Narrativas periodísticas y memoria colectiva de una catástrofe urbana: el caso de las explosiones del 22 de abril en la prensa de Guadalajara

Journalistic Narratives and Collective Memory of an Urban Catastrophe: The Case of the April 22 Explosions in Guadalajara’s Newspapers

Juan S. Larrosa-Fuentes1

http://orcid.org/0000-0003-1529-5107

En la mañana del 22 de abril de 1992, nueve explosiones destruyeron un barrio popular en Guadalajara. Las víctimas incluyeron 210 muertos y cientos de heridos. A través de un análisis narrativo de 160 artículos publicados en la prensa local, esta investigación indaga las historias que los periodistas elaboraron para conmemorar la catástrofe. El artículo explica cómo las narrativas estuvieron moldeadas por un discurso religioso y cómo los periodistas utilizaron los conceptos de “espacio” y “cuerpo” para explicar las consecuencias de la explosión.

Palabras clave: memoria colectiva, periodismo, análisis narrativo, Guadalajara.

On April 22, 1992, nine explosions destroyed a neighborhood populated by working-classes in Guadalajara (Mexico). Casualties included 210 people killed and many wounded. Through a textual and narrative analysis of 160 articles published in the local press, this research analyzes the narratives that the journalists crafted to commemorate this catastrophe. The article explains how narratives were highly influenced by a religious discourse, and how journalists used the concept of “space” and “body” to explain the explosion’s aftermaths.

Keywords: collective memory, journalism, narrative analysis, Guadalajara.

Introducción

Guadalajara, una de las ciudades más importantes de México, sufrió la mayor catástrofe de su historia en 1992. Durante la mañana del 22 de abril, nueve explosiones destruyeron varios kilómetros de Analco, uno de los barrios populares más antiguos en el oriente de la ciudad y habitado por clases trabajadoras. Según los informes oficiales, la causa de las explosiones fue una fuga de gasolina de la empresa paraestatal Petróleos Mexicanos (pemex), que terminó en las alcantarillas de la ciudad. Como resultado, 210 personas murieron, 1 400 fueron heridas y 22 calles fueron severamente dañadas (Petersen Farah, Núñez Bustillos & De Dios Corona, 2002).

Esta tragedia forma parte de la historia y memoria colectiva de los habitantes de Guadalajara, porque afectó a miles de personas y cambió irremediablemente el paisaje urbano. Como resultado de las explosiones, cientos de personas perdieron familiares, amigos, y bienes materiales. Muchos de los habitantes del barrio de Analco se mudaron a otras colonias y ciudades. Además, quienes vivieron la catástrofe sufrieron lesiones físicas y psicológicas, por lo que experimentaron en sus cuerpos y mentes las consecuencias de la tragedia.

Las secuelas de la catástrofe se extendieron a toda la sociedad. La actuación del aparato gubernamental fue desastrosa. El entonces alcalde de Guadalajara, el gobernador de Jalisco, así como sus equipos de trabajo, desestimaron los reportes vecinales que señalaban que las alcantarillas olían a gasolina, por lo que, para muchos, la tragedia pudo ser evitada. Luego de ocurridas las explosiones, la ayuda gubernamental tardó en llegar y fueron los mismos ciudadanos quienes dirigieron los primeros rescates de las víctimas. Finalmente, cuando las tareas de rescate concluyeron, inició el proceso de reconstrucción de la ciudad, reparación del daño a las víctimas y deslinde de responsabilidades. Los poderes públicos también fallaron en este proceso, pues la zona tardó mucho tiempo en ser reconstruida, a la fecha se sabe que no todas las víctimas fueron indemnizadas, y no existe una verdad jurídica que indique quiénes fueron los responsables de la tragedia. Todo esto ha hecho que, luego de veinticinco años, la memoria colectiva sobre las explosiones esté en una zona liminal, en donde los significados de la tragedia y sus casusas siguen en construcción.

Diversos académicos han estudiado las consecuencias políticas, económicas, sociales y culturales de las explosiones (Alonso, 1992; Fregoso Peralta, 1992; Gómez Naredo, 2012a; Gómez Partida, 2003; Macías, 1993; Padilla, 1993; Ramírez Sáiz & Regalado Santillán, 1995). Sin embargo, hasta el momento no existe ningún trabajo que haya analizado cómo es que las narraciones de periodistas locales contribuyeron en la formación de la memoria colectiva de esta tragedia. De tal suerte, esta investigación, que está basada en el campo académico de los estudios sobre memoria colectiva y periodismo, analiza críticamente las narrativas que los periodistas elaboraron para conmemorar las explosiones del 22 de abril.

A través de un análisis narrativo de 160 artículos publicados en diarios generalistas de Guadalajara, esta investigación indaga las historias que los periodistas elaboraron para conmemorar la catástrofe. Los resultados del estudio explican a detalle el desarrollo de dos narrativas centrales. La primera es la narración de los actos conmemorativos de la tragedia en distintos espacios urbanos como memoriales, iglesias y calles, y a través de prácticas como misas y marchas silenciosas. La segunda son narraciones que utilizan el concepto de “cuerpo” para describir los daños urbanos causados por las explosiones (cuerpo-urbano), la localización de la memoria colectiva en los cuerpos de las víctimas (cuerpo-humano), y la memoria colectiva de la tragedia como un cuerpo social que no podrá cerrar sus heridas hasta que se deslinden a los responsables de las explosiones (cuerpo-mnemónico).

Periodismo y memoria colectiva

Luego de una catástrofe urbana, como fueron las explosiones de Guadalajara, las personas buscan mecanismos para entender la súbita y dramática transformación de su entorno. El cambio en la vida cotidiana requiere ser descrito y analizado. Solo así las personas pueden comenzar a entender qué fue lo que pasó. En esta tarea de análisis y reconstrucción, el acto de recordar es una acción central en la producción de significados después de una catástrofe. Recodar, entonces, es la capacidad de contar y narrar algo que ocurrió en el pasado (Zelizer, 1995). Al relatar el pasado, los individuos y las sociedades pueden comenzar a comprender las causas y consecuencias de una tragedia, como es el caso de las explosiones del 22 de abril en Guadalajara.

En una comunidad, tan pequeña como un vecindario, o tan grande como un país, cada individuo tiene la capacidad de recordar el pasado y hacer recuentos sobre hechos públicos relevantes (Halbwachs, 1992,
p. 46). Estos individuos, al mismo tiempo, pertenecen a grupos, organizaciones e instituciones que elaboran narraciones colectivas del pasado. El conjunto de todos los recuerdos de estos agentes e instituciones, así como la tensión que surge entre ambos elementos, constituyen la red social a la que se ha llamado memoria colectiva.

En el entramado que constituye la construcción de la memoria de una comunidad hay ciertos agentes e instituciones con más poder en el proceso colectivo de remembranza (Liñán & Leetoy, 2016). En sociedades contemporáneas, los periodistas se han constituido como una de las comunidades interpretativas más poderosas cuando llega la hora de recordar temas de relevancia pública (Edy, 1999; Kitch, 2008; Zelizer, 1993, 2008). Si recordar es la capacidad de contar y narrar algo que ocurrió en el pasado (Zelizer, 1995), entonces el trabajo de los periodistas está estrechamente ligado con la construcción de la memoria colectiva de una sociedad. Los periodistas son quienes se encargan de atestiguar hechos y después narrarlos a través de textos, audios, videos y formatos multimedia.

El trabajo de los periodistas produce una gran cantidad de información a través de la cual los individuos aprenden sobre su entorno. Todos los días, los reporteros construyen narraciones sobre estos mundos. En el futuro, estas historias se convierten en archivos de conocimiento y memoria donde la gente puede encontrar interpretaciones del pasado (Martin & Jaramillo-Marín, 2014). A su vez, estos archivos también influyen y forman parte del trabajo periodístico en el presente, pues los reporteros utilizan el pasado para enmarcar y dar sentido a su trabajo del día a día (Edy, 1999). En este sentido, el periodismo es una práctica que construye memoria y que se materializa en los archivos que genera la práctica periodística cotidiana, como lo es la edición de un periódico, la grabación de un programa de televisión, o la redacción de un texto noticioso en la Internet. Por todo lo anterior, el periodismo, como práctica y producto, es un espacio privilegiado para estudiar los procesos de construcción, asimilación y deconstrucción de una parte de la memoria colectiva de las sociedades.

Dentro del mundo periodístico, existen distintas vías para observar cómo es el proceso de construcción de memoria colectiva. Una de estas vías es estudiar cómo es que los periodistas recuerdan y conmemoran episodios significativos como guerras (Choi, 2008), actos guerrilleros (Martin & Jaramillo-Marín, 2014) catástrofes naturales (Su, 2012), o la muerte de una celebridad (Hearsum, 2012).

En este artículo presento un análisis sobre el papel de los periodistas, como comunidad interpretativa, en la construcción de la memoria colectiva de un desastre urbano.

Método y muestra

Por lo general, a los periodistas se les estudia como agentes sociales que producen conocimiento para informar a una sociedad (Patterson, 2013), o bien como aquellos dedicados a vigilar el comportamiento de los poderes públicos –la llamada función del “perro guardián” de la democracia (Bennet & Serrin, 2005)–. Sin embargo, los periodistas también son agentes que forman parte de una comunidad que crea interpretaciones colectivas sobre acontecimientos públicos de alta trascendencia (Zelizer, 1993). En este sentido, puede argumentarse que los reporteros que trabajaron para diarios de Guadalajara entre 1992 y 2017 crearon y publicaron textos para conmemorar el caso de las explosiones del 22 de abril. En los artefactos culturales contenidos en las páginas de los periódicos (Gilewicz, 2014; Kitch, 1999, 2000, 2003; Zelizer, 1995), yace parte de la memoria colectiva de una ciudad.

La muestra de esta investigación consta de todos los textos relacionados con las explosiones, publicados en los diarios generalistas locales que circularon en los días 22 de abril de los años 1997, 2002, 2007, 2012 y 2017. La decisión de seleccionar intervalos de cinco años obedece a que los periódicos han dedicado más espacio noticioso a conmemorar las explosiones en estas ediciones. En total la muestra se compone de 160 artículos divulgados en El Informador, El Occidental, Ocho Columnas, Siglo 21, El Sol de Guadalajara, Público Milenio, Milenio Jalisco, Mural, La Jornada Jalisco y NTR. Solamente El Informador y El Occidental estuvieron en circulación durante todo
el periodo que compone la muestra; por ello, hubo años en donde algunos periódicos no estuvieron en circulación.
2 Estos textos fueron escritos por 82 reporteros, editorialistas y columnistas distintos –una cifra que no incluye 34 artículos que aparecieron sin firma en El Informador–. Todas las piezas fueron escaneadas de las ediciones en papel y después transcritas en archivos electrónicos.3

Las narraciones periodísticas sobre la conmemoración de una tragedia muestran algunas de las formas a través de las cuales opera el periodismo como una máquina para tejer parte de la memoria colectiva de una sociedad. Los periodistas son agentes sociales que cuentan historias, las cuales contienen las normas y valores de una comunidad. Al narrar una conmemoración trágica como las explosiones del 22 de abril, los periodistas parten de la memoria colectiva de la sociedad y al mismo tiempo contribuyen a seguir creándola (Berkowitz, 2010).

Un método para entender y descifrar las máquinas periodísticas que producen memoria colectiva es el análisis narrativo. Como Kitch (2007) lo ha explicado, este tipo de análisis busca encontrar las regularidades y rupturas en las narrativas que los periodistas construyen a través de su trabajo cotidiano y colectivo. Esta labor analítica consiste en encontrar cuáles son los personajes e historias que emergen a través del tiempo en un sistema comunicativo como es el caso del propuesto para este artículo. El énfasis de estos estudios está en las historias construidas por la colectividad de una comunidad interpretativa, y no por instituciones o agentes particulares.

De tal suerte, dos preguntas guiaron el análisis: ¿Cuáles son las narrativas periodísticas dominantes en la conmemoración de las explosiones del 22 de abril de 1992 en Guadalajara durante el quinto, décimo,

décimo quinto, vigésimo y vigesimoquinto aniversarios de esta tragedia? Y, ¿cuáles son las regularidades y rupturas en estas narrativas?

Un examen detallado de los artículos me permitió explicar cómo fue que los reporteros recordaron las explosiones de 1992. Para hacer el análisis leí varias veces los materiales que componen la muestra de investigación. La primera lectura la hice en el formato original de los textos, es decir, en las páginas de los periódicos. Esta revisión fue útil para observar cómo fue que los periodistas y editores armaron, con textos y fotografías, las planas que después se publicaron en los impresos. Las siguientes revisiones las realicé en versiones digitales, lo cual me permitió condensar todo el material en un solo archivo electrónico. En este archivo busqué aquellos actores y temáticas que aparecían con regularidad en las notas informativas. Al hacer estos ejercicios, fue evidente que los conceptos de espacio y cuerpo aparecieron recurrentemente en estas narraciones, por lo que trabajos previos sobre memoria colectiva y periodismo me resultaron útiles para interpretar los resultados (Berkowitz, 2010; Hogea, 2013; Kitch, 2007; Serazio, 2010).

Por último, coloco dos notas metodológicas. La primera es que los periódicos contienen una parte de la memoria colectiva de la catástrofe. Por ello, esta investigación de ninguna manera ofrece una versión completa sobre esta memoria. Lo que esta investigación aporta es un análisis de los textos conmemorativos de una comunidad interpretativa compuesta por periodistas. Esta comunidad, como ya lo expliqué en líneas anteriores, es altamente influyente, pues tiene el privilegio de publicar sus interpretaciones en medios de amplia distribución.

La segunda nota metodológica explica el alcance de esta investigación. La muestra está compuesta por todas las notas publicadas por los diarios de Guadalajara en los aniversarios de la tragedia. Este cuerpo de notas no contiene los materiales publicados en todos los aniversarios, pues la muestra se compone de las publicaciones que se hicieron en cinco de los 25 años transcurridos desde las explosiones. Los periódicos publicaron notas relacionadas con el tema en su cobertura cotidiana y no exclusivamente durante los aniversarios. Esto quiere decir que este trabajo ofrece un análisis exclusivamente sobre las narrativas que los periodistas construyeron en las notas publicadas en los aniversarios seleccionados, no así en otros momentos y en otros medios.

Dos narraciones periodísticas

para conmemorar las explosiones

Las narraciones periodísticas contenidas en la muestra de investigación y que conmemoran las explosiones del 22 de abril estuvieron compuestas por: 1) crónicas de las formas en las que el 22 de abril fue conmemorado; y 2) por artículos que explicaron la transformación de la ciudad y personas a raíz de la tragedia.

Para producir estas narraciones, año tras año los periodistas regresaron al barrio de Analco para presenciar las misas que se celebraron para recordar a los fallecidos, así como las marchas silenciosas para protestar en contra de la impunidad y corrupción de las autoridades. Después, los periodistas se adentraron al barrio para describir sus transformaciones y para conversar con aquellos que vivieron en carne propia las explosiones. Las siguientes dos secciones contienen un análisis de estas historias.

El signo religioso: prácticas, espacios y memoria

Según Winter (2010), los espacios mnemónicos (sites of memory) son lugares públicos donde la gente se reúne a compartir conocimientos y sentimientos sobre un pasado común y donde las personas se congregan para llevar a cabo actos conmemorativos. Luego de las explosiones emergieron distintos espacios mnemónicos para recordar y conmemorar la tragedia. Algunos de estos sitios aparecieron de forma constante en narraciones periodísticas. En especial, sobresalen tres espacios en los cuales las personas se congregaron para recordar y los cuales tuvieron una gran ascendencia en el trabajo periodístico: un memorial popular para recordar a las víctimas, iglesias en donde se recordó a los muertos por las explosiones, y calles en donde las personas marcharon silenciosamente para manifestar su descontento. Estos tres sitios fueron construidos a partir de una base discursiva ligada a la religión y espiritualidad católica. Este signo religioso, el cual ha influido el tema de las explosiones desde su inicio, expande el análisis académico que otras investigadoras han hecho de las explosiones del 22 de abril (De la Torre, 2004; Reguillo, 1998).

Un sitio que apareció constantemente a lo largo de 25 años de conmemoraciones periodísticas fue el lote baldío en el que se encuentra un memorial popular creado por un vecino de la colonia Analco. El memorial yace en [énfasis añadido]:

Un terreno de aproximadamente 50 metros cuadrados, que ya no quiso su dueño y que se ubica en la calle Gante 644, esquina con Gabino Barreda, [ahí] hay un jardín luctuoso en memoria de los 208 caídos en las explosiones del 22 de abril de 1992. Se observan las cruces y nombres de 50 víctimas, como si fuera una prolongación del camposanto … [El memorial] impone por su modestia, pero sobre todo porque de inmediato lleva al recuerdo del trágico día y sus consecuencias (Perdió alma..., 1997).

Este terreno baldío, devenido en memorial, se convirtió, según su creador, en un “patrimonio espiritual del Sector Reforma” (Perdió alma, 1997). Sin embargo, la presencia más importante de este memorial en las páginas de los diarios tapatíos es visual. La imagen del muro con la Virgen y los nombres de los fallecidos fue publicada cuatro veces en las portadas de los diarios que componen la muestra de esta investigación y en otras cuatro ocasiones en las páginas interiores.

El memorial popular, especialmente en sus apariciones visuales, es significativo porque actúa como un “reservorio visual” que marcó, con un sentido espiritual y religioso, buena parte de las crónicas periodísticas que conmemoraron las explosiones. De acuerdo con Meyers (2002), en el campo de los estudios sobre memoria colectiva, un reservorio visual es una imagen, o un conjunto de imágenes, que condensan un marco interpretativo. En este sentido, el mural, especialmente por contener a la Virgen de Guadalupe y los nombres de los fallecidos, condensa, en una sola imagen, la poderosa influencia política, social y cultural del discurso católico en la interpretación periodística sobre cómo vivieron la tragedia los pobladores de la zona afectada. La virgen fue un símbolo que unió a la comunidad de Analco para sobrellevar los tiempos difíciles, y también uno que fue útil a los periodistas para construir sus relatos y hacer un puente entre los vecinos de la colonia y los potenciales lectores de su trabajo.

La iglesia, como espacio, fue otro de los sitios que aparecieron constantemente en las narraciones periodísticas. En 28 notas distintas, aparece la palabra misa, que hace referencia a una práctica religiosa que se efectúa en un templo. A lo largo de los cinco lustros de cobertura periodística, los reporteros hicieron crónicas de las misas a través de las cuales se recordaron a los fallecidos por las explosiones. Estas misas se llevaron a cabo en la Catedral de Guadalajara, así como en templos barriales de San Sebastián, San José y San Carlos Borromeo. Las notas consignan que el objetivo de las misas era recordar las explosiones y a quienes murieron luego de la tragedia. Los periodistas, entonces, se trasladaron a estos sitios mnemónicos para presenciar cómo fue que los vecinos de Analco, así como otros ciudadanos, recordaban las explosiones, lloraban sus consecuencias, y buscaban consuelo entre ellos mismos. Las iglesias fueron descritas como lugares para el luto, y las misas como un ritual para recordar a las víctimas de las explosiones. En 2012, a veinte años de la tragedia, una reportera escribió que una misa celebrada en la Colonia San Carlos, “se convirtió en una sesión de deshago y reclamo en torno a la tragedia” (Rivera Alvear, 2012).

Además, las iglesias fueron espacios en donde los vecinos de Analco se impusieron la tarea de no olvidar las injusticias de vivir en un país donde el gobierno no ha sido capaz de señalar a los responsables de las explosiones. En 1997 un rotativo publicó un artículo titulado “Con una misa recordarán hoy a desaparecidos del 22 de abril”, en el que se anunciaba una misa para recordar:

Esa fecha fatídica que las autoridades deben aprovechar para reflexionar y capitalizar las amargas experiencias en beneficio de la sociedad actual, porque la capital jalisciense no está exenta de otra escena dantesca (El Informador, 1997).

En una crónica de 2002, Agustín del Castillo describió cómo “los marchantes encienden veladoras, bendicen una imagen de la Virgen de Guadalupe y piden por la verdad” (del Castillo, 2002, p. 4) afuera del templo de San Sebastián.

Durante los primeros diez años después de las explosiones, el Cardenal, los sacerdotes y la Iglesia como institución, dominaron la agenda de los periódicos. La Iglesia se convirtió en una actriz altamente influyente en la construcción del discurso político sobre las explosiones, sus causas y efectos. Ocho Columnas y Siglo 21 reportaron que José Tiscareño Ruiz, párroco de San José De Analco, puso en duda el número de muertos reportados por las autoridades, pues el cura sospechaba que eran muchos más los fallecidos (Gómez & León Martínez, 1997; Xanic, 1997). En otra misa, el entonces Cardenal Juan Sandoval Íñiguez exigió cuentas al gobierno a partir de una explicación religiosa:

Si se tratara de un terremoto, de un huracán, de un ciclón, no habría a quien reclamarle, son cosas de la naturaleza que solamente Dios gobierna, pero se trata de una desgracia de una ciudad, causada por los hombres, tiene que haber responsables y tiene que haber justicia (Mayorga, 2002).

Esta declaración fue recogida por todos los diarios que en abril de 2002 circulaban en Guadalajara. Con el tiempo, estos actores e instituciones religiosas comenzaron a desaparecer. En los aniversarios 15, 20 y 25 los periodistas narraron las misas que conmemoraron las explosiones y las iglesias siguieron siendo espacios para el recuerdo. No obstante, los sacerdotes dejaron de tener un rol protagónico en los textos, lo cual marca una ruptura en las narraciones periodísticas.

Luego de las misas, se convirtió en costumbre que los familiares de los fallecidos y lesionados por las explosiones, así como ciudadanos en general, marcharan silenciosamente para exigir justicia. Así, el tercer sitio mnemónico de esta historia es la calle, un espacio en donde los ciudadanos marchaban para reclamar públicamente dos cosas. Por un lado, exigían una indemnización a todas las víctimas de las explosiones. Por otro, demandaban que se volvieran a abrir las investigaciones sobre las causas de la tragedia y que se deslindaran responsabilidades. Todas las ediciones conmemorativas que constituyen la muestra de esta investigación presentan al menos una mención de estas marchas.

La calle, como espacio mnemónico, fue una extensión de la conmemoración en los templos. Las marchas partían de las puertas de las iglesias y culminaban en el centro de Guadalajara o, en otras ocasiones, en otra iglesia. Por ello, el carácter y tono religioso también se trasladó a la calle, pues la conmemoración pública fue a través del “silencio”, más propio del recogimiento espiritual y de una procesión, que de la arenga pública de grupos sociales que exigen con vehemencia la tutela de sus derechos. Esta característica fue recogida por el periodista Agustín del Castillo:

Para los damnificados de las muertes y miserias de hace diez años no hay estas dudas: el símbolo de la cruz es también el de su memoria. Por eso, a la salida de la eucaristía hay una segunda conmemoración, laica sin dejar de ser religiosa: la marcha del silencio. Lo de la quietud es un decir; en medio de camiones urbanos, de las sirenas de patrullas, poco espacio hay para el recogimiento. Con todo, una columna de unas 120 personas arranca de los portales de Catedral alrededor de las 19:35 … [Los marchantes] deambulan desde el corazón de la ciudad hacia otro templo, el de San Sebastián de Analco, centro de la zona dañada por los estallidos de 1992 (del Castillo, 2002).

Dentro de la muestra analizada, algo que llama la atención, es la poca relevancia que los periodistas le dieron a la “Estela contra el olvido”, una escultura del artista Alfredo López Casanova, ubicada en el atrio del templo de San Sebastián en Analco y que conmemora la tragedia urbana. Esta escultura se menciona solamente en ocho de las 160 notas. Seis de las ocho referencias son textos periodísticos que anticipan un acto conmemorativo a manera de agenda y la escultura solamente fue mencionada en una de las crónicas sobre cómo se conmemoraron las explosiones (Reséndiz de la Mora, 2007).

Transformaciones del cuerpo mnemónico

La segunda narración para conmemorar las explosiones consistió en que los reporteros consignaran las transformaciones de la ciudad y de los habitantes del barrio de Analco. En estas narraciones fue evidente que los periodistas, como comunidad interpretativa, utilizaron el concepto de “cuerpo” para evocar lo que pasó en Guadalajara en 1992 y para describir cómo es que los habitantes de la ciudad, y particularmente del territorio afectado, recordaron la tragedia. Las explosiones destruyeron la materialidad urbana del barrio, pero también cientos de cuerpos humanos, algunos de los cuales perdieron la vida y otros sufrieron mutilaciones y atrofias de diversa índole. Estas explosiones no nada más dejaron heridas y cicatrices en la ciudad y en los cuerpos de sus habitantes, sino también en parte de la memoria colectiva.

En los primeros años de la conmemoración de las explosiones, la comunidad periodística describió a la ciudad como un cuerpo herido y dañado que necesitaba curar sus heridas. Esta metáfora, la de la ciudad como un cuerpo herido, se ha encontrado en diversas conmemoraciones periodísticas sobre desastres, pues resulta un tropo útil para explicar cómo un elemento externo y sorpresivo afecta la fisonomía y vida de una ciudad. Según esta narrativa, la ciudad es un cuerpo colectivo que necesita sanar después de un evento traumático (Hogea, 2013; Serazio, 2010).

La narrativa ciudad-cuerpo aparece en textos que los periodistas hicieron para conmemorar las explosiones. En estos trabajos, los reporteros describieron a Guadalajara como un “cuerpo herido” por las explosiones, tal como lo narró Paulina Martínez en una nota del diario Mural [énfasis añadido]: “La tragedia dejó una herida en la Ciudad de 14 kilómetros de largo, en 98 manzanas, en más de mil 250 casas siniestradas, con dos mil parcialmente afectadas, daños en 600 automóviles y en 500 comercios” (Martínez, 2012a). Así, el barrio de Anal-
co fue descrito como un cuerpo que “perdió alma, corazón y vida” (Perdió alma, 1997), que padeció “una peritonitis” (Chávez Calderón & Ramírez Álvarez, 2007), al que le “cambiaron el rostro” (
El Informador, 2012b; Navarrete, 2012), y que después de 20 años de la tragedia sigue con las “venas abiertas” (El Informador, 2012a).

La ciudad fue recuperándose poco a poco de la tragedia y fue entonces cuando aparecieron las cicatrices. En sus textos y fotografías los periodistas describieron la reconstrucción del cuerpo y retrataron una ciudad con calles más anchas, casas abandonadas y lotes baldíos. El siguiente pasaje ilustra esta transformación [énfasis añadido]:

Poco a poco el barrio de Analco y el Sector Reforma fueron reconstruyendo las calles abiertas y los edificios dañados. Las imágenes de 1992 y las de 20 años después atestiguan el cambio de rostro para una ciudad que luchó por cerrar la herida y convivir con las inevitables cicatrices (El Informador, 2012b).

Las explosiones también dañaron cuerpos humanos. En estos cuerpos yace buena parte de la memoria colectiva de esta catástrofe. A partir de las ediciones de 2002, a diez años de las explosiones, los sobrevivientes comenzaron a aparecer con mayor frecuencia en los textos y sus cuerpos adquirieron un gran peso simbólico en las narraciones. Los artículos periodísticos describen los daños que las explosiones ocasionaron a los vecinos de Analco y narran el dolor y las penurias que han tenido que pasar debido a sus huesos fracturados, al daño que sufrieron sus órganos, a los tratamientos médicos e intervenciones quirúrgicas a las que se han tenido que someter, así como a afectaciones psicológicas. En las fotografías de la conmemoración es común que los sobrevivientes de las explosiones aparezcan en sillas de ruedas o utilizando un bastón.

Sin embargo, en términos de memoria, los más interesante es cómo los sobrevivientes y periodistas establecieron una relación material y simbólica entre cuerpo y memoria. En 2002, Juan Carlos Núñez publicó una entrevista con Ana Lilia Ruiz, una de las víctimas del 22 de abril. Durante el diálogo, el periodista comenta que hay quienes señalan que es mejor olvidar la tragedia, a lo que Ana Lilia contesta: “Cómo lo vamos a olvidar si lo vivimos diario. Yo me despierto y necesito un aparato para caminar; si voy a bañarme, necesito una silla. Estando despierta no puedo olvidarlo, me gustaría, pero no puedo” (Núñez Bustillos, 2002). En el recuento, Ana Lilia y el periodista colocan al cuerpo afectado como un elemento que no permite el olvido y donde se resguarda la memoria de lo que ocurrió. Diez años después, en un texto de opinión, un periodista expandió esta idea:

Los lesionados son damnificados, pero son unos damnificados con una particularidad: su afectación mayor no fue material, sino física. … La tragedia la llevan dentro y nunca se les va a quitar … ¿Dónde se nos quedó el 22 de abril? ¿Lo perdimos? No hay que ir muy lejos: el 22 de abril está ahí, con los lesionados (Gómez Naredo, 2012b).

Así es como los cuerpos de los sobrevivientes actúan como artefactos físicos y simbólicos, que resguardan la memoria de las explosiones. Estos cuerpos fueron descritos y retratados en las narraciones periodísticas que conmemoran la tragedia.

El uso de los conceptos cuerpo-urbano y cuerpo-humano como parte central de las narraciones periodísticas que conmemoraron la tragedia, dio pie a una tercera acepción a la idea de cuerpo. Entonces surge el cuerpo-mnemónico, un cuerpo que no podrá olvidar hasta que se haga justicia. Para los periodistas y las víctimas, el duelo sobre las explosiones del 22 de abril sigue en una zona liminal en donde las heridas están abiertas y en proceso de cicatrización. La causa de esta liminalidad es la falta de un proceso público que deslinde las responsabilidades de lo ocurrido. Así, la herida del cuerpo mnemónico está ligada al dolor físico y emocional por lo ocurrido, pero especialmente por el dolor que causa la negligencia y corrupción de los gobernantes. Ejemplos de esto, se pueden observar en distintos titulares: en 1997, El Sol de Guadalajara tituló una nota en su primera plana que rezaba: “Muchas cicatrices sin cerrar a cinco años de la explosión” (Murillo Gutiérrez, 1997); en 2007, El Occidental rotuló así su nota de ocho columnas “22 de abril, una herida aún abierta” (Chávez Calderón & Ramírez Álvarez, 2007); y en ese mismo año Mural publicó un foto reportaje bajo el encabezado “Cicatrices en la memoria” (Rangel, 2007).

Cuando los reporteros invocan el cuerpo mnemónico surge una dimensión política y crítica. Los periodistas y las víctimas a las que les dio voz, reclaman una y otra vez que, a cinco, diez, quince, veinte y veinticinco años de las explosiones no se hayan encontrado a los “culpables” de las explosiones, tal como lo señalan dos reporteros de El Occidental y El Informador respectivamente: “Veinte años, la herida abierta y estamos como al principio: sin culpables” (Chávez Ogazón, 2012). Y:

Las heridas, quizá cauterizadas, siguen abiertas, algunas supuran, muchas duelen, porque nadie en el Estado mexicano ha tenido la valentía de reconocer la negligencia criminal y pedir perdón. Y porque los damnificados no han sido resarcidos del todo (Castro-Golarte, 2017).

Estas heridas, causadas por la negligencia y corrupción gubernamental, serán muy difíciles de borrar de la memoria y mentes de los habitantes de Analco y de Guadalajara. Una reportera de El Occidental recogió el testimonio de uno de los afectados, quien dice que la herida cerrará hasta que haya justicia: “la deuda no ha sido saldada, la herida no ha cerrado por más que cierren el caso las autoridades, en nues-
tra consciencia seguirá presente, porque la indolencia no ha sido pagada” (Luvina Díaz, 1997). En un editorial,
El Informador publicó que “El tiempo no logrará jamás borrar de la mente lo que ellos [víctimas] vivieron” (“A 10 años de la tragedia”, 2002).

Así, las heridas y cicatrices no solamente se manifestaron en las calles y plazas del barrio, en los cuerpos y las psiques de las víctimas, sino también en la memoria colectiva de las víctimas y los periodistas de Guadalajara.

Conclusiones

Los resultados de esta investigación aportan evidencias para analizar las narrativas que los periodistas construyeron sobre una catástrofe urbana. Una regularidad evidente dentro de las conmemoraciones de la tragedia de Guadalajara, es que año tras año, los reporteros se desplazaron a la comunidad afectada para estar junto a los damnificados y lesionados de Analco. Los periodistas hicieron uso de sus habilidades narrativas e interpretativas para divulgar prácticas distintas a las que los reporteros cubren cotidianamente como ruedas de prensa, inauguraciones de obras públicas, conciertos, investigaciones de diversa índole, entre otras. Esto indica que esta comunidad interpretativa se unió a las prácticas y rituales de quienes conmemoraban la tragedia. Los periodistas abandonaron su papel de informadores y de perros guardianes de los poderes públicos y se convierten en miembros de una comunidad agraviada y que conmemora una tragedia (Carey, 1987).

Desde un punto de vista normativo, el papel de los periodistas en esta conmemoración fue relevante, pues dedicaron sus esfuerzos a describir e interpretar a un barrio popular y una comunidad que históricamente han sido marginadas. Guadalajara es una ciudad con claras divisiones territoriales entre clases altas, medias y trabajadoras. Esta segregación es resultado de una economía política que creó las condiciones para la catástrofe, pues las explosiones ocurrieron en una zona densamente poblada por clases trabajadoras y cercana a una planta industrial. Quienes habitan la ciudad, saben que Guadalajara está divida por la Calzada Independencia, que separa los barrios populares, de las clases medias y altas. Esta realidad es señalada por uno de los afectados por las explosiones, cuando analiza críticamente la actuación de los poderes públicos:

El Gobierno está totalmente olvidado de todo esto, o sea, no sé de dónde sacaron la idea o el parteaguas de que la Calzada para acá es una Guadalajara … [A los vecinos de Analco] nos hace falta … que las autoridades se hagan presentes, no nada más que cada 22 de abril nos recuerden o tengan un motivo de venir (Martínez, 2012b).

El trabajo de los periodistas también fue notable porque las narraciones que hicieron sobre la conmemoración de la tragedia no fueron dirigidas a la comunidad afectada, compuesta por clases trabajadoras, sino a las élites de la ciudad, quienes han sido los lectores históricos de la prensa generalista local y quienes, en general, nunca han habitado la zona del siniestro. En Analco, por el contrario, la prensa generalista es poco consumida y circulan publicaciones populares como los tabloides policiales (Blas Alvarado & Contreras Serratos, 2012). En este sentido, las narraciones periodísticas analizadas conectan una parte de la memoria colectiva de la ciudad compuesta por una comunidad popular, con tramos de la red mnemónica que es producida por otros agentes e instituciones, y clases sociales como las élites de Guadalajara. En resumen, los periodistas les dieron visibilidad a personas, espacios y prácticas que normalmente pasan desapercibidas en la agenda pública de la prensa local.

Las narraciones periodísticas describen a una comunidad altamente religiosa que desde las iglesias y las calles lloran a sus muertos y reclaman justicia al gobierno. Como diversas antropólogas lo han documentado (De la Torre, 2004; Reguillo, 1998), el discurso religioso fue un fuerte estructurador de la vida postexplosiones y, por tanto, también ha estructurado la memoria colectiva (no exclusivamente periodística) de la tragedia. La Iglesia es una poderosa institución política en la ciudad que dictó cómo se debían recordar las explosiones y desde sus templos e iglesias exigió a las autoridades el deslinde de responsabilidades y esclarecimiento de los hechos. Sin embargo, a partir de la segunda década de conmemoraciones, hubo una ruptura narrativa y los sacerdotes dejaron de ser protagonistas en las notas y crónicas periodísticas y el singo religioso pasó a operar únicamente en el plano cultural.

En las notas analizadas, hubo narraciones residuales y no dominantes, que también ofrecen elementos interpretativos para el caso de estudio. Como Polletta (1998) ha explicado, al estudiar los procesos de construcción de memoria colectiva, vale la pena preguntar no nada más por quién está presente, sino también, por quién está ausente. En particular, en las narraciones es notoria la ausencia de agentes políticos de distintos órdenes de gobierno. En la muestra consultada, solamente un periódico hizo una entrevista a Guillermo Cossío Vidaurri y a Francisco Rivera Aceves, políticos de primer nivel cuando ocurrieron las explosiones (Mellado, 2002). Esta ausencia es reveladora, pues indica que los políticos fueron excluidos de las conmemoraciones de una tragedia de la que son señalados como responsables, una responsabilidad que hasta el momento no han asumido.

En términos narrativos, el concepto de “cuerpo” fue una herramienta discursiva de gran utilidad para la conmemoración periodística. Este concepto fue utilizado para describir a un espacio urbano que fue dañado por las explosiones y que poco a poco, a lo largo de los años, comenzó a cicatrizar (cuerpo-urbano). Además, al paso de los años, los periodistas buscaron entrevistar y retratar a las víctimas y mostrar cómo sus cuerpos son objetos físicos que contienen, materialmente, la memoria colectiva de las explosiones. ¿Cómo vamos a olvidar las explosiones si sus marcas habitan nuestros cuerpos?, se preguntan las víctimas (cuerpo-humano).

Finalmente, el concepto de cuerpo también fue útil para darle forma a la memoria colectiva de una ciudad (cuerpo-mnemónico). Los habitantes de Guadalajara, quienes son los productores y reproductores de esta memoria colectiva, durante veinticinco años han buscado pasar a una nueva etapa en la que pueda darse una reconciliación política y social. Sin embargo, el proceso sigue en una zona liminal, pues el cuerpo mnemónico no podrá perdonar y olvidar hasta que haya justicia, la cual incluye el deslinde de responsabilidades, la reparación total del daño a las víctimas, garantías de no repetición y disculpas públicas por parte del Estado mexicano. Por estos motivos, la memoria colectiva de las explosiones del 22 de abril sigue en una zona liminal, una zona compuesta por prácticas y rituales, algunos de los cuales han sido ricamente descritos y conmemorados por los periodistas de Guadalajara.

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1 Temple University, Estados Unidos.

Correo electrónico: jlarrosa@gmail.com

Fecha de recepción: 27/06/17. Aceptación: 03/10/17.

2 Para conocer las particularidades históricas de este sistema de periódicos, así como su clasificación, ver Larrosa-Fuentes, 2014.

3 Estas dos tareas fueron llevadas a cabo por dos estudiantes de licenciatura.