De la comunicación

como campo a la co-municación como

concepto transdisciplinar: historia, teoría y objetos de conocimiento

From the consideration of communication as a field to the consideration of communication as a transdisciplinary concept: history, theory and objects

of knowledge

Carlos Vidales Gonzáles1

http://orcid.org/0000-0002-8847-9321

El trabajo centra su atención en el papel que la historia ha tenido en la construcción del campo y la investigación de la comunicación así como en las posibilidades de pasar de la consideración de la comunicación como campo académico a la consideración de la comunicación como un concepto transdisciplinar. Se pone especial énfasis en la historia, la teoría y los objetos de conocimiento.

Palabras clave: Historia de la comunicación, campo de la comunicación, objetos de conocimiento, transdisciplina, cibersemiotica.

The present work focuses its attention in the role history has had in the construction of the field of communication, the research practice and in the possibilities of moving from the consideration of communication as an academic field to the consideration of communication as a transdisciplinary concept. The article plays special attention to the history, theory and to the objects of knowledge.

Keywords: History of communication, communication field, objects of knowledge, transdisciplinarity, cybersemiotics.2

Presentación

Son muchos y variados los recuentos que se han realizado sobre la historia del campo académico de la comunicación, desde aquellos que ponen énfasis en autores particulares (Abbott, 2005; Rogers, 1994; Simonson, 2008), hasta aquellos que ponen énfasis en contextos sociales específicos (Dennis & Wartella, 1996; Glander, 2000; Marques de Melo, 2009). Sin embargo, no son muchos los recuentos que han reflexionado sobre el papel que la historia ha tenido en la constitución del campo y la investigación de la comunicación, dado que lo que ha tenido mucho mayor desarrollo ha sido la investigación dedicada a la historia de los medios de comunicación entendidos como tecnología o la historia de la teoría vinculada con los medios de comunicación (Park & Pooley, 2008). No me interesa, por tanto, contar una nueva historia, generar un nuevo relato histórico o plantear cómo habría de ser la historiografía en el campo de la comunicación (Löblich & Scheu, 2011), sino precisamente llamar la atención sobre el papel que la historia y la teoría han tenido en la constitución del campo y la investigación de la comunicación, y cómo es que a partir de este recuento es posible pasar de la consideración de la comunicación como campo académico hacia la consideración de la comunicación entendida como concepto transdisciplinar.

El asunto es que la historia que ha sido contada hasta el momento ha generado por lo menos tres grandes problemas. El primero de ellos es que ha establecido un discurso sobre un pasado, un estado actual y un posible futuro (Hardt, 2008), una idea que además ha producido un acuerdo generalizado en el que se asume que la historia del campo académico de la comunicación a nivel internacional es equiparable a la historia del campo en el contexto norteamericano (Averbeck, 2008; Rogers, 1994) y, por lo tanto, que el estado actual y el posible futuro dependen en gran medida de lo que en ese contexto social suceda. Y en cierto sentido podríamos decir que en lo que a lo conceptual se refiere, en realidad así ha sido y sigue siendo, pese a los enormes intentos que se han hecho en otros contextos por contar una historia diferente (Marques de Melo, 2004, 2009; Martín-Barbero, 2002; Martino, 2016; Moragas, 2011; Portugal, 2000; Vizer & Vidales, 2016).

El segundo problema, y quizá el menos evidente, es el papel que la historia ha tenido en la construcción del campo académico de la comunicación, dado que no solo se ha aceptado como un acuerdo generalizado una narratividad histórica particular, sino que también se ha naturalizado con el discurso histórico el conocimiento disciplinarizado sobre la comunicación, es decir, la forma en que los modos disciplinares de pensamiento se convierten en aspectos predeterminados de los marcos para la investigación académica. Para Zelizer (2008), por momentos la naturalización de la perspectiva disciplinar se vuelve tan rígida que podemos olvidar cuánto de eso que conocemos en la academia es llevado a cabo sin una clara correspondencia sobre cómo es que llegamos al conocimiento que poseemos, puesto que el discurso histórico ha omitido tanto el procedimiento metodológico como la transformación misma de los fenómenos comunicativos en el mundo social. Qué sabemos y cómo lo sabemos, es una relación pendiente entre la comunicación y la historia.

¿Pero por qué tanto interés en la historia del campo de la comunicación y sus procesos de construcción de conocimiento? ¿Qué relación tiene esto con su núcleo disciplinar? ¿A dónde nos conducen este tipo de reflexiones? El asunto es que las disciplinas son en realidad comunidades interpretativas, comunidades que tienden a construir conocimiento, a preguntarse y a estudiar la realidad desde ciertos acuerdos implícitos sobre lo que es su propia especificidad como campo de estudio, de ahí que esto sea un problema para nuestro caso particular. ¿Cuál es la especificidad de la investigación en comunicación? ¿Qué hace que una investigación sea comunicativa? ¿Es la adscripción institucional del investigador, el tema de estudio, la perspectiva conceptual o un punto de vista particular? ¿Se estudian fenómenos de comunicación o se piensa comunicativamente el mundo social? ¿Tiene sentido seguirse haciendo estas preguntas a más de siete décadas de su emergencia como campo académico? El tema central es que la investigación de la comunicación es todavía un campo abierto sumamente heterodoxo en sus métodos, sus acercamientos conceptuales y sus temas de estudio, lo que hace casi imposible la tarea de definir con claridad qué es lo que lo hace un espacio académico particular, incluso, por momentos lo convierte en una tarea irrelevante pese a las visiones más positivas que veían el estado del campo algunas décadas atrás como una “fragmentación productiva” (Craig, 1999).

Finalmente, la historia del campo de la comunicación ha generado un tercer problema relacionado con los productores del conocimiento y no con los marcos conceptuales. Caracterizadas por su contenido y su metodología, las disciplinas son tanto lo que estudian como la forma en que lo hacen, una circunstancia que tiene estrecha relación con las formas en que construimos, producimos y reproducimos el conocimiento. El problema es que este proceso al final termina poniendo más atención en quiénes producen el conocimiento y no en el conocimiento mismo. De esta manera, se vuelven más importantes las dimensiones políticas y de poder en el campo que las propiamente intelectuales y cognitivas. Para Zelizer (2008), si bien en la ciencia contemporánea las barreras disciplinares son difíciles de identificar, los académicos siguen existiendo dentro de esas fronteras y límites de las comunidades interpretativas separadas, en donde cada grupo determina no solo la entrada de nuevos miembros a su comunidad, sino también qué es lo que cuenta como evidencia verdadera, de qué forma y específicamente, cuáles son las preguntas sobre las que hay que pensar y la investigación que realmente vale la pena hacer. Se crean así las agendas locales e internacionales de investigación que responden en muchas ocasiones a dimensiones políticas y no a dimensiones propiamente intelectuales. El resultado es un cuerpo discreto de conocimiento que quienes lo apoyan lo pregonan muy bien, pero que no es suficiente como para crear un marco compartido sobre algún núcleo central de discusión o para pensar los problemas, fenómenos u objetos de estudio más allá de la propia frontera disciplinar.

Por lo tanto, la propuesta de este artículo es releer la historia para poder pasar de la comunicación entendida como campo académico a la comunicación entendida como un concepto transdisciplinar, situación que permitirá describir el fenómeno de la comunicación, delimitar su naturaleza ontológica y definir su dimensión epistemológica independientemente del dominio de realidad en el que se estudie (sistemas no vivos, sistemas vivos, sistemas conscientes). Adicionalmente, le permitirá abrirse al diálogo interdisciplinar a partir de la especificidad del fenómeno comunicativo y desarrollar así nuevos marcos conceptuales para pensar los complejos fenómenos de comunicación de la vida contemporánea sin olvidar en ningún momento los marcos previos ya existentes. Si bien esta propuesta no elimina algunos de los problemas actuales que enfrenta el campo, abre por lo menos la posibilidad de otras historias, otros estados actuales y otros futuros posibles, todos estadios que todavía están por ser construidos, de ahí la importancia y vigencia de esta discusión. Por lo tanto, es importante mencionar que lo que aquí se presenta es apenas el bosquejo de una de esas historias de futuro de la mano de la cibersemiótica, una mirada transdisciplinar de la comunicación, la significación, la información y la cognición. Se trata de una propuesta que objetiva precisamente ese intento por mover la discusión sobre el campo académico de la comunicación para construir en el centro a la comunicación como un concepto transdisciplinar a través de la propuesta de los objetos de conocimiento. Casi un siglo después de la emergencia del estudio formal y sistemático de la comunicación, parece que es tiempo de detenerse por un momento para evaluar lo sucedido y plantear así nuevas rutas de pensamiento para el futuro.

Un primer acercamiento a la relación entre

la historia y los estudios de la comunicación

De manera general, más que reflexiones sobre el papel de la historia en la constitución del campo académico de la comunicación, lo que hemos desarrollado son historias del proceso de institucionalización del campo (Delia, 1987; Pietilä, 2008; Sproule, 2008), de las teorías de la comunicación de masas (Park & Pooley, 2008; Zelizer, 2008), de las teorías de la comunicación (Cobley & Schulz, 2013; Ibekwe-San Juan & Dousa, 2014; Pavitt, 2016; Schützeichel, 2015), historias de la idea de la comunicación (Peters, 1999) y de conceptualizaciones particulares sobre la comunicación (Schiller, 1999), solo por mencionar algunas. Sin embargo, queda pendiente una reflexión más puntual sobre la historia de la historia de la comunicación o del papel que la propia historia ha tenido en la constitución del campo y la investigación de la comunicación, todo lo cual implicaría partir en primera instancia, de la reflexión sobre la relación entre dos campos de conocimiento: la comunicación y la historia. En este sentido, uno de los autores contemporáneos que ha trabajado de manera sistemática este tema es el norteamericano John Durham Peters. Para Peters (2008), el estudio de la historia de la comunicación es históricamente reciente, es decir, se trata de una reflexión que es posterior a la emergencia misma del campo y la cual podría considerarse no solo como una de las áreas de investigación más tardías en desarrollarse, sino también como una de las que ha tenido un papel central tanto en el proceso de institucionalización del campo como en el proceso de construcción y reconstrucción conceptual y, de manera central, en el proceso de construcción de una identidad académica e intelectual. En este sentido, lo que el autor intenta hacer es explicar la emergencia de la filosofía de la historia y la teoría de la comunicación con la esperanza no solo de incrementar nuestra visión sobre qué es lo que la historia de la comunicación podría ser, sino también añadiendo reconocimiento de cómo los problemas centrales de la comunicación son importantes también para el estudio de la historia.

Para Peters (2008), esta forma de vincular a la historia y los historiadores con el campo de la comunicación y los procesos de mediación social se objetivan en tres procesos concretos: el registro histórico, la transmisión histórica y la interpretación. En lo que se refiere al registro histórico, Peters (2008) argumenta que lo que normalmente se registra no es lo más significativo, sino lo que cumple con una función específica en un momento determinado, por lo que es posible afirmar que la elección de un medio determina también el registro histórico. En este mismo sentido, es importante entender a los registros históricos como descripciones o narrativas particulares con límites igualmente particulares, dado que una característica central de la descripción es nunca ser exhaustiva, por lo que la potencial comunicación sobre un evento nunca es completa, es decir, nunca se considera que un registro histórico esté terminado, por el contrario, siempre habrá algo más que decir. La consecuencia inmediata es que el pasado es emergente y radicalmente incompleto, dado que el registro histórico es en sí mismo incompleto. El historiador tiene el mismo problema que el testigo, ninguno puede saber cuál será la evidencia crucial mientras se desarrollan los eventos, la evidencia únicamente será evidencia post facto, lo que es irrelevante ahora quizá será muy valioso en el futuro. Por lo tanto, el problema no es que la historia sea una narración incompleta y selectiva, dado que esa es su naturaleza, sino que es el producto de un momento histórico particular, situación sobre la que pocas veces se llama la atención.

Por su parte, en lo que se refiere a la transmisión histórica, Peters (2008) reconoce no solo su importancia, sino el papel central que en ella tienen las instituciones de transmisión cultural (monasterios, librerías, universidades, museos y archivos), las cuales también tienen diversos tipos de intereses (políticos, económicos, ideológicos, etc.), los cuales generalmente quedan fuera del análisis histórico. Finalmente, el último proceso es la interpretación. En este punto, las operaciones que hacemos en la interpretación son las más selectivas de todas y una de ellas es precisamente la selección de una pequeña “muestra”, de lo contrario el universo de lo interpretable es infinito no solo porque el lenguaje es generativo sino porque el registro del universo es también potencialmente infinito.

Resulta entonces que el registro histórico es siempre sobre un evento particular desde un contexto particular, lo que implica que necesariamente será parcial. Por su parte, la transmisión histórica también se
da en un momento particular, lo que implica que igualmente será selectiva de entre las posibilidades de mediación existentes y, finalmente, el proceso de interpretación se desarrolla tanto en el momento de la construcción del registro como en el momento de la lectura posterior del mismo, lo que implica que en cada proceso de interpretación el evento cambie, se modifique, se complete o simplemente que sea interpretable de diversas formas. ¿Por qué entonces asumimos con toda naturalidad que la historia del campo de la comunicación es la historia del campo estadounidense de la comunicación? Como lo menciona Schiller (1999), el potencial del estudio de la comunicación ha convergido directamente y en muchos puntos con el análisis y la crítica de las sociedades existentes a través de su desarrollo histórico, por lo que emerge la necesidad también de recuperar el tránsito de esas ideas sobre el mundo social a partir de los útiles intercambios históricos del pensar sobre la comunicación que ya existen. Es decir, se trata de comenzar con el trabajo ya realizado para contrastar esas historias del pasado y crear así un mapa extendido de nuestra topografía intelectual que nos ayude a revisar algunos de los principales temas y problemas de nuestro tiempo y, sobre todo, de nuestros contextos. Lo anterior implica necesariamente una historia conceptual o una historia de la idea de comunicación como la que ha propuesto el propio Peters (1999), pero desde otros contextos sociales y, sobre todo, intelectuales, dado que la topografía intelectual del campo se encuentra estrechamente vinculada a su producción conceptual y no tanto al estudio del desarrollo tecnológico, técnico, cronológico o biográfico de autores y momentos determinados. Así, de lo que se trata es de estudiar los intentos sistemáticos por desenredar el complejo compromiso con ciertos temas, la diferenciación conceptual y la síntesis analítica que ha estructurado la investigación de la comunicación en el pasado para entender cómo es que la comunicación pasó a ser el centro de la explicación científica y a ser entendida como una fuerza social determinante (Schiller, 1999).

Por lo anterior, lo que me interesa resaltar es precisamente el trabajo de reconstrucción histórica del componente intelectual, de la teoría de la comunicación y su papel en la constitución del campo y la investigación de la comunicación. De acuerdo con Zelizer (2015), los cambios en las asociaciones académicas y en el propio campo de estudios son útiles para repensar el rol que la teoría ha tenido en ambos espacios académicos, sobre todo porque el rol que la teoría juega en la construcción de conocimiento no es el mismo en cada campo de conocimiento, como en la lingüística, la ciencia política o la sociología. La teorización tiene que ser discutida como una actividad interdisciplinaria para saber con claridad qué es lo que tiene de singular y particular el campo académico de la comunicación que haya afectado su proceso de construcción de teorías. De acuerdo con Zelizer (2015), hay cuatro puntos sobre la teorización en el campo que merecen atención: a) las diferentes relaciones que el campo a través de la teoría mantiene con la evidencia empírica, lo que tiene necesariamente que entenderse como un elemento precursor del desarrollo de la teoría; b) la necesidad del desarrollo de teoría que sea consonante con el estado permeable del flujo del conocimiento que caracteriza al campo y que puede reflejarse en su valor (dado que en el momento actual el campo es un importador de conocimiento más que un exportador del mismo); c) la necesidad de que la teoría de la comunicación refleje de manera más puntual la relevancia de la práctica y d) la teoría de la comunicación necesita adecuarse a las exigencias geográficas que muchas veces no son tomadas en cuenta. Un caso extremo de esta última consideración es la llamada de atención que hace Kim (2002) sobre el papel de la cultura en la construcción de teoría en el campo de la comunicación, lo que resulta en una fuerte crítica al pensamiento occidental y en una propuesta alternativa: el paradigma asiacéntrico de la teoría y la investigación de la comunicación.

Es importante entonces resaltar lo correspondiente al segundo punto, a la necesidad de desarrollar teoría contemporánea que pueda dialogar con los desarrollos científicos de otros campos de estudio para ganar así una mejor comprensión de la comunicación en determinados contextos sociales, culturales, políticos e incluso, más allá del ámbito propiamente humano. Por lo tanto, el movimiento siguiente es bosquejar esa narratividad construida e institucionalizada en nuestro campo y que ha sido desde entonces fundamental para construir de manera conjunta la justificación de un espacio especializado de conocimiento y de una identidad académica. En cierto sentido, podríamos decir que es la historia institucional del campo, una narratividad particular sobre la que daré cuenta a continuación y que es la que precisamente tendríamos que analizar de manera más puntual.

Los recuentos institucionalizados

sobre la historia del campo de la comunicación

Más de tres décadas atrás, Peters (1986) se preguntaba, ¿por qué ha fallado el campo de la comunicación en definir coherentemente su foco intelectual, su misión y a sí mismo? La respuesta en ese entonces era lapidaria: la incoherencia intelectual ha sido el precio del éxito institucional. Lo que define la identidad única de la comunicación como campo es también lo que mantiene su confusión conceptual. Para Peters (1986), los debates sobre la comunicación tenían una etiología específica relacionada con los intentos paradójicos por crear una entidad institucional particular (un campo académico) desde una entidad intelectual universal (comunicación). ¿Cuáles son entonces las consecuencias intelectuales de la carencia de buenas razones para la existencia del campo? Desde su punto de vista, el campo de la comunicación sufría en ese momento de: a) anacronismo histórico en su auto-imagen, específicamente en la imagen de los “padres fundadores”; b) irredentismo, es decir, el sueño de una expansión de acuerdo a su tamaño; c) pobreza filosófica e incluso incoherencia y, d) un reconocimiento limitado del resto de campos intelectuales y académicos. De igual forma, consideraba que estos problemas y la pobreza intelectual del campo se debían a tres factores centrales: al propio proceso de institucionalización del campo, a los usos de la teoría matemática de la comunicación y a la autorreflexión como una apologética institucional. ¿Pero cuál es la historia más reciente del campo? ¿Cuál sería un balance contemporáneo? ¿Por qué hemos asumido en el resto de contextos socioculturales esta historia y estos problemas como propios?

En un texto más reciente, Craig (2008) sintetiza lo que podríamos considerar es el discurso estadounidense generalmente aceptado sobre la historia intelectual del campo de la comunicación. Desde su punto de vista, los estudios de los medios y la comunicación emergieron más o menos de forma independiente de muchas otras fuentes, por lo que la formación del campo de la comunicación ha resultado de la convergencia parcial de varias disciplinas y líneas de investigación que se intersecan de forma compleja, todas relacionadas de alguna manera con el fenómeno de la comunicación, pero nunca han sido estrechamente integradas como un cuerpo coherente de conocimiento. Por lo tanto, la manifiesta diversidad de la investigación de la comunicación no es un desarrollo reciente, sino algo que ha caracterizado al campo a través de toda su historia.

En este punto, dos han sido los debates que llaman la atención. El primero es el crecimiento del campo a nivel global, es decir, la emergencia de los temas culturales de la comunicación y la necesidad de generar conocimiento local ante la supremacía estadounidense y europea en la construcción de saberes sobre la comunicación. Se habla entonces de un proceso de internacionalización del campo. El segundo asunto es la historia del debate sobre la comunicación como disciplina, tema que ha sido debatido desde los años ochenta. El “Ferment in the Field” que fue un número especial del Journal of Communication de 1983, estuvo principalmente centrado en la emergencia de los estudios culturales críticos y la economía política como dos frentes que se contraponían a la tradición establecida del funcionalismo de la comunicación de masas. El tema principal implicado por el título y los contenidos del número especial, aunque no era aceptado con el mismo entusiasmo por todos los participantes, tenía unidad en la diversidad: “Los disidentes estaban ahora ‘en’ el campo. El campo sería redefinido para incluirlos” (Craig, 2008, p. 684).

Por otro lado, el espíritu de inclusión estaba de alguna manera en tensión con un segundo tema también presente en el “Fermet in the Field”, el cual implicaba la búsqueda de la unidad en la diversidad, una discusión que anunciaba ya los elementos del modelo científico de la comunicación que describía la disciplina en términos de cinco características: “(1) su origen histórico en el movimiento de la investigación interdisciplinar de la comunicación en la mitad del siglo veinte; (2) su rápido crecimiento y consolidación institucional en la última década del mismo siglo; (3) su identidad central como una ciencia social empírica; (4), su lugar apropiado como una disciplina “variable” abarcando diferentes “niveles de análisis” en el esquema de las disciplinas académicas y, (5) su urgente necesidad de reunir la “separación” entre la comunicación interpersonal y la masiva, la cual constituye la barrera más seria para el desarrollo de un centro teórico de niveles cruzados (cross-level) en la disciplina” (Craig, 2008, p. 685).

Posteriormente, argumenta Craig (2008), en 1993 el Journal of Communication revisó nuevamente el problema del estatus disciplinario de la comunicación en dos números especiales titulados “The Future of the Field”, sin embargo, los cuarenta y ocho artículos presentados no revelaron ningún consenso. Varios escritos se referían casualmente a “la disciplina” como si no hubiera ningún cuestionamiento sobre la identidad o el estatus disciplinar, mientras algunos otros argumentaron, en ocasiones enfáticamente, que el campo de la comunicación no era una disciplina, aunque su actitud variaba enormemente sobre este hecho y sobre qué hacer al respecto. Después del número de 1993, el Journal of Communication no volvió a publicar un número especial sobre este tema y hoy en día lo que encontramos es que ninguna de estas visiones es claramente dominante en el campo entrado el siglo xxi. La desconexión entre la investigación de la comunicación interpersonal y masiva sigue siendo considerada un problema, como lo es igualmente el continuo crecimiento institucional del campo sin ningún consenso sobre un núcleo disciplinar. La Asociación Mexicana de Investigadores de la Comunicación (amic) le dedicó nuevamente el tema general de su congreso en el año 2015 al problema disciplinar, donde aparecieron nuevamente análisis sobre el estado actual pero muy pocas propuestas sobre lo que podría ser el campo en el futuro (Padilla & Herrera-Aguilar, 2016). En síntesis, para Craig (2008), la visión pluralista del “diálogo de paradigmas” también continúa así como los intentos por definir un núcleo teórico disciplinar que todavía se pueda acomodar al pluralismo del campo. ¿Pero cuál es el origen de estos diagnósticos poco promisorios, críticos y hasta cierto punto poco esperanzadores sobre el campo, la teoría y la investigación de la comunicación? Desde mi punto de vista, todo tiene que ver con la historia que hemos narrado, la cual ha puesto atención en ciertos aspectos y no en otros. Sobre este punto desarrollaré un breve apunte.

Una narratividad histórica particular sobre

la teoría de la comunicación

En su reconstrucción histórica sobre la idea de comunicación, Peters (1999) sostiene que la teoría de la comunicación emerge propiamente en los años cuarenta en el contexto norteamericano de la Segunda Guerra Mundial. Es en este contexto de las guerras en el que la comunicación comienza a tomar forma en relación con fenómenos como la industrialización, la urbanización, el desarrollo racional de la sociedad, la investigación psicológica y los modernos instrumentos de comunicación. Pero no es sino hasta finales de los años cuarenta con la aparición de la teoría matemática de la comunicación de Claude Shannon que el espacio conceptual se reorganiza y transforma para siempre. La teoría hablaba de algo que era familiar a lo que sucedía en la guerra, a las acciones de gobierno e inclusive a los fenómenos que sucedían en la vida diaria, y ese algo se sintetizó bajo el concepto de información, un concepto que se expandió rápidamente de las matemáticas a la biología, a la física, a las relaciones de pareja y a las políticas internacionales. La información pasó de un momento a otro a ser un concepto central y constructor de la comunicación en general.

Para autores como Martín Serrano (1990), la emergencia no de una teoría de la comunicación sino de una epistemología de la comunicación, tiene precisamente como fundamento a la teoría matemática de la comunicación, puesto que implicaba un nuevo saber que no suponía únicamente una suma o integración de conocimientos previos provenientes de otras ciencias y disciplinas científicas, sino que apuntaba específicamente un nuevo punto de vista: “organismos y organizaciones tan diversas tenían en común que se transformaban y transformaban su entorno, sin perder la organización que les diferenciaba de otros. Aquello que en cada uno de ellos aseguraba la permanencia, en el cambio, era precisamente la información. Los desarrollos de este paradigma serían las ciencias de la comunicación” (Martín Serrano, 1990, p. 66).

Si bien la información será un concepto fundamental para el desarrollo posterior de la primera propuesta sintética de una ciencia de la comunicación, en realidad el nuevo punto de vista al que hacía referencia Martín Serrano fue la propuesta fundacional de la cibernética, la cual también pondría al centro de su programa a la información, aunque su construcción y las implicaciones de su propuesta serán algo diferentes. Si bien la teoría matemática de la información y la cibernética tienen cierto reconocimiento en la historia de la teoría y epistemología de la comunicación, en realidad no son las más frecuentes ni en los procesos de construcción teórica ni en los estudios empíricos (Anderson, 1996; Bryant & Miron, 2004). Pero, ¿por qué si se reconocen ambos como fundamentos epistemológicos no funcionan como tales en los estudios de la comunicación? La respuesta a esta pregunta se encuentra en la historia misma que recuperaba Peters (1999), dado que si bien ambas perspectivas ponen en el mapa científico la palabra comunicación, son otras perspectivas las que ponen tanto el método como las aproximaciones teóricas en los procesos empíricos de investigación.

Una segunda narratividad histórica institucionalizada en el campo de la comunicación sobre la dimensión intelectual han sido los llamados paradigmas, fuentes históricas, escuelas de pensamiento o teorías tradicionales. Así, por ejemplo, Craig (1999), reconoce siete tradiciones como puntos de partida para organizar la dimensión metadiscursiva del campo de la teoría de la comunicación: a) la tradición retórica que entiende a la comunicación como el arte práctico del discurso; b) la tradición semiótica que conceptualiza a la comunicación como la mediación intersubjetiva de signos; c) la tradición fenomenológica que entiende a la comunicación como la experimentación del otro; d) la tradición cibernética que ve a la comunicación como el procesamiento de información; e) la tradición sociopsicológica que entiende a la comunicación como expresión, interacción e influencia; f) la tradición sociocultural que conceptualiza a la comunicación como la (re)producción del orden social y; g) la tradición crítica que entiende a la comunicación como reflexión discursiva. Esta propuesta ha sido una de las más importantes que se han hecho sobre la organización conceptual de la comunicación, y su importancia radica no en su influencia en la construcción de conocimiento, sino en la construcción de la identidad institucional del campo, en los procesos de enseñanza de las teorías de la comunicación (Craig, 2016) y es precisamente la que más se ha reproducido en los libros de texto sobre teoría de la comunicación (Eadie, 2009; Griffin, 1991/ 2009; Littlejohn & Foss, 2008; West & Turner, 2010). Otra historia que también tendríamos que analizar más de cerca.

En trabajos previos (Vidales, 2013, 2015, 2016, 2017a) ya he recuperado los diversos autores y las diversas formas en que esta organización conceptual ha sido reproducida, sin embargo, lo que me interesa resaltar ahora es que, desde mi punto de vista, no hay forma de salir de este discurso histórico sobre la historia del campo sin caer en la trampa de reproducir lo que se critica. Pareciera entonces que no hay otra for-
ma de contar la historia intelectual del campo, pues más allá de la mane-ra que hemos seguido para nombrar las teorías, lo estrecho o lo amplio del recuento o la temporalidad que se decida tomar, los recuentos tienden a ser muy similares. La propuesta es, por tanto, mover por completo la lógica reconstructiva poniendo al centro los objetos de conocimiento,
una visión que tiene dos consecuencias inmediatas. Primero, abre el panorama de lo conceptual, por lo que se convierte en la antesala de la transdisciplinariedad y, segundo, implica de facto una nueva forma de construir conocimiento. Sobre esto realizaré un breve apunte.

La propuesta de la comunicación

como concepto transdisciplinar

Una propuesta sobre la que ya he llamado la atención en trabajos previos (Vidales, 2015, 2017a, 2017b) es en la necesidad de pasar de la consideración de la comunicación entendida como campo académico a la consideración de la comunicación entendida como concepto transdisciplinar, propuesta que supone también la inclusión de una visión sobre los objetos de conocimiento, sobre los procesos de construcción de conocimiento y sobre las posibilidades de otras narrativas históricas. En el primer caso, los objetos de conocimiento hacen alusión a conceptos transdisciplinares, es decir, conceptos que sirven para unificar el conocimiento al ser aplicables a distintas áreas que trazan las propias fronteras disciplinares (Checkland en François, 2004). El objeto de conocimiento supone una configuración abstracta que no es particular de un campo de conocimiento o de una teoría particular, sino que son constructos conceptuales que tienen la posibilidad de extenderse a varias áreas del conocimiento pero que terminan por objetivarse en una teoría y un campo particular. Ejemplos de estos conceptos en la ciencia contemporánea son los de significación, comunicación, cognición, información, poder, entre muchos otros. De acuerdo a la International Encyclopedia of Systems and Cybernetics (François, 2004), la transdisciplinariedad es entendida como un metalenguaje, un metanivel de modelos y conceptos que guían a un entendimiento integrado de cada parte que se toma del sistema que está siendo estudiado y que supone de manera implícita la existencia de un metalenguaje común basado en isomorfias útiles para comunicar (transmitir) conceptos generalizados y metamodelos.

Los objetos de conocimiento son entonces un derivado lógico de los metalenguajes y por lo tanto, de la mirada transdisciplinar, la cual supone a su vez una manera particular de acercarse a los procesos de construcción de conocimiento y que implica una percepción global de la conexión entre muchas disciplinas: no solamente la ciencia, sino todas las actividades humanas aparecen como un “todo” unitario, parte y parcela del universo en el que la unidad y la diversidad no son conceptos opuestos, sino perspectivas complementarias (Rodríguez en François, 2004). La transdisciplinariedad es una característica de los conceptos cibernéticos y sistémicos, de los métodos y modelos que proveen a los especialistas con un metalenguaje para el estudio en común de situaciones complejas en los sistemas. Así, por ejemplo, la creación de un metamodelo de las posibilidades de controlar o regular sistemas complejos de cualquier tipo, podría llevar a los especialistas a un mejor entendimiento de los sistemas estudiados por otras disciplinas, a
colaborar de forma útil en proyectos globales y, en algunos casos,
a desarrollar nuevas perspectivas dentro de su propia disciplina al ganar tiempo evitando la necesidad de redescubrir desde el inicio conceptos y modelos que ya existen.

Para François (2004), estos conceptos generales o modelos son representaciones idénticas obtenidas de situaciones, interrelaciones o procesos específicos. Cada disciplina estudia sus propios problemas en sus propios términos, sin embargo, generalmente existen algunos rasgos comunes que subyacen a situaciones o configuraciones aparentemente disímiles. Y en eso consiste la elaboración de marcos generales y en la construcción de conceptos transdisciplinares, los cuales, desde mi punto de vista, son en sí mismos objetos de conocimiento. Si se considera a la comunicación como un concepto transdisciplinar, el movimiento siguiente sería explorar los varios modelos generados para su explicación, pero no únicamente dentro del campo de la comunicación o un campo particular de conocimiento de las ciencias sociales o las humanidades, sino a través de otros campos como la biología, la ingeniería o la física.

Si bien todas estas áreas han construido conceptualizaciones sobre la comunicación, el problema es que todas ellas se encuentran completamente fuera de nuestros horizontes conceptuales, particularmente porque están fuera de nuestras reconstrucciones históricas, lo que no solo nos imposibilita entablar un diálogo genuino con otras disciplinas y con los procesos de construcción de conocimiento en la ciencia contemporánea, sino que nos atrapa dentro de una visión disciplinar que ha sido incapaz de definir su núcleo conceptual y que tiene a la producción teórica como un asunto menor.

La consecuencia inmediata de la consideración de la comunicación como objeto de conocimiento y como concepto transdisciplinar, es que es apenas uno de los muchos caminos posibles. Se podrían entonces seguir por lo menos dos caminos. Uno de ellos implicaría relacionar los objetos de conocimiento emergentes con las tradiciones intelectuales ya reconocidas para construir a partir de esta relación, no solo nuevas perspectivas históricas, sino, sobre todo, nuevos marcos teóricos. La reconstrucción misma abriría el campo académico de la comunicación hacia otros campos y permitiría explorar el fenómeno de la comunicación en otros ámbitos académicos, lo que posibilitaría al mismo tiempo pensar en diálogos interdisciplinares emergentes. La transdisciplinariedad tiene como requisito a la interdisciplinariedad. Los objetos de conocimiento pensados desde el punto de vista de la transdisciplinariedad abren nuevos horizontes para los procesos de construcción de conocimiento pero no resuelven el problema central del núcleo conceptual de la comunicación y de su identidad académica, dado que desde este marco esas preguntas pierden centralidad, por lo que en cierto sentido, dejan de ser un problema.

Un segundo camino es tomar aquellos conceptos que ya son transdisciplinares y que han sido trabajados por otros campos de conocimiento para integrarlos en una visión conceptual general. Ese es el camino que ha seguido la cibersemiótica, la cual es un proyecto intelectual que se ha propuesto explícitamente la tarea de construir una teoría transdisciplinar de la comunicación, la cognición, la significación y la información. La cibersemiótica se presenta a sí misma como una nueva visión no reduccionista de la cognición y la comunicación que intenta resolver la paradoja dualista de las ciencias naturales, las ciencias exactas y las humanidades al comenzar en un punto medio con la cognición semiótica y la comunicación como fuentes básicas de la realidad en la que todo nuestro conocimiento es creado y por lo tanto sugiere que el conocimiento se desarrolla en cuatro aspectos de la realidad humana: nuestro entorno natural descrito por las ciencias naturales físicas y químicas, nuestra corporalidad descrita por las ciencias de la vida, nuestro mundo interno de experiencias subjetivas descritas por la fenomenología y, nuestro mundo social descrito por las ciencias sociales (Brier, 2013).

Para la cibersemiótica, hay cuatro formas de explicación histórica que contemplan una visión nomológica, una visión desde la biología evolucionista, una visión sociohistórica y una visión subjetiva-personal, es decir, cuatro ámbitos del conocimiento científico que tratan de explicar la realidad desde su propia perspectiva. Por lo tanto, el reto es producir una nueva fundación paradigmática que permita integrar el conocimiento producido dentro de cada una de estas formas de explicación, es decir, que permita integrar el conocimiento del estudio de la conciencia corporeizada producido en las ciencias exactas así como en las ciencias de la vida, las ciencias sociales y las humanidades sin que los resultados tengan necesariamente que reducirse a una visión única, evitando lo más posible cualquier tipo de reduccionismo. De ahí que Brier considere que “la nueva fundación para el conocer y el conocimiento no será la física, la biología, lo social o lo fenomenológico, sino la comunicación intersubjetiva y la cognición organizada autopoiética y semióticamente, entendidas ambas desde la perspectiva de un realismo pragmático y crítico” (Brier, 2013, p. 230).

Al plantear como objetivo central una ciencia integral de la información, la cognición y la comunicación, la cibersemiótica se plantea como una visión transdisciplinar que integra distintos marcos en un nivel metateórico que le da nacimiento a una visión diferente no solo de la vida y los procesos cognitivos, sino de la comunicación y su construcción epistemológica. Se trata entonces de un proyecto que busca de manera general las rutas biológicas, psíquicas y sociales de la necesidad humana y biológica del significado y la auto-organización en sus procesos de conocer/observar el mundo y en la formulación de las explicaciones que sobre él se hacen (Brier, 2008). Tomando como base a la fenomenología, la semiótica, la cibernética, la sistémica y la biosemiótica, la cibersemiótica busca ser un paso adelante en la integración de las ciencias y en el estudio y comprensión de fenómenos complejos como los caracterizados por los organismos vivos en todas sus formas.

Para Cobley (2010), la cibersemiótica es transdisciplinaria no solo porque se sitúa en un punto medio entre las ciencias y las humanidades y porque invoca conocimiento de ambas, sino específicamente, porque explora conceptos que tienen cabida tanto en la naturaleza como en la cultura, y precisamente algunos de esos conceptos son la significación, la comunicación, la cognición y la información, conceptos que pueden ser localizados en los niveles más fundamentales de la vida como las moléculas y las células, así como en las configuraciones sociales más complejas como el lenguaje y las dimensiones simbólicas sociales. De ahí que de cada uno de los conceptos se pueda desarrollar una teoría general transdisciplinaria, incluida claro está, la comunicación. De acuerdo con Brier, “el marco propuesto ofrece un acercamiento integrativo multi- y transdisciplinar, el cual usa al significado [meaning] como el principio general para comprender el área compleja de las ciencias de la información cibernéticas para la naturaleza y las máquinas, así como la semiótica de la cognición, de la comunicación y de la cultura de todos los sistemas vivos” (Brier, 2013, p. 222).

Como se puede observar, este acercamiento propone un camino conceptual distinto al que hemos seguido en los estudios de la comunicación, lo que implica también otras formas de reconstruir la historia y, sobre todo, otras formas de construcción de conocimiento en la investigación contemporánea de la comunicación. Pero el reto es formidable, dado que todavía hay que pasar por la crítica de los lugares comunes que tenemos en nuestra propia narratividad histórica y, sobre todo, comenzar a dialogar con otros campos de conocimiento en el mismo nivel de producción conceptual. De igual forma, todavía hace falta mostrar evidencia empírica de la utilidad y alcance de este tipo de propuestas, dado que el discurso teórico en sí mismo también es un problema para la reconstrucción histórica. De cualquier manera, se trata también de reconocer que el espacio conceptual de la comunicación a finales de la segunda década del siglo XXI ha explotado en riqueza y profundidad. La comunicación se encuentra trabajando activamente en las ciencias de frontera, en la ciencia contemporánea, en las explicaciones sobre la vida, la sociedad, la cognición y la significación. Quizá es la primera vez en la historia que ha alcanzado el reconocimiento que actualmente tiene como elemento central de la vida en general, por lo que se trataría en todo caso de aprovechar esta circunstancia para dejar de leer la historia y comenzar ahora a ser partícipes de su construcción.

A manera de cierre

La historia de la comunicación nos ha enseñado varias cosas muy valiosas sobre nuestro proceso de construcción como campo de estudio y sobre los problemas y escenarios a futuro que tenemos que enfrentar, pero también nos ha provisto de nuevas herramientas conceptuales para hacerlo, por lo que en realidad estamos frente a un momento muy importante de nuestro campo de conocimiento, dado que tenemos por primera vez la posibilidad no solo de reescribir la historia intelectual de nuestro campo desde nuestros propios contextos socioculturales, sino que podemos ahora pasar de ser espectadores a protagonistas de esos recuentos históricos. La invitación que he realizado en este artículo es precisamente a repensar la historia, la teoría y la investigación de la comunicación de las últimas siete décadas para poder pensar desde ahí, nuevas rutas y caminos conceptuales. Uno de esos caminos es el de la transdisciplina, el cual no es el único y quizá tampoco el mejor, como la cibersemiótica tampoco es el único camino o el mejor. Son únicamente propuestas alternativas para intervenir y participar de forma distinta en la construcción de nuestro campo de estudio, de la teoría de la comunicación y, específicamente, de la investigación de la comunicación. Esa es la propuesta, pero ese es también el gran reto que tenemos por delante las nuevas generaciones.

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