos.
En los estudios de la comunicación se ha asumido de manera casi natural a la producción social de sentido como la definición más cercana al objeto de estudio de la comunicación, sin embargo, el sentido sigue siendo un concepto no solo polisémico, sino por momentos, carente de todo significado; es a final de cuentas, un lugar común. No obstante desde la mirada cibersemiótica el sentido tiene una conceptualización mucho más precisa. Para Brier (2010), es posible sostener que el sentido de algún tipo de información está definido por la diferencia que alguien experimenta a partir de ella, es decir, el sentido puede ser pensado como un término que implica la percepción de signos y el entendimiento de la comunicación. En síntesis, el sentido es una diferencia que realiza un signo en el mundo de alguien al estar en lugar de algo en algún aspecto u otro. De ahí que una pregunta central sea saber hasta qué punto es posible tener información sin sentido o si por el contario, la información es siempre un aspecto del sentido. Esto es lo que lleva a Brier (2010) a concluir que hay un campo de la información en el mundo cibernético pero no hay un campo del sentido, dado que la teoría cibernética y la autopoiesis no tienen una definición teórica de la conciencia de la primera persona como parte de su paradigma.
Aquí aparece entonces la importancia de la semiótica como paradigma lógico e interpretativo al estar relacionada con el sentido y los significados y a cómo éstos se encuentran relacionados con los seres vivos primero y con sistemas vivos conscientes después, una condición que la ha llevado al campo de la biología a preguntarse desde este espacio disciplinar cómo es que algo que no es significativo se vuelve significativo o cómo es que el sentido o lo significativo emerge en el mundo (Hoffmeyer, 1993/1996). Así, la pregunta por el sentido implica un cambio en la visión de las condiciones físicas de su producción hacia las nociones prácticas de su emergencia en todo proceso comunicativo, cognitivo y social.
La cibersemiótica es entonces un marco transdisciplinar que ejemplifica en la actualidad el potencial que hay en pensar en objetos de conocimiento y metalenguajes más allá de las genealogías que hasta el momento hemos construido en el campo de la comunicación. Se trata entonces de explorar a profundidad estas posibilidades analíticas y estudiar críticamente, hasta donde sea posible, las narrativas que la historia ha institucionalizado sobre el campo, la teoría y la investigación de la comunicación; narrativas que dejan de lado todo un universo conceptual nuevo, contemporáneo y más cercano a nuestras actuales configuraciones sociales complejas. Sin embargo, valdría la pena finalizar puntualizando que con esta revisión crítica de la historia no se resuelve el problema de la identidad académica o la carencia de un objeto de estudio compartido, dado que lo que emerge en el horizonte son varios objetos de conocimiento sobre los que podría descansar la identidad académica del campo de la comunicación en el futuro.
Por otro lado, si se piensa en el metacampo propuesto (Vidales, 2013), el campo de las teorías de la comunicación, los problemas de la identidad conceptual y las genealogías de la comunicación se convierten en un problema irrelevante, dado que lo que se plantea es una mirada transdisciplinar de los objetos de conocimiento y no de los temas de investigación compartidos. Desde este punto de vista se abre todo un nuevo horizonte conceptual, científico e histórico para la construcción de conocimiento que valdría la pena explorar en el futuro.
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Fecha de recepción: 17/05/14. Aceptación: 04/07/14.
1 Universidad de Guadalajara, México.
Correo electrónico: morocoi@yahoo.com
Av. Parres Arias No. 150, Col. Los Belenes. C. P. 54100; Zapopan, Jalisco, México.
2 En un texto reciente, Craig (2013) ha desarrollado las bases epistemológicas de la construcción de teorías, un trabajo que puede considerarse la continuación de su texto de 1999.
Nueva época, núm. 23, enero-junio, 2015, pp. 11-43. issn 0188-252x
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